El nihilismo niega lo que pretenda un sentido superior, objetivo o determinista de la existencia, puesto que dichos elementos no tienen una explicación verificable. En cambio, es favorable a la perspectiva de un devenir constante o concéntrico de la historia objetiva, sin ninguna finalidad superior o lineal. Es partidario de las ideas vitalistas y lúdicas, de deshacerse de todas las ideas preconcebidas para dar paso a una vida con opciones abiertas de realización, una existencia que no gire en torno a cosas inexistentes. En este sentido, el nihilismo no significa creer «en nada», ni pesimismo, ni mucho menos «terrorismo», como suele pensarse, si bien estas acepciones se le han ido dando con el tiempo a la palabra. De todas formas, hay autores que al nihilismo, entendido como negación de todo dogma para dar apertura a opciones infinitas no determinadas, le llaman nihilismo positivo, mientras que al sentido de negación de todo principio ético que conlleve la negligencia o la autodestrucción le llaman nihilismo negativo, aunque también se los conoce como nihilismo activo y nihilismo pasivo.
Dionisíaco. Según Nietzsche, en el espíritu griego existieron dos tendencias contrarias:
- Apolínea, del dios Apolo, favorable a la luz, la razón, la medida… Cuando nos dejamos llevar por el punto de vista apolíneo, atribuimos al mundo un orden y un sentido.
- Dionisíaca, del dios Dionisos, asociado a la oscuridad, los instintos, el éxtasis… Cuando domina en nosotros lo dionisíaco, vemos que el mundo no es más que caos y azar.
Para Nietzsche y Schopenhauer, el arte era algo más que mero entretenimiento; era una forma de descifrar la verdadera realidad del mundo, lo que el mundo verdaderamente es. La decadencia del espíritu y del pensamiento griego llegó cuando Platón negó la realidad del mundo sensible, el dionisíaco (sombras en el fondo de una caverna) y se inventó uno aparte, el mundo inteligible, el verdaderamente real, donde todo respondía a los ideales apolíneos de perfección, inmutabilidad, orden, medida, eternidad… Según Nietzsche, fue la debilidad y la cobardía ante el “mundo aparente”, un mundo en el que hemos de morir, lo que hizo que Platón inventase ese otro mundo donde somos almas inmortales rodeadas de perfección. A esta tendencia del espíritu se le denomina nihilismo.
Inocencia del devenir. La inocencia del devenir es una concepción del mundo opuesta a toda interpretación moral, cristiana, más allá del bien y del mal. Tanto los griegos como el cristianismo juzgaron la existencia como culpable. La diferencia estriba en que para los griegos la responsabilidad es de los dioses, mientras que para el cristianismo es de los hombres.
Mundo aparente. Nietzsche llama platonismo a toda teoría para la que la realidad está escindida en dos mundos: un mundo verdadero, dado a la razón, inmutable y objetivo, y un mundo aparente, dado a los sentidos, cambiante y subjetivo. Al mundo verdadero en Platón le corresponde la eternidad y se relaciona con el bien y el alma, mientras que al mundo aparente le corresponden el nacimiento y la muerte y se relaciona con el mal y el cuerpo. El platonismo es una filosofía producto de una nefasta influencia del lenguaje, que busca siempre sustancias donde sólo hay devenir y una enfermedad de la vida misma: solo individuos con un tono vital bajo pueden creer en la fantasmagoría de un mundo trascendente; la cultura occidental se inventa un mundo verdadero (objetivado en Dios gracias al cristianismo) para encontrar consuelo ante lo terrible del único mundo existente, el mundo dionisíaco.
Transmutación de los valores. En La genealogía de la moral, Nietzsche aborda la crítica de la moral cristiana a partir del estudio del origen de los valores. Para ello, emplea el método genealógico, consistente en una investigación etimológica e histórica de la evolución de los conceptos morales, del bien y del mal:
- En la Grecia heroica de Homero, el bueno era el fuerte, el apasionado, el poderoso, el guerrero, el creador de valores. A partir de Sócrates y Platón, el pesimismo nihilista comienza a ganar a los griegos. El bueno es aquel que renuncia a la vida, a las pasiones y al cuerpo en favor de un mundo de las Ideas inexistente.
- Judaísmo y cristianismo, apoyados en el platonismo, son el origen de una nueva moral cuya característica fundamental es el resentimiento. Este consiste en condenar la vida porque se es impotente para vivirla. Judaísmo y cristianismo llevan a cabo una inversión de los valores de la Grecia heroica: a partir de ahora, los buenos son los obedientes, los mansos, los sumisos, los débiles, los impotentes, los abstinentes, los enfermos, los pobres, los miserables, los deformes. Por el contrario, ahora pasan a ser malos los superiores, los orgullosos, los fuertes, los poderosos, los héroes. Frente a la moral heroica de los antiguos griegos, la moral cristiana es una moral de esclavos.
