Paso del mito al logos filosofía

EL PASO DEL MITO AL LOGOS. Pero llega el momento en la evolución del ser humano en que la actitud mental propia del hombre creador de mitos va siendo poco a poco sustituida por un pensamiento no basado en la imaginación, sino en la razón.
Al mito le sigue, pues, el pensamiento racional, esto es, el logos, si utilizamos la expresión griega.
Unidad nº 1: Los orígenes de la filosofía occidental. 3 Vista de Delfos, ciudad donde se encontraba el templo de Apolo. Allí la pitonisa profería sus famosos oráculos Los mitos pueden explicarlo todo, desde el origen de la Tierra, los cielos y los océanos, mediante un carrusel de matrimonios y procreaciones entre divinidades – Urano y Gea, por ejemplo – , hasta los acontecimientos más nimios – si alguien comete una locura es porque Zeus le quitó el juicio –. Toda la realidad se desenvuelve al compás de la voluntad de los dioses, pero en las acciones de éstos no hay ninguna necesidad: las cosas suceden como ellos quieren, pero siendo como son arbitrarios y caprichosos, podrían haber sucedido de otra manera o no haber sucedido. Todas las culturas antiguas cuentan con mitos, son parte de su tradición y de su historia. Pero en un momento crucial – siglo VI a.C.- y en un lugar muy concreto – la ciudad griega de Mileto – algunas personas ensayan explicaciones alternativas a los mitos. Estas explicaciones acerca del origen del universo y de los acontecimientos que continuaron desarrollándose en él no recurren ya a seres sobrenaturales y caprichosos sino que son propuestas desde el convencimiento de que las causas del acontecer natural se encuentran en la misma Naturaleza y que las cosas no suceden arbitrariamente sino por necesidad. Nace así el logos, palabra griega que puede traducirse por “lenguaje”, pero también por “razón” o “explicación racional”. Pero, ¿por qué el paso del mito al logos se da en Grecia y no en otras de las influyentes culturas del momento como la egipcia o la mesopotámica? Varios son los factores que pueden ayudar a responder a esta pregunta. En primer lugar hay que señalar que, a diferencia de Egipto y Mesopotamia, donde poderosas castas sacerdotales ejercían el monopolio de la expresión intelectual y los reyes se consideraban servidores de los dioses, las ciudades griegas carecían de sacerdotes, los dogmas religiosos se limitaban a la recitación de poemas y los gobernantes no pretendían servir más que a sí mismos. La censura que pudieran ejercer los sacerdotes sobre la transmisión de las ideas no existía en las ciudades griegas. Además, y esta es la segunda circunstancia que hay que tener en cuenta, los escritos de los primeros filó- sofos se popularizaron enormemente debido a la invención de la escritura alfabética completa, que permitíó que numerosos ciudadanos tuvieran acceso a la lectura que en otros pueblos estaba reservada a los escribas profesionales. Por último, la filosofía no nacíó de una exigencia de las necesidades materiales humanas sino cuando esas necesidades ya estaban cubiertas, como ocurría en las clases dirigentes de las polis griegas. El mismo Aristó- teles, doscientos años después, se encargará de recordarnos que la filosofía nace del asombro, pero también de “la vida cómoda”. “El ocio es la madre de la Filosofía –escribe Aristóteles- y el Bienestar común la madre de la Paz y del Ocio: allí donde se dieron por primera vez Ciudades grandes y florecientes surgíó también por primera vez el estudio de la filosofía”. El paso del mito al logos representa, indiscutiblemente, una mayor madurez y plenitud del espíritu humano. Pero hay que entender que este paso no ocurre de un momento a otro, ni abarca la totalidad del pensamiento humano. Se trata de un proceso paulatino que hace que las primeras manifestaciones del pensamiento filosófico contengan todavía algunos elementos mitológicos. Ni siquiera se puede decir que el paso de los siglos haya supuesto una desaparición total del mito. En la cultura superracionalizada de nuestro principio del Siglo XXI no es difícil descubrir la presencia de determinados contenidos míticos, algunos de ellos bastante intranquilizadores (racismo, nacionalismos furibundos, sexismo, magia, espiritismo, sectas religiosas…) De todas formas, lo que caracteriza la evolución de todo el pensamiento occidental, y esto es algo que no se puede negar, es precisamente el esfuerzo consciente y reiterado por irse desprendiendo de toda adherencia mítica en pro de un pensamiento puramente racional. Que no lo haya alcanzado aún del todo no quita en absoluto mérito a ese esfuerzo. Por otra parte, tampoco es seguro que la humanidad logre alguna vez liberarse totalmente del mito: se trata de un factor aglutinante que da sentido general a la vida humana, completándolo precisamente en aquellos aspectos en los que la razón nunca podrá tener la última palabra (ya iremos viendo a lo largo de las páginas de este volumen hasta qué punto es cierto eso de que la razón es limitada). De esta manera, los Unidad nº 1: Los orígenes de la filosofía occidental. 4 Plano de la polis de Atenas, con los principales barrios y lugares mitos presentes aún en nuestra cultura siguen cumpliendo la misma función sustitutoria que cumplían en aquella fase pre-filosófica del pensamiento en la que la razón aún no había iluminado el espíritu humano con todo el esplendor de sus posibilidades3.

