Nomos y Physis en la Filosofía Griega
Los Sofistas y la Crisis del Nomos
Nomos se suele traducir por “ley”. En castellano, esta palabra tiene varios significados, como consecuencia de veinticinco siglos de historia y descubrimientos:
- Ley en sentido jurídico: norma reguladora de la vida en sociedad.
- Ley en sentido científico: conjunto de hechos probados por la naturaleza.
- Ley en sentido religioso: los dictados de Dios.
Para los atenienses, el nomos estaba compuesto de elementos jurídicos y morales que no se podían separar. La ley en sentido científico-natural era impensable. Cada ciudad-estado en Grecia tenía su propio nomos, un entramado de normas o prescripciones que regulaba sus relaciones.
Physis equivale a “naturaleza”, aunque los griegos la entendían como la fuente de la que emana toda la realidad, lo que da “natura” a toda la existencia, incluidos los dioses. Nuestro sentido actual de la ciencia carece de tal contenido.
La mayoría de sofistas es consciente de que el nomos está siendo deslegitimado. Deciden, pues, acudir a la physis, aunque a través de diferentes argumentos. Sin embargo, una minoría quiere reparar el nomos, relegitimarlo. Por ello se dividen en dos grupos:
- a) Grupo de los sofistas que abogan por salvar el nomos (a través de la physis)
- b) Grupo de sofistas que ven el nomos insalvable
Sócrates y la Defensa del Nomos
Sócrates pertenece a la generación de los sofistas, por lo que también se sumerge en el mismo problema filosófico-jurídico de la época: la dicotomía entre la physis y el nomos. Ante la deslegitimación del nomos, responde a Hipias de Elis –que reivindicaba el más puro iusnaturalismo- que la solución a la crisis ideológica del momento no estaba en leyes no escritas provenientes de la divinidad, iguales en todas partes y para todos los hombres, que contienen las consecuencias por su trasgresión, sino que “lo conforme al nomos es lo justo y así, el que obedece las leyes de la ciudad (justicia ateniense), actúa justamente y quien no lo hace, actúa injustamente”.
Estas palabras, transmitidas por Jenofonte, muestran que la postura de Sócrates es antitética a la de los sofistas, pues éste se empeña en seguir los mandatos del nomos, en lugar de apelar a la physis como norma rectora de la conducta humana.
En la terminología actual podríamos decir que Sócrates es un “positivista legalista”, porque equipara lo justo a lo que dice la ley. Con este pensamiento se suma a la idea de los atenienses más tradicionales de su época, que concebían el nomos como fuente rectora fundamental de la vida. De ahí, la paradoja que encierra el hecho de haber sido condenado a muerte por subversivo. Un personaje como él, que lo ponía todo en duda (“sólo sé que no sé nada”) mantuvo, sin embargo, una fe ciega en el nomos, una creencia plena y absoluta que rozaba los límites de la devoción, y que le llevó, en más de una ocasión, a arriesgar la vida por su salvaguarda y obediencia (episodio de las Arginusas).
Platón y el Mundo de las Ideas
Platón pertenece a la generación posterior de su maestro –Sócrates-, contemporáneo de los sofistas, los cuales habían transmitido su saber a mediados del siglo V a.C. en el seno de una profunda crisis. Esta crisis, que los sofistas creían haber resuelto, se agudiza aun más en la generación posterior. Los sofistas apelaban a la physis porque el nomos había dejado de funcionar, pero, no habiendo mantenido una postura unívoca al respecto, la crisis se había incrementado. Platón se encuentra ante esta situación. Sabe perfectamente que Sócrates ha sido confundido con un sofista, lo cual no deja de ser paradójico, ya que su ideología era, precisamente, la contraria. Pero Sócrates tampoco había dejado una solución y de ahí parte Platón para elaborar su filosofía, que será la más influyente de toda la Historia.
Según Platón, existen entes reales situados en un mundo que no vemos, no tocamos, no oímos… porque los objetos aprehensibles con el conocimiento epistémico –ideas- no son tangibles. De acuerdo con su teoría, hay dos mundos: el sensible donde nos movemos, y el inteligible (suprasensible), que no vemos. Platón es el gran dualista metafísico. El mundo de las vivencias cotidianas o mundo sensible es en el que transcurre nuestra vida y nadie duda de ello, por lo que no provoca ningún problema filosófico. Para Platón este mundo es secundario porque los objetos cambian, el verdaderamente importante es el mundo inteligible, donde viven las ideas. Pero entonces, ¿cómo podemos acceder? A través de los sentidos ordinarios no es posible, pero sí con “el logos”, es decir, mediante la razón.