- Nietzsche propone una nueva inversión de los valores, una transmutación de los valores. La moral cristiana del resentimiento, de condena de la vida, sería sustituida por una moral sana que se guía por valores que dicen “sí” a la vida, a las pasiones y a los instintos. El abanderado de esta nueva moral sería el superhombre, aquel capaz de asumir la muerte de Dios, la “pesada carga” del eterno retorno y de “espiritualizar las pasiones”.
Moral contranatural. La moral tradicional es “antinatural”, pues presenta leyes que van en contra de las tendencias primordiales de la vida; es una moral de resentimiento contra los instintos y el mundo biológico y natural. Este ha inventado las ideas de pecado y libertad. La idea de pecado es una de las ideas más enfermizas inventadas por la cultura occidental: con ella, el sujeto sufre y se aniquila a partir de algo ficticio. El cristianismo tiene necesidad de la noción de libertad: para poder hacer culpables a las personas, es necesario antes hacerlas responsables de sus acciones. A la moral contranatural se opone la moral sana. La moral sana es la que se guía por valores que dicen “sí” a la vida, las pasiones… Es lo opuesto a la moral platónica y cristiana que han declarado la guerra a las pasiones. La moral sana no busca la aniquilación de las pasiones como la moral contranatural, sino la espiritualización de las mismas. Frente a la moral contranatural, cuyo ideal es el castrado ideal, en la moral sana el ideal es la afirmación de la vida.
En boca de Nietzsche: “Yo comprendí que mi instinto quería llevar a cabo todo lo contrario de lo que había querido el instinto de Schopenhauer: llegar a una justificación de la vida, aun en lo que tiene de más terrible, dudoso y engañoso. A tal fin, yo había puesto la mano en la fórmula dionisíaca. Contra la afirmación de que un en sí de las cosas es necesariamente bueno, feliz, verdadero, único, la interpretación schopenhaueriana del en sí como voluntad constituye un progreso esencial. Pero Schopenhauer no supo divinizar esta voluntad. Se atuvo al ideal cristiano moral. Se encontró aún de tal modo bajo la dominación de los valores cristianos, que cuando la cosa en sí no fue ya para él Dios, tuvo que mirarla como mala, absurda y reprobable. No comprendió que puede haber infinitas maneras de ser diversamente y de ser dios”.
4 Temas
La muerte de Dios
La expresión Dios ha muerto significa mucho más que la afirmación de algún tipo de ateísmo; es la gran metáfora que expresa la muerte de las verdades absolutas, de las ideas inmutables y de los ideales que guiaban la vida humana. Dios representa todo aquello que es suprasensible, representa todos los idealismos, representa las grandes creencias o verdades que atraviesan toda la historia de Occidente. Los viejos y más elevados ideales ya no impulsan las vidas de las personas, han perdido su fuerza.
La muerte de Dios equivale al derribo de los pilares de nuestra civilización: todos los valores de esta descansan en la presuposición de que el sentido de este mundo está fuera de él. Dios personifica esta presuposición. Ahora vivimos el final de una civilización que se basa en la mentira de un sentido único y fijo de las cosas.
Dios ha muerto: no es que no existiese, es que ha muerto. Su asesinato inaugura un tiempo nuevo: un tiempo sin ideales, principios o valores erigidos por sobre nosotros. Delante de la muerte de Dios, solo se dan dos posiciones: la del último hombre, la del hombre que vive el fin de la civilización, o la del superhombre, la del nuevo dios terrenal que dice sí a la vida.
Nietzsche ve en su propio tiempo el reino del último hombre, del hombre que vive la triste fin de una civilización en la cual habían imperado grandes valores ahora ya muertos. Es el reino del hombre empobrecido, del hombre sin grandes objetivos, solo con pequeños intereses; es el reino del hombre que se ve precipitado al nihilismo. El nihilismo es el estado del hombre falto de objetivos por los que merezca la pena luchar, falto de fuerza para superarse. Es el hombre de la vida moderna, que está de vuelta de todo y solo busca la comodidad y su placer diario.
Pero el nihilismo es mucho más. La afirmación de Dios, la afirmación de mundos ultraterrenales como el platónico, el mismo cristianismo con sus valores morales que niegan la vida son otras formas de nihilismo. La afirmación de Dios es nihilista porque es la afirmación de un nihil, de una nada enmascarada; platonismo y cristianismo son formas de nihilismo porque defienden que las tendencias vitales o instintivas son una nada.
3.2 El superhombre
La doctrina del superhombre se fundamenta en la muerte de Dios. El superhombre será el nuevo dios terrenal, será el sentido de la tierra, el hombre que será «capaz de dar a luz una estrella»; el polo opuesto al último hombre. En su camino, el superhombre se opondrá a toda difamación del mundo, a todo menosprecio por el cuerpo, a todo ascetismo. Debe dar un nuevo sentido al mundo: nuevos valores no trasmundanos. Esta creación de nuevos valores será el gran riesgo del superhombre, y no cuenta con ningún soporte fuera de él mismo; será el gran creador de valores fundamentados en la vida.