El marco social de la filosofÍa: la polis. En el siglo VIII a. C

, en los asentamientos micénicos de Jonia y Atenas, una nueva forma de organización política hace variar los esquemas sociológicos, económicos y culturales de Grecia y sirve de marco para el florecimiento de la filosofía. Nos referimos a la Polis o CiudadEstado, suerte de pequeñas naciones o Estados del tamaño de una pequeña ciudad española de la actualidad. En ella los hombres (en mucha menor medida las mujeres) dejan de ser súbditos y se convierten en ciudadanos. Señálamos a continuación las que pueden considerarse las carácterísticas definitorias de este nuevo modelo social – más racional y más justo – la polis:  Preeminencia de la palabra: el logos (la razón, la palabra) se considera el fundamento de la convivencia ciudadana. La discusión libre de todos los asuntos de la polis, es decir, de todos los asuntos que afectan al ciudadano (científicos y no científicos, útiles y no útiles) sustituye a las antiguas relaciones sociales fundadas en la ciega obediencia. Con las poleis nace lo que hoy llamaríamos “libertad de expresión”, la “isegoría” o el derecho de todo ciudadano a hablar y expresarse libremente en público.  La ley (nomos) se convierte en el único rey: con las poleis griegas nace el derecho. Las leyes se hacen públicas y se aceptan como reglas de juego para la convivencia ciudadana. El vivir conforme a la ley y no al arbitrio de un rey es el máximo orgullo para un griego, lo que lo distingue del bárbaro. La ley supone en las poleis la defensa de unos contra otros, ciudadanos medios contra aristócratas y viceversa. Reina la “isonomía”, es decir, la igualdad de todos ante la ley. Según las poleis y las épocas la elaboración y ejecución de las leyes fueron confiadas bien a una sola persona (el Tirano), bien a la asamblea de todos los ciudadanos (la Democracia) e incluso, por recelo a todo poder personal, a la suerte, determinándose por sorteo todos los cargos públicos.  Nace un nuevo código moral: la virtud (areté) antigua era la fuerza, el valor, la independencia. El noble (aristoi) era el portador de estos valores individuales que lo distinguían de la plebe. En las poleis la areté de la nobleza deja paso a los valores ciudadanos, a la virtud cívica: la convivencia en igualdad, el sometimiento y respeto a la ley, la soberanía popular… Pese a todo, la civilización griega vivirá en un difícil y perpetuo equilibrio de fuerzas: deseo de libertad e independencia y una gran pasión por la supremacía y el poder. Lucha por la igualdad de todos y admiración por el hombre superior (el noble). Defensa de lo público e individualismo muy acusado. En realidad, el equilibrio se consiguió en brevísimos periodos.  Consideración del ser humano como un ser esencialmente social: lo que supone un axioma para la mentalidad griega y un bastión de la civilización helénica es el convencimiento de que el hombre aislado de la ciudad pierde su condición humana. El hombre es, ante todo y sobre todo, un ciudadano que se realiza en sociedad y de ella recibe su bienestar y felicidad.

LA PRIMERA PREGUNTA FILOSÓFICA: LA PREGUNTA POR LA “PHYSIS”