¿Y quién puede acceder al mundo de las ideas? En principio, pudiera parecer que todo ser humano dotado de intelecto, pero tampoco es así. Para acceder al mundo de las ideas es necesario un período de entrenamiento largo y trabajoso. Por tanto, el acceso está reservado a unos pocos, los capaces de superar ciertas pruebas físicas y mentales. En este sentido, puede afirmarse que la metafísica de Platón es elitista, lo que hace de Platón el “antidemócrata” por excelencia.
Aristóteles y la Búsqueda de la Felicidad
Lo que pretende Aristóteles es bajar las ideas de Platón a la tierra, suprimir el dualismo y simplificar los dos mundos en uno solo. Pero esta reunión crea a Aristóteles una serie de problemas que no le habían surgido a su maestro: al bajar las ideas del cielo a la tierra se constituye su primera filosofía, la problemática interna de su metafísica. Para resolverla, adopta un instrumental léxico que hoy se utiliza en el lenguaje común como materia y forma, acto y potencia.
La estructura de cada ente es teleológica, tiene cierta finalidad, un movimiento continuo de materia a forma y de acto a potencia (semilla + movimiento continuo = árbol). El único ente en el que no hay materia ni potencia, sino forma y acto es Dios (Telos), pensamiento puro, sin residuo material.
Por lo tanto, todo ente se dirige a la consecución del fin que tiene asignado por naturaleza. Teniendo en cuenta que el ser humano es para Aristóteles un “animal racional”, esto es, un ser vivo, animado con logos o nous -facultad que le diferencia del resto de los seres- cuenta con una estructura teleológica propia que consiste en la contemplación de la verdad. En esta cualidad se acerca al Telos, puro pensamiento. Para Aristóteles, la máxima felicidad que puede alcanzar el ser humano es consecuencia de la contemplación de la verdad, es decir, cumplir con su finalidad intrínseca.
La felicidad es, por tanto, el concepto central de la ética aristotélica a la que se llega mediante el nous, o ejercicio de racionalidad eudemonística (eu = bueno; demon = espíritu). La construcción de su Filosofía jurídica parte de que el hombre está llamado a ser feliz a través de la incesante búsqueda de la verdad, pero no todo ser humano, por el mero hecho de ser un animal racional y ser capaz de pensar, alcanza la felicidad. Para ello es preciso reunir: una condición externa y una condición interna.
El Estoicismo y la Ley Universal
En la filosofía estoica la parte que ponen en primer plano es la ética, pero todas las ramas filosóficas están estrechamente ligadas al nomos, que tiene un significado distinto que el del pensamiento sofista. En el pensamiento estoico, el nomos debe desvincularse del Derecho positivo -que los estoicos llaman Thesis-, porque aquél se refiere a la “ley universal”. Aunque el estoicismo se presenta como una corriente ética, en realidad plantea problemas metafísicos. Todo coincide en el nomos, que también tiene una acepción cósmica (“el cosmos como conjunto de cuerpos que integran la realidad física y sus movimientos ya están preescritos en la ley universal”).
Otro componente muy importante, anterior incluso a la edad racional, es la oikeiosis. Además de ser racional, el ser humano cuenta con este órgano cuyo propósito inicial es dotarnos de un sentido vago de la propia existencia, una sensación emocional por la que sabemos que existimos y que debemos cuidar de nosotros mismos. Ese es, precisamente, el núcleo de la oikeiosis: instinto de conservación que tiene la propiedad de proyectarse hacia el exterior: la primera proyección es hacía los demás seres consanguíneos que nos rodean (inmediatamente, la familia en la vida doméstica). A su vez, cada uno de los familiares proyecta su oikeiosis sobre el individuo inicial. La segunda proyección es sobre los que viven dentro de la misma ciudad. Pero la oikeiosis tiene un último radio, el de mayor alcance, que abarca a todos los seres humanos del mundo.
Así pues, todos tenemos en común la razón pero, además, la oikeiosis. Si sumamos a la comunidad de seres humanos racionales la comunidad de seres humanos con oikeiosis, nos encontramos con la primera manifestación de la idea de humanidad. Los estoicos vivieron la destrucción de la polis y la sustituyeron en su pensamiento por la “ciudad universal”, una polis única que abarca el universo entero, en la que se integra cualquier ser humano por el mero hecho de serlo. ¿Y qué papel juega la Ley Universal? Se trata del Derecho propio de la cosmópolis, junto al que existirán muchos otros Derechos positivos, pero siempre por debajo del nomos.