¿Cuáles son las cualidades del superhombre? Nietzsche no lleva a cabo una caracterización de este ser superior, solo hace insinuaciones. Será un espíritu libre y corazón libre que no cede ante nada, pero que participa de la inocencia y espontaneidad del niño. ¿Con qué cuenta el superhombre para crear nuevos valores? Con la voluntad de poder.
Nietzsche (a través de la figura de Zaratustra) presenta al superhombre como el fruto de tres transformaciones del espíritu:
Cómo el espíritu se convierte en camello, cómo el camello se convierte en león y cómo el león se convierte en niño.
El camello simboliza a los que se contentan con obedecer ciegamente, solo tienen que arrodillarse y recibir la carga, soportar las obligaciones sociales, obedecer sin más a los valores que se presentan como creencias.
El camello que quiere ser más se transforma en león; el león no tolera que nadie le toque ni se inclina ante nadie para ser cargado. Simboliza, por tanto, al ser humano liberado de las cargas morales y sociales. Representa el gran negador, el nihilista que rechaza todos los valores tradicionales. Su poder se consuma y agota en el esfuerzo por la rebelión: en sí mismo aún hay mucha resistencia y rigidez, no hay verdadera soltura del querer creador, no ha llegado a sí mismo, a su propia riqueza de vida.
Pero también el león tiene necesidad de transformarse en niño, superar su autosuficiencia para poder vivir libre de prejuicios y crear una nueva tabla de valores. El niño es inocente y es juego, pero también es creador. Solo el niño consigue la espontaneidad de lo vivo. Está libre de prejuicios y puede crear nuevos valores. El juego de crear, y decir sí a la vida, a lo que le rodea y a lo que está por llegar.
3.3 La voluntad de poder
La voluntad de poder es la energía que toda vida en plenitud manifiesta; es la voluntad de dominio, voluntad de ser más fuerte, de crecer: es la potencia vital. La voluntad de poder es la vida que impone su ley. Pero la voluntad de poder no es la salvaje ley del más fuerte. Es el poder de los creadores, el poder de aquellos que, por su propia grandeza, se adueñan de la situación. En el campo de la creación artística, un creador, un Picasso, no fuerza a nadie a pintar como él, pero deviene señor de la situación y de ninguna manera se le puede ignorar. La voluntad de poder es la nueva ley, es el imperativo nietzscheano. Es preciso crear constantemente formas nuevas de vida, lo cual comporta la destrucción de otras formas de vida, decadentes o agotadas. La instauración de nuevos valores y la superación del nihilismo son posibles con la voluntad de poder. La voluntad de poder se opone a la voluntad de igualdad. Cuanto más poderosa y creadora es una vida, más impone jerarquía y desigualdad; cuanto más débil e impotente, más impone igualdad. Los predicadores de la igualdad son aquellos que, como las tarántulas, están llenos de veneno, de un veneno que quiere asesinar toda vida noble y superior. La voluntad de igualdad es el intento de reducir lo que es original y excepcional a ordinario y mediocre. Nietzsche polemiza contra la identificación de igualdad con justicia, identificación bien viva en la Revolución Francesa, en las propuestas socialistas y comunistas, en todas las democracias y en lo mismo cristianismo.
3.4 El eterno retorno
Del superhombre, Zaratustra habla a todo el mundo; de la muerte de Dios y de la voluntad de poder, a pocos; del eterno retorno, solo a sí mismo. Es su pensamiento menos elaborado. En un mundo donde todo pasa, donde todo se transforma, donde toda forma nueva de vida es destruida, perdura y se repite —eternamente— el acto creador.
El eterno retorno o circularidad del tiempo comporta no una visión lineal del tiempo, sino una visión cíclica. En un horizonte lineal destacan pasado y futuro; pero estos se funden en una visión cíclica: la distinción entre pasado y futuro no la hace el tiempo, sino cada uno de nosotros desde su punto de vista. Aquí, lo único que cuenta es el instante creador, un instante que, como un relámpago, alumbra todo el paisaje del tiempo. Entonces, el instante decide sobre la eternidad, o sea, lo que se hace vale por siempre, como el que compone una ley científica con validez universal.
La voluntad de poder y el eterno retorno no implican que imperen formas de vida cada vez mejores, que las especies crezcan en perfección, sino que el mundo, eternamente, se ve dominado por la voluntad de aceptarse y de repetirse, una voluntad que es una eterna necesidad. Este es el amor fati de Nietzsche, el amor al destino, la estimación de lo que es necesario. Es la aceptación, por parte de la voluntad, del destino enigmático del mundo.