Meditación primera: De la necesidad de la duda
Debemos edificar nuestros pensamientos sobre una base nueva, ya que se basan en muchos errores. Muchas de nuestras certezas las hemos recibido a través de la mediación de nuestros sentidos. Pero básicamente, hay que desconfiar de ellos, porque a veces nos engañan. Una manera de liberarse de las influencias de los sentidos es la duda. Lo que en virtud del entendimiento se reconoce como indiscutiblemente verdadero es cierto. Las ciencias que tienen por objeto las cosas más simples ofrecen certezas indudables. En matemáticas, por ejemplo, es cierto que un cuadrado no tiene más de cuatro lados. Por el contrario, muchos otros juicios están sujetos a la salvedad del error y, por tanto, todo lo pensado hasta ahora puede ponerse en duda. En el camino hacia la certeza, la ficción es útil, todas las opiniones anteriores son erróneas o puras ilusiones. En efecto, se puede dudar de todo mientras esta lógica no conduzca a un conocimiento firme. Es concebible que un espíritu todopoderoso y malvado haga todo lo posible para engañar al hombre. Todas las cosas materiales serían entonces únicamente espejismos y la propia existencia solo un sueño.
Meditación segunda: Del cuerpo y el espíritu
Si suponemos que todo es engaño y nada existe, debe haber alguien que sea engañado. Mientras piense, soy. La proposición “yo soy, yo existo” es, por tanto, necesariamente verdadera. Con esto se establece la primera certeza inquebrantable. ¿Pero qué es este Yo? Al principio, el propio cuerpo se impone en la conciencia como un objeto limitado que se puede percibir y mover. Pero estas percepciones también podrían ser un sueño. Solo el pensamiento no puede separarse del Yo. El pensamiento es la base inamovible de toda la existencia conocida.
“Todo lo que he admitido hasta ahora como más verdadero lo he aprendido de los sentidos o a través de la mediación de los sentidos. Pero ahora he llegado a la conclusión de que a veces nos engañan y es un precepto de sabiduría nunca confiar completamente en aquellos que nos han engañado aunque sea una sola vez”.
Meditación tercera: La existencia de Dios
Es verdadero todo lo que concibo clara y distintamente. El error anterior básico consistía en la suposición de que yo conocía las cosas que estaban fuera de mí a través de una instancia externa. Pero la existencia de las cosas no es en modo alguno cierta, porque un Dios engañador podría simularlas. La pregunta central es, por tanto: ¿existe un Dios? ¿Y este Dios puede ser un engañador? La respuesta a estas preguntas es la base de toda certeza.
“Y así llegué… finalmente a la conclusión de que esta proposición yo soy, yo existo’ es necesariamente verdadera cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu”.
Meditación cuarta: Verdad y falsedad
Cuando el pensamiento puro, liberado de todas las influencias y experiencias de los sentidos, conduce al conocimiento de Dios, el hombre también puede, mediante la consideración de este ser perfecto, alcanzar el conocimiento de todas las demás cosas. Dios le ha otorgado al hombre la capacidad de juzgar y, si se aplica correctamente, no puede inducir a engaño. Según la experiencia, el hombre está sujeto a muchos errores porque, además de la idea positiva de Dios, también lo afecta lo contrario, es decir, la idea negativa de la nada. Él es un término medio entre Dios y la nada, es decir, entre el ser supremo y el no ser. El error es únicamente una falta de perfección.
“¡Engáñeme quien pueda!, que lo que nunca podrá será hacer que yo sea nada mientras sea consciente de que soy algo…”
Los errores surgen de la acción simultánea de las facultades de entendimiento y voluntad. La facultad de juzgar forma parte de la imperfección humana y puede inducir a juzgar algo equivocadamente. La capacidad de comprensión del hombre es limitada e imperfecta, pero, al mismo tiempo, tiene la idea de una capacidad de comprensión ilimitada e infinita que pertenece a la naturaleza de Dios. Es distinto con la voluntad, o sea, con la libertad de elección: es perfecta en el hombre, porque no puede ser mayor de lo que es; al fin y al cabo, solo existe para afirmar o negar algo. Puesto que la voluntad ilimitada también se extiende a lo que no reconoce y el hombre no restringe el poder del juicio a lo que el entendimiento abarca, la indecisión surge en los juicios, la fuente de error. Pero esta deficiencia radica en el uso del libre arbitrio, no en la libertad de elección misma. El hombre solo puede protegerse del error al no hacer ningún juicio sobre cosas poco claras.