3.
La ética kantiana
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La capacidad ética en el ser humano es una capacidad que éste tiene debida a su racionalidad, además de la capacidad moral, el hombre tiene la inclinación natural a ser feliz. Eso hace que cuando lo que dice el deber moral y el interés personal choquen se produzca en el hombre una dialéctica natural, que le lleva a confundir su deber moral y por eso se hace necesario un análisis filosófico de la moral.
Kant dice que todas las éticas propuestas con anterioridad a la suya adolecen de un mismo defecto, mezclan la moralidad con el interés propio, haciendo que se proponga a la voluntad una materia del querer -es decir un objeto para ser querido- para que así, movido por el interés de conseguir esa materia, realice los imperativos morales. Una ética será material cuando el motor que determina a la voluntad a seguir las máximas de acción que ésta propone sea conseguir la propia felicidad, que para Kant es conseguir el máximo de placer y mínimo dolor. Kant caracterizará las éticas materiales con cuatro rasgos. El primero es el de empíricas, y por tanto a posteriori, ya que conocemos por experiencia qué es lo que nos agrada, y que ese objeto nos agrada. El segundo es el de hedonistas, y lo son porque identifican la moral con el placer. El tercero es el de hipotéticas, ya que se expresan en imperativos hipotéticos, que tienen la forma si quieres A haz B. Y el ultimo rasgo es el de heterónomas.
La heteronomía hace referencia a que el sujeto no es productor de la ley moral sino que la recibe desde fuera, es decir que no la produce su propia razón. La ética kantiana mantiene que no basta, para que un acto sea moral, que sea conforme a lo que manda la ley moral, además debe ser realizado por un motor moral. Para que el acto sea moral debe hacerse, únicamente, porque es nuestro deber, pero el deber por sí mismo no sería capaz de hacer que las personas realizaran la acción moral si no ocurriera que, cuando nos representamos cuál es nuestro deber, es decir, cuál es la ley moral, no surgiera en nosotros un sentimiento de respeto a esa misma ley moral; y así, ese sentimiento de respeto a la ley moral, que se produce automáticamente en nosotros cuando nos la representamos, es el que se constituye en el único motor moral que permite que podamos realizar el acto prescindiendo de nuestro interés.
Una vez conocido el motor de la acción moral toca encontrar de qué manera identificamos cuál sea la ley moral. Kant pensará que si existen leyes morales, estas tendrán que ser, por lo que significa la palabra ley, enunciados universales –
Válidos para todos- y necesarios –
En cualquier circunstancia posible. Atendiendo a eso Kant distingue entre la materia y la forma de una ley. La forma de una ley consiste en que el enunciado sea universal y necesario mientras que la materia consiste en qué cosa sea en concreto lo que se manda de forma universal y necesaria.
La ética kantiana se distingue de las demás éticas en que considera que únicamente atendiendo a la forma de la ley se puede conocer la materia de la ley. Basta con que una persona sea capaz de poder querer, sin contradecirse a sí mismo, que una máxima cualquiera de comportamiento sea una ley moral, para que, automáticamente, sepamos que esa máxima de comportamiento es una ley moral. No hace falta tener que observar los resultados de esa máxima en la experiencia, basta con su forma para identificarla como moral o inmoral; y es por eso por lo que la ética kantiana es denomina ética formal.
Kant expresa esto en un principio, que llama Imperativo Categórico del que da varias versiones. La más conocida es: Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal. Como para ser ley esa máxima tiene que ser universal y necesaria, se tratará, por tanto, de ver si soy capaz de querer que una máxima cualquiera de acción se convierta en ley universal; es decir, si puedo universalizarla sin contradicción.
Kant piensa que si intentamos universalizar una máxima no moral se produce una contradicción de la voluntad.
Una vez conocido el motor de la acción moral toca encontrar de qué manera identificamos cuál sea la ley moral. Kant pensará que si existen leyes morales, estas tendrán que ser, por lo que significa la palabra ley, enunciados universales –
Válidos para todos- y necesarios –
En cualquier circunstancia posible. Atendiendo a eso Kant distingue entre la materia y la forma de una ley. La forma de una ley consiste en que el enunciado sea universal y necesario mientras que la materia consiste en qué cosa sea en concreto lo que se manda de forma universal y necesaria. La ética kantiana se distingue de las demás éticas en que considera que únicamente atendiendo a la forma de la ley se puede conocer la materia de la ley. Basta con que una persona sea capaz de poder querer, sin contradecirse a sí mismo, que una máxima cualquiera de comportamiento sea una ley moral, para que, automáticamente, sepamos que esa máxima de comportamiento es una ley moral. No hace falta tener que observar los resultados de esa máxima en la experiencia, basta con su forma para identificarla como moral o inmoral; y es por eso por lo que la ética kantiana es denomina ética formal.
Kant expresa esto en un principio, que llama Imperativo Categórico del que da varias versiones. La más conocida es: Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal. Como para ser ley esa máxima tiene que ser universal y necesaria, se tratará, por tanto, de ver si soy capaz de querer que una máxima cualquiera de acción se convierta en ley universal; es decir, si puedo universalizarla sin contradicción. Kant piensa que si intentamos universalizar una máxima no moral se produce una contradicción de la voluntad.
3. La ética kantiana 2
Otras formas de enunciar el imperativo, esta vez introduciendo la noción de fines de la humanidad son: «Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio» y «Obra como si por medio de tus máximas, fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines».
Como quien determina qué sea, o no, ley moral es la propia razón del individuo, ocurre que cada uno de nosotros es el legislador de nuestras propias leyes morales; y por tanto, en vez de la heteronomía la ética formal presenta autonomía moral. Y como la razón de los individuos no opera por preferencias e inclinaciones ocurre que, aunque cada uno legisla su propia ley moral, esta es la misma para todos.
Por último las leyes morales no se expresarán en imperativos hipotéticos, que son los que tienen la estructura: si quieres (conseguir) B, haz A, sino categóricos del tipo haz A (incondicionalmente).