Metafísica y Ciencia
Kant dice que la Metafísica es el inventario de todos los conocimientos que poseemos, es decir, preguntarse por TODO. Debemos plantearnos si tiene sentido preguntarse por todo y si hay cosas que no podemos saber. La metafísica es muy ambiciosa y nuestro conocimiento tiene límites. Todas nuestras preocupaciones por Dios, alma, mundo, etc. pueden no tener respuesta. No obstante, para Kant la metafísica es una disposición irrenunciable de los seres humanos, los seres humanos no podemos evitar hacernos preguntas, pues está en nuestra naturaleza.
Tanto la ciencia natural, como la física y las matemáticas progresan.
Kant se pregunta en qué consiste la ciencia, y en qué consiste su avance. Para ello plantea la ciencia como un conjunto de juicios y hace una clasificación de estos.
En relación a la experiencia los juicios pueden ser a priori o a posteriori y en relación a su contenido pueden ser analíticos o sintéticos.
Kant ve en el juicio «los ángulos de un triángulo suman dos rectos» dos características. Pero un juicio como: los seres humanos también son personas. Es diferente pues en el concepto de ser humano incluye el de persona de modo que no aporta ninguna información. A estos juicios, en los que el predicado está contenido en el sujeto, Kant los llama analíticos. Estos juicios se encuentran en la filosofía y la metafísica, y hace que no avancen, al contrario de la ciencia que avanza porque sus juicios son sintéticos.
Volviendo al primer ejemplo, el concepto «180 grados» no se encuentra dentro del concepto «Suma de los ángulos de un triángulo». Digamos que uno puede entender los dos conceptos, y eso no implica que sepa la relación que hay en ellos.
Experiencia y Conocimiento a Priori
Kant identifica experiencia con el conocimiento sensible. Existen tanto en la sensibilidad como en el entendimiento unas formas trascendentales que no dependen de la experiencia, es decir, son a priori. En consecuencia, tanto la sensibilidad como el entendimiento adquieren un papel configurador de la realidad.
Los juicios sintéticos a priori son posibles porque no todo nuestro conocimiento procede de la experiencia, aunque todo nuestro conocimiento comienza en ella. Primero recibimos sensaciones, captamos los objetos mediante los sentidos. Kant llama «materia de la sensibilidad» a lo dado por los sentidos y «forma de la sensibilidad» al elemento estructurante. Las formas puras de la sensibilidad son el espacio y el tiempo.
Según Kant existen dos modos de la sensibilidad, en el caso de los objetos que nos representamos como exteriores a nosotros, podemos prescindir de cualquier representación sensible, pero no podemos prescindir de representárnoslo como algo en el espacio. En lo que respecta a la intuición de los estados internos del sujeto podemos prescindir de todas sus características excepto de representárnoslos en relaciones de tiempo. El espacio no puede ser una cosa, ya que las cosas existen en el espacio; si lo consideramos como una cosa tendríamos que concebir otro espacio que lo contuviese, y así indefinidamente, lo que resulta absurdo. El entendimiento es la facultad de pensar el objeto dado en el fenómeno. Pensar supone subsumir los fenómenos bajo conceptos que les dan unidad y significación: las categorías, conceptos empíricos y a priori. La naturaleza entendida como el conjunto de los fenómenos, se encuentra sometida a las categorías. Las leyes físicas se imponen a la experiencia por el entendimiento. De este modo, adquieren necesidad y universalidad, haciendo posible la física como ciencia. Las leyes físicas sólo tienen validez para el mundo fenoménico.
Los Sentidos y el Cuerpo
Nietzsche critica duramente a la filosofía y toda la tradición occidental por haber colocado a los sentidos y al cuerpo como los causantes de todos los errores y toda la inmoralidad. En efecto, vemos que ya los primeros filósofos que buscan el arjé, el ser común y permanente del que están hechas todas las cosas, lo hacen de espaldas a los sentidos; dicen que los sentidos nos engañan, solo nos muestran apariencias de las cosas. La razón es la que nos descubre la verdad del ser. Esta tónica pasa a lo largo de toda la filosofía. En Platón podemos ver exactamente lo mismo; el mundo verdadero no se conoce a través del conocimiento sensible que nos lleva a la doxa, sino con el racional que nos lleva a la episteme. Lo mismo pasa con el cuerpo. En Platón el cuerpo es un estado transitorio del alma, es la sede de la inmoralidad puesto que las pasiones irascibles y concupiscibles se incrementan con el cuerpo lastrando la parte más noble del hombre que es la racional quien debe gobernar al cuerpo para conseguir una vida justa y volver al mundo de las Ideas. Nietzsche, por el contrario, reivindica desde su vitalismo la importancia de las pasiones, del sentimiento, del cuerpo y los sentidos, pues todo ello es una manifestación de la única realidad que existe que es la vida
Los Conceptos Supremos y la Idea de Dios
Nietzsche critica duramente a la filosofía y toda la tradición occidental por haber confundido lo último, lo más etéreo, con lo primero; por haber invertido el sentido de la realidad. El ejemplo paradigmático lo encontramos en Platón que es quien inauguró esa forma equivocada de concebir la realidad. En efecto, para Platón los objetos físicos de este mundo no son reales, son sombras de las auténticas realidades que son las ideas supremas que están en otro mundo. Además Platón inaugura un mundo ideal con un ser supremo, la Idea de Bien, que es la más real, de la que todas participan. Este ser supremo pasará a la filosofía posterior con otros nombres como el de “motor inmóvil” o “Dios”. Este ser supremo no solo será el más real sino que será la causa de todos los demás seres y será también el fundamento de los valores morales. Para Nietzsche todo esto, como hemos dicho, es una inversión de la realidad. Lo único real es este mundo tangible y esos conceptos supremos no son más que una realidad muerta que sirven al hombre para creer que conoce la realidad cuando esta no es más que devenir; por eso dice Nietzsche que no son más que “dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas”.
El Arte Trágico y lo Dionisíaco
El pueblo griego antiguo supo captar las dos dimensiones fundamentales de la realidad sin ocultar ninguna de ellas, y las expresó de forma mítica con el culto a Apolo y a Dionisos. Apolo, dios de la juventud, la belleza y las artes, era también, según Nietzsche, el dios de la luz, la claridad y la armonía, y representaba la individuación, el equilibrio, la medida y la forma, el mundo como una totalidad ordenada y racional. Para la interpretación tradicional toda la cultura griega era apolínea, concibiendo al pueblo griego como el primero en ofrecer una visión luminosa, bella y racional de la realidad. Nietzsche consideró que esta interpretación es correcta para el mundo griego a partir de Sócrates, pero no para el mundo griego anterior. Frente a lo apolíneo, los griegos opusieron lo dionisíaco: Dionisos, dios del vino y las cosechas, de las fiestas presididas por el exceso, la embriaguez, la música y la pasión, y según Nietzsche, el dios de la confusión, la deformidad, el caos, la noche, los instintos, la disolución de la individualidad; los griegos representaban en Dionisos una dimensión fundamental de la existencia, que expresaron en la tragedia y que fue relegada en la cultura occidental: la vida en sus aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. La grandeza del mundo griego arcaico estribaba en no ocultar esta dimensión de la realidad, en armonizar ambos principios, considerando incluso que lo dionisíaco era la auténtica verdad.