El Rechazo del «Platonismo» y la Afirmación del Mundo Sensible
El pensamiento de Nietzsche (N) arranca con Parménides en el siglo VI a. C. y llega hasta su época (siglo XIX) con el positivismo. El único filósofo al que N considera, hasta cierto punto, libre del error del «platonismo» es Heráclito, que afirmaba que la esencia de la realidad es el cambio permanente, puro devenir.
N pretende desenmascarar al «platonismo» poniendo en evidencia su gran mentira: la invención del «mundo verdadero», mundo suprasensible habitado por seres ideales, eternos e inmutables. Para él, el único mundo que existe es el «mundo aparente» de las cosas temporales y cambiantes que nos muestran los sentidos, el mundo sensible. El «mundo verdadero» platónico es un invento que se ha elaborado invirtiendo las características esenciales del «mundo aparente». El Dios cristiano sería el punto culminante de esta forma de pensar. Lo que lleva al hombre a crear «otro mundo» y a Dios es el instinto de conservación frente al devenir, la necesidad psicológica del hombre de sentirse seguro frente al cambio constante y caótico de la realidad. Pero para N, aferrarse a esas creencias es un síntoma de cobardía, de miedo a la vida que viene producido por la inseguridad que nos provoca el devenir. La moral que corresponde a una creencia así es necesariamente una moral «contra naturaleza», ya que se opone a la única vida que tenemos del mundo sensible, martirizando al cuerpo para que el «alma» pueda alcanzar el goce eterno en «otro mundo». La llama «moral de esclavos», pues se asienta sobre los «valores del rebaño»: resignación, sacrificio, dolor, debilidad, obediencia, humildad, etc.
En contraposición a esa moral, N propondrá la que él llama «moral de los señores», que ensalza el amor a la vida, la grandeza, el placer, lo noble y lo aristocrático.
El Lenguaje como Origen del Error y la Intuición como Vía de Conocimiento
Estos errores filosóficos que remiten a seres inmutables y eternos y, en última instancia, a un «transmundo» y a Dios proceden, según él, del tradicional protagonismo de la razón frente a los sentidos a la hora de interpretar la realidad. Y es que la razón, al pensar la realidad mediante conceptos universales y necesarios y, por tanto, estáticos, nos lleva a creer que la realidad también es estática y no cambiante como la perciben los sentidos, ya que la razón tiende a atribuir existencia real e independiente a los conceptos; pero con ello fija la realidad, que es puro devenir. En última instancia, los errores filosóficos procederían de nuestro lenguaje, pues los conceptos se derivan de las palabras: las palabras se transforman en conceptos cuando abandonan las referencias individuales para referirse a lo común a varias cosas.
Ahora bien, es evidente que los conceptos así entendidos no remiten a entes reales. Pero incluso siendo conscientes de que el error se produce en el lenguaje conceptual, no podemos evitar que se produzca, pues, según N, ese lenguaje condiciona absolutamente nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir. Toda nuestra actividad mental está en palabras, es lenguaje. «El filósofo está atrapado en las redes del lenguaje». De ahí la afirmación: «Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática».
Por tanto, si la única realidad es este mundo sensible en constante devenir que nos muestran los sentidos y los conceptos racionales no sirven para aprehenderla, según N, la vía de aproximación al conocimiento de esta realidad no es la razón, sino la intuición. N rechaza la razón como modo superior de conocimiento y afirma la posibilidad de un conocimiento intuitivo y directo de la realidad. El lenguaje con el que mejor se expresan las intuiciones de lo real sería el lenguaje metafórico, más propio de la poesía que de la ciencia. La metáfora, al contrario que el concepto, no tiene un significado fijo, sino que es susceptible de una infinidad de interpretaciones; y, por tanto, sirve mejor que el concepto para darnos a conocer las múltiples perspectivas que la realidad cambiante nos ofrece.
La Multiplicidad de Perspectivas y la Preeminencia del Arte
Pero si la realidad cambiante nos ofrece múltiples perspectivas que no pueden ser aprehendidas por entidades mentales de significado fijo, sino que solo podemos expresar mediante metáforas, y las metáforas admiten múltiples interpretaciones, entonces todo conocimiento será relativo y no habrá una verdad fija y universal, sino múltiples verdades (habrá tantas verdades como interpretaciones de los hechos haya; y habrá tantas interpretaciones cuantas perspectivas haya). El mundo tampoco tiene un sentido único y fundamental, sino múltiples sentidos.
Esta negación del valor del concepto a favor de la metáfora implica también el poner el arte, que se expresa en general con lenguaje metafórico, por encima de la ciencia, que se expresa con lenguaje numérico. Criticó especialmente el exceso de matematización de lo real llevado a cabo por la ciencia positiva de su época, pues los números, como los conceptos, fijan lo real, que es puro devenir.
Lo Apolíneo y lo Dionisiaco: Una Visión Trágica y Estética de la Existencia
En concreto, para expresar su intuición de lo real, recurrirá a la metáfora de lo apolíneo, Apolo, dios de las bellas formas y del orden, que simboliza el ámbito de los fenómenos, y lo dionisiaco, Dionisio, dios de la embriaguez y del caos orgiástico, que simboliza el fondo informe que subyace a toda realidad: el mundo sería el producto de la tensión entre dos fuerzas contradictorias de la naturaleza: la apolínea, que tiende al orden y la estabilidad, y la dionisiaca, que tiende al desorden y el devenir. La permanente tensión entre ambas crea y destruye mundos eternamente. La unidad y la tensión entre lo dionisiaco y lo apolíneo es vista por N como tragedia; la existencia del mundo y de la vida es trágica.
