Método Cartesiano y Filosofía de Descartes

Método cartesiano

Dado que nuestra razón sólo es capaz de producir verdaderos conocimientos cuando opera de manera igual a como lo hacen las matemáticas, Descartes considera que hay que convertir cualquier problema con el que la razón se enfrenta de manera que se pueda operar con él del mismo modo en que lo hacen los matemáticos. Por ello, en el Discurso del Método Descartes va a proponer una serie de “reglas ciertas y fáciles tales que todo aquel que las observe exactamente no tome nunca a algo falso por verdadero” y consiga la misma certeza que se tiene en las matemáticas.

Estas son las cuatro reglas del método cartesiano:

  1. Regla de evidencia: No aceptar como verdadero nada que no se reconozca evidentemente como tal.
  2. Regla de análisis: Cuando nos encontremos con un problema en el que no pueda aplicarse la regla de evidencia, porque todo en él es oscuro y confuso, habrá que descomponer el problema en elementos más sencillos hasta que podamos aplicar la primera regla.
  3. Regla de síntesis: Una vez que hayamos descompuesto el problema en partes y hayamos llegado a conclusiones claras y distintas acerca de cada una de ellas, tendremos entonces que recomponer el problema.
  4. Regla de enumeración o revisión: Por último será necesario revisar todo lo que hemos hecho previamente, enumerando todos los pasos que hemos dado y asegurándonos de que no nos hayamos dejado ninguno por el camino.

Duda metódica

¿Existe alguna verdad tan absolutamente evidente, que nos permita operar con este método que propone Descartes? Si nunca pudiésemos obtener verdades así, el método cartesiano no tendría ningún valor, pues no podríamos nunca cumplir con las condiciones que ponía la primera regla. Descartes va a acercarse también metódicamente a este problema de obtener una verdad de la que podamos tener una certeza absoluta, y por ello va a proponer dudar de todas las verdades que él creía. Si después de poner en duda todos los posibles conocimientos, hubiese alguno del cual fuese imposible dudar, habría encontrado con ello un punto en el que anclar todo el sistema del conocimiento.

Descartes va en primer lugar a buscar esta indubitabilidad en el conocimiento sensible, en el conocimiento que nos dan nuestros sentidos. Descartes piensa que hay muchas ocasiones en las que nuestros sentidos se muestran engañosos. Por eso concluye Descartes que la información que nos dan nuestros sentidos no es indudable, pues hay ocasiones en las que resultan engañosos. En segundo lugar, no podemos dudar de que algo estamos viendo, es decir, no podemos dudar de que existe algo que nos están transmitiendo nuestros sentidos. Señala que esto tampoco es completamente seguro pues en muchísimas ocasiones confundimos nuestros sueños con la realidad. Y por último en tercer lugar, aunque no estemos seguros tampoco de que existe aquello que creemos percibir, cualquier percepción sensible que tengamos está compuesta de ciertos elementos simples de los que no cabe dudar.

Prueba de la existencia de Dios

Aunque la proposición “Dios existe” es una verdad que conocemos por fe, para Santo Tomás es también una verdad de razón, es decir, algo que se puede demostrar mediante argumentos racionales siendo un preámbulo de la fe. Santo Tomás cree que puede haber dos tipos de demostraciones:

  1. Demostraciones a priori: En las que partimos de las causas y llegamos a los efectos sensibles, pero sin necesidad de utilizar ningún dato sensible para realizar la demostración.
  2. Demostraciones a posteriori: En las que partimos de los efectos sensibles y llegamos a las causas, es decir, demostraciones en los que sí utilizamos datos sensibles en la demostración.

Santo Tomás elabora cinco argumentos para demostrar la existencia de Dios, las llamadas cinco vías. Se trata de demostraciones que parten de distintos hechos de experiencia, de distintos fenómenos sensibles, y se remontan a sus causas.

Emotivismo moral

Para Hume los seres humanos actuamos según criterios morales. El problema surge cuando nos preguntamos en base a qué hacemos estos criterios. La moralidad no puede ser una cuestión de hecho, dado que las únicas impresiones de las que disponemos para las acciones son las referidas a los accidentes que percibimos, pero no tenemos ninguna impresión de la bondad o maldad de la acción. La moralidad de una acción no se refiere a lo que las cosas son sino a lo que las cosas deben ser, todo aquel que pretendiese inferir de la descripción de una acción si esa acción es la que debía realizarse o no, estará haciendo un razonamiento incorrecto. Hume considera que la moralidad estaría basada en impresiones de reflexión: una impresión produce una idea y la consideración de esa idea produce en nosotros una nueva impresión, un sentimiento, de agrado o de desagrado. Hume afirma que “la razón es y sólo debe ser la esclava de las pasiones”. Por otro lado, Hume considera que todos los humanos sentimos una cierta empatía por los demás, de modo que los placeres de los demás nos provocan agrado y sus dolores nos provocan desagrado.

La colaboración entre razón y fe

Para San Agustín no había un gran conflicto entre la racionalidad griega y la religión cristiana y no vio, por ello, la necesidad de establecer una separación entre el ámbito de la razón y el de la fe. La verdad es una, y la razón y la fe no dejan de apoyarse para encontrar esa única verdad. De este modo, Agustín cree que la razón colabora con la fe en la comprensión del mundo: por un lado la precede, planteando problemas que sólo la fe podrá resolver; pero por otro lado, la sigue, ya que nos aclara lo que la revelación ha expuesto. San Agustín afirma señalando que si la razón fuese suficiente, no habría necesidad de la fe para entender nada. La razón intenta comprender lo que ha sido transmitido a los humanos por la fe pero, en caso de no llegar a entenderlo habría que quedarse con lo que le dice la fe sin más.

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