Nietzsche y Ortega y Gasset: Similitudes y Diferencias en su Filosofía Vitalista

Nietzsche y Ortega y Gasset: Similitudes y Diferencias en su Filosofía Vitalista

Tanto Friedrich Nietzsche como José Ortega y Gasset se han considerado pertenecientes al vitalismo. Ambos reaccionaron a los excesos de un racionalismo aplastante. Nietzsche reacciona frente al idealismo absoluto de Hegel; Ortega, frente a la razón instrumental, a la racionalidad calculadora que somete a todo individuo y a la sociedad a los dictados del interés y el beneficio.

Semejanzas entre Nietzsche y Ortega y Gasset

Ortega y Gasset pretende establecer las condiciones para una filosofía política capaz de albergar distintas valoraciones morales, respetando siempre los límites racionales. Los principios adaptados a los pueblos que se autolegislan según su idiosincrasia. Nietzsche no ve esos condicionamientos históricos y sociopolíticos de los pueblos en el establecimiento de su moralidad, sino una ruptura de todo constreñimiento de la expansión de la vida. Pero ambos ven en la moral la perspectiva vital del pensamiento y la posibilidad de renovación humana.

Ortega y Nietzsche entienden que la razón es insuficiente para que el sujeto humano alcance sus fines. Nietzsche, de manera radical, la acusa de petrificar la realidad, sustancializarla y llenarla de relaciones causales a imagen y semejanza de su “yo” cosificado y de su “voluntad” alienada. Ortega parte de una crítica a la universalidad abstracta de la razón kantiana y propone, teniendo en cuenta al propio Nietzsche, un uso más histórico y limitado de la propia razón.

Ortega y Nietzsche se oponen a las sociedades de masas, que eliminan la individualidad y establecen pensamientos protésicos para formar hombres-masa. Ambos entienden que el problema del pensamiento va relacionado con las élites. Ortega cree que en España esa vertebración entre élites y masa no se ha conseguido históricamente. De ahí su esfuerzo por introducir en la política una dimensión filosófica y moral. Nietzsche va más allá y plantea que la masa no es algo externo, sino interno al propio sujeto, escindido entre un sujeto-cuerpo cuyo “instinto y sentidos están plenos de posibilidades, más allá de su “humanidad”, y una serie de identidades postizas religiosas, morales, sociales, que le reducen a ser lo que la sociedad ha establecido como su destino. Ortega ve en el perspectivismo la salida a la anodina conversión de los individuos en hombres-masa. Nietzsche, en la concepción trágica de la vida, en la aceptación dionisíaca de la misma.

La vida no es una dimensión biológica ni para Nietzsche ni para Ortega. Desde el punto de vista de Ortega, la ciencia solo ve la objetividad desvitalizada, su materialidad. Desde el punto de vista de Nietzsche, la ciencia pretende sembrar la seguridad en los temerosos humanos, que la religión ha perdido. Huyen a la ciencia para encontrar las convicciones que perdieron con la “muerte de Dios”.

Diferencias entre Nietzsche y Ortega y Gasset

Ortega cree en el uso práctico y teórico de la razón. Cree que es un instrumento con el que se puede conseguir un proyecto vital que aporte felicidad. Nietzsche ve en la razón un constructo filosófico en sintonía con las ficciones creadas a lo largo de la historia: existencia, sustancia, etc. En Ortega, la suma de puntos de vista constituye una supuesta y armónica unidad de perspectiva. La racionalidad no es otra cosa que esa conjunción de puntos de vista. Para Nietzsche, no hay tal armonía, más bien exceso, posibilidad abierta al placer y al dolor. La vida va en dirección opuesta a la previsible razón, pues es previsible en tanto reducimos la vida y nos quedamos con los conceptos.

Nietzsche cree que Dios es la máxima ficción que el hombre ha creado para alienar su voluntad y poner afuera su responsabilidad de decidir. Ortega deja la puerta abierta a la existencia de Dios, como condición de todo sentido.

Nietzsche concibe el arte como despliegue y agudización de los sentidos. Ortega aprecia el arte nuevo, la creación, y ve en esa línea un proceso de “deshumanización de las formas”, un alejamiento del mundo humanizado, aunque el arte siga siendo una expresión humana. Ve en el arte un modo de sentir la existencia, una tendencia a realizar en el arte un sentido “deportivo y festival de la vida”. La deshumanización es un diagnóstico, pero Ortega, pese a ser un admirador de Cervantes, lo quiere como “pasado”, pues el futuro, la perspectiva que él tiene ante la vista, no es esa.

Nietzsche participaría de esta idea, pero su radicalidad es mayor. Es apologético del final, que concibe la voluntad de poder como un derivado de la creación vital del arte. A partir de *Así habló Zaratustra*, el arte no quedará como algo fantástico superado frente a la ciencia, sino como voluntad de creación y de apertura de vías a la vida. “La gran política” está ligada a esa fuerza creadora. Ortega concibe su existencia como una conjunción de su “yo” y de sus “circunstancias”. Pero de esa circunstancia, dice: “La circunstancia es una perspectiva y, como tal, tiene siempre un primer término…; el primer término de mi circunstancia era y es España”.

Nietzsche no cree en ese yo como unidad que sintetiza la experiencia y supone igualmente una unidad del querer, de la voluntad. Más bien lo entiende como una ficción que apacigua al sujeto sometido a diversas fuerzas de tensionalidad; unas que atraviesan el instinto y la vida, y otras, reactivas, que tratan de controlar, o creer que controlan, esa “voluntad” y ese supuesto unitario yo. El yo es una ficción biográfica que escamotea las fuerzas irracionales del instinto. Por otra parte, la “circunstancia”, que para Ortega es España, y ante la cual se siente responsable, no supone para Nietzsche más que otra ficción, otro “ídolo” en el ocaso, como la patria alemana. Una forma, en definitiva, de poner fuera (en la patria) la guía, el motivo y el objeto de nuestro querer, de nuestra voluntad.

Ortega retoma el problema planteado por la “muerte de Dios” nietzscheana, con toda su carga de nihilismo, para introducir en el seno de esta crítica radical la esperanza de la razón vital, esto es, la posibilidad de que al viviente se le presente la racionalidad no como algo externo y ajeno, sino como una necesidad para responder a la urgencia de “su” vida.

La “Vida” de Nietzsche, a cuyo servicio está el superhombre (*Übermensch*) para ir más allá de la mezquindad de un “Yo” anclado en el prejuicio, queda reducida en Ortega a “mi vida” personal y consciente que “yo dirijo”, sin saber qué pasará mañana, pero usando mi razón para salirle al paso, en vez de empeñarme en alumbrar auroras inéditas:

“…nadie sabe lo que le va a acontecer mañana, pero sí sabe cuál es su carácter, sus apetitos, sus energías y, por tanto, cuál será el estilo de sus reacciones ante aquellos accidentes”.

Para Nietzsche, ese “saber” es una trampa imaginaria que somete al sujeto a lo previsible, a lo considerado por los distintos “saberes” que se ofrecen al sujeto como señuelo para el control de la vida.

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