Pero esta visión trágica no es pesimista, es real, es lo que hay, y como tal hay que aceptarla. Estas fuerzas naturales carecen de responsabilidad moral, pues crean su obra sin ninguna intencionalidad, sin presupuestos previos, ya sean morales o racionales; simplemente crean y destruyen el mundo. El único sentido que puede tener un mundo así concebido, en constante devenir, sin finalidad y sin Dios, es para N un sentido estético: «Solo como fenómeno estético están plenamente justificados la existencia y el mundo». El mundo de las apariencias es una bella creación de Apolo-Dionisio. La vida humana auténtica también ha de consistir en un juego estético: debemos hacer de nuestra vida una auténtica obra de arte, de tal forma que amemos tanto cada instante de la misma que deseemos su eterno retorno. Así, se impone una concepción estética de la existencia frente a la concepción moral de la tradición, de la cual el arte es el único sentido.
Fue con Sócrates con quien comenzó, según N, el sometimiento de lo dionisiaco a lo apolíneo, la tiranía de la razón sobre el instinto vital y la imposición de una concepción moral de la realidad frente a la estética. En esta actitud socrática, N sitúa el origen de la decadencia de Grecia y de la cultura europea.
La «Muerte de Dios» y el Nihilismo
Su crítica a la cultura occidental culminará con la proclama de su famosa frase: «Dios ha muerto», que le sumirá en el nihilismo (negación de todos los valores), del latín nihil, «nada». Emplea este término con dos significados:
- Nihilismo pasivo: decadencia y retroceso del poder del espíritu, consecuencia de la «muerte de Dios»; aparece por la conciencia del carácter infundado de la creencia en lo sobrenatural, en el mundo del espíritu. Durante siglos se ha creído que la vida tiene un sentido porque algo exterior a ella se lo da; con la muerte de Dios, sobreviene la crisis del sentido y el convencimiento de que la existencia es insostenible, vacía, carente de sentido. El «nihilista pasivo» no cree en ningún valor, puesto que considera que todo valor es posible solo si Dios existe, y Dios no existe; puede terminar en la desesperación, la inacción, la renuncia al deseo, el suicidio.
- Nihilismo activo: signo del creciente poder espiritual, intenta mostrar cómo los valores dominantes son una pura nada, una invención; N es nihilista en este sentido, pues propone la destrucción completa de todos los valores vigentes y su sustitución por otros radicalmente nuevos. Es una fase necesaria para la aparición de un nuevo momento en la historia, para el reencuentro con el «sentido de la historia», la aparición de una nueva moral y del superhombre. Posteriormente, superará el nihilismo llevando a cabo una transmutación o inversión de todos los valores hasta entonces vigentes, apoyándose para ello en una serie de intuiciones sorprendentes: el superhombre, la voluntad de poder y el eterno retorno de lo mismo.
El Superhombre, el Eterno Retorno y la Voluntad de Poder
- El superhombre: es el hombre que se ha encontrado consigo mismo y que no admite la existencia del más allá. Solo es posible cuando se realice hasta el final la «muerte de Dios». No se puede identificar con una clase social ni con una raza. En cuanto a su conducta moral: rechaza la moral de esclavos; rechaza la conducta gregaria (la moral de los que siguen a la mayoría); crea valores, inventa normas morales a las que se somete; los valores que crea son los fieles al mundo de la vida; vive en la finitud: no cree en ninguna realidad trascendente, ni en Dios ni en un destino privilegiado; acepta la vida en su limitación, es dionisiaco; le gusta el riesgo: no está preocupado ni por el placer ni por el dolor, pues pone por encima de ellos el desarrollo de su voluntad y de su espíritu; es contrario al igualitarismo: le gusta desarrollar en él mismo y en los demás lo que le es más propio; ama la intensidad de la vida (alegría, salud, amor…). Es la afirmación enérgica de la vida y el creador y dueño de sí mismo y de su vida, es un espíritu libre.
- Tesis del eterno retorno como signo de vitalidad: concepción del tiempo consistente en aceptar que todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones y cosas pasadas, presentes y futuras, se repetirán eternamente. Cabe entender esta tesis como la expresión de la máxima reivindicación de la vida: la vida es fugacidad, nacimiento, duración y muerte, no hay en ella nada permanente; pero podemos recuperar la noción de permanencia si hacemos que el propio instante dure eternamente, no porque no se acabe nunca, sino porque se repite sin fin.
- La voluntad de poder, «esencia» de la vida: es el principio básico de la realidad a partir del cual se desarrollan todos los seres, la fuerza primordial que busca mantenerse en el ser y ser aún más. Las características que para él tiene la realidad, el ser (la voluntad de poder) son: irracionalidad: el mundo no es racional, sino caos, multiplicidad, diferencia, variación y muerte; la razón está al servicio de otras instancias más básicas, como los instintos o las emociones; inconsciencia: las distintas formas que toman las fuerzas de la vida no tienen ningún objetivo o finalidad; N declara con ello el carácter contingente de la existencia; impersonalidad: se trata de un cúmulo de fuerzas que buscan la existencia y el ser más, compitiendo en dicho afán entre sí. Para él, la voluntad es una manifestación superficial de una fuerza que está en lo más profundo de nuestro ser y una simplificación de un complejo juego de causas y efectos (deseos, instintos, pulsiones, inclinaciones que se enfrentan unas a otras). La voluntad de poder se identifica con cualquier fuerza, inorgánica, orgánica, psicológica, y tiende a su autoafirmación: no se trata de voluntad de existir, sino de ser más. Es el fondo primordial de la existencia y de la vida.