Es tradicional considerar la historia de la filosofía constituida por una primera etapa, que llegaría hasta el siglo V a. C., integrada por una serie de autores a los que se ha dado el nombre genérico de “presocráticos”. Pero sería un error considerar a estos autores meros precursores del gran filósofo ateniense Sócrates, cuya vida se desarrolló precisamente en la segunda mitad de ese siglo. El significado del término “presocrático” no se agota en señalar una simple antecedencia cronológica, sino que, además, pretende expresar, todo lo desacertadamente que se quiera, la realidad de una indudable unidad de contenido filosófico en la etapa a la que se refiere. Esto no quiere decir en absoluto que la filosofía de este periodo fuese una constante repetición de determinadas formulaciones teóricas. Cuando hablamos de unidad de contenido, queremos aludir tan sólo a la persistencia de una misma y casi exclusiva temática – la naturaleza – , pero tratada con enfoques, consideraciones y teorías enormemente diversificadas. Los interrogantes que se formulan estos primeros filósofos son inicialmente los mismos a los que, con anterioridad, se había pretendido responder mediante el mito: el problema general del origen del universo, el orden existente en el cosmos, los cambios en las cosas…Pero ahora, como ya sabemos, se va a intentar la respuesta desde una perspectiva nueva: desde la razón. Se trata, en definitiva, de una reflexión filosófica en torno a la naturaleza (physis), entendida como la totalidad de lo real, es decir, como el conjunto de los seres múltiples y mutables que hay en el Universo. La preocupación de los presocráticos no es, sin embargo, estrictamente “física” sino más bien filosófica, pues no reside tanto en saber qué son las cosas o de qué manera están constituidas, como en indagar cuál es el principio o la entidad originaria (arjé) de donde todas sin excepción proceden por transformación o cambio y el que, por tanto, las constituye esencialmente a todas más allá de sus apariencias dispares. La pregunta, pues, con la que se inicia la filosofía es la siguiente: ¿tiene la “physis” un “arjé” común? En otras palabras, ¿se puede explicar la pluralidad y variedad de seres del Universo a partir de un primer principio (o primeros principios) único y el mismo para todos? La búsqueda de ese principio primero y único, que al mismo tiempo es origen, constituyente esencial y causa de todos los seres del Universo, fue la tarea fundamental de los primeros filósofos. Su mérito radica no tanto en la respuesta dada a esos interrogantes, cuanto en la profundidad, rigor y radicalidad con que formulan y plantean el problema de la “physis”.

EL VERDADERO CONOCIMIENTO: RAZÓN VS SENTIDOS

Como hemos visto, cabe afirmar que la explicación racional (logos) comienza cuando la idea de arbitrariedad propia de los mitos es suplantada por la idea de necesidad, es decir, cuando se impone la convicción de que las cosas suceden cuando y como tienen que suceder. Esta convicción puede parecernos hoy elemental. 6 Para los primeros filósofos los sentidos nos muestran la realidad deformada. Sólo la razón es capaz de reconocer el ser de las cosas tal, pero constituye ciertamente uno de los más importantes logros de la cultura occidental y la condición indispensable para el advenimiento de la ciencia y la filosofía. La idea de que las cosas suceden como tienen que suceder está ligada a la idea de permanencia o constancia. Tomemos un ejemplo muy sencillo: el agua se comporta de manera constante (por ejemplo, hierve y se solidifica a unas temperaturas determinadas); posee, pues, unas propiedades inalterables y, por tanto, una manera de ser permanente (lo que nos permite, por ejemplo, no llevarnos sorpresas cuando preparamos cada mañana el café o nos damos una ducha). Esta manera de ser constante o permanente de las cosas, esa “identidad” propia de cada una de ellas, fue denominada por los griegos esencia (eidos). La esencia es, por tanto, lo que una cosa realmente es a pesar de sus cambios posibles de apariencia o estado. El agua de nuestro ejemplo se presentará en estado sólido o líquido, pero siempre será agua. O bien, el ser humano se presentará bajo diversas apariencias, edades, razas, culturas, etc., pero en todos esos casos se trata siempre de seres humanos. En un sentido universal – como se desprende del apartado anterior – podemos decir que la pregunta por el arjé fue la pregunta más radical pues señalaba existencia de una esencia común a todos los seres del Universo, lo que implicaba suponer que el Universo mismo, a pesar de su aparente cambio de estado y situación, en el fondo siempre es permanente; o dicho de otro modo, que en último extremo el Universo entero se reduce a uno o muy pocos elementos primordiales. Esta convicción constituye uno de los pilares sobre los que se asienta toda investigación racional acerca del Universo. Sin esta convicción, la ciencia es imposible. La contraposición esencia-apariencias tuvo una gran influencia en el modo en que los primeros filósofos valoraron los distintos modos de investigar la naturaleza: conocer las cosas es conocer lo que realmente son, lo que tienen de común y permanente. Los griegos estaban firmemente convencidos de que los sentidos no bastan para proporcionarnos ese conocimiento. Por el contrario, lo que vemos, escuchamos, olemos o saboreamos nos indica la existencia de una multiplicidad de individuos de apariencia y estados cambiantes y accidentales (podrían ser de otro modo aunque de hecho no lo son). Es necesario un esfuerzo intelectual, racional, para alcanzar la esencia de las cosas. De este modo, y en correspondencia con la dualidad anteriormente establecida (esencia-apariencias), los griegos establecieron también una dualidad en el campo del conocimiento: razón frente a sentidos. La gran diferencia del conocimiento racional respecto al conocimiento sensorial se reveló a los griegos fundamentalmente en la peculiaridad del razonamiento matemático, capaz de descubrir verdades inamovibles y nunca sujetas a opinión. A su vez, la distinción entre ambos tipos de conocimiento y su presencia simultánea en el hombre (conocemos con la razón pero también nos acercamos al mundo con los sentidos) tendría importantes repercusiones en sus ideas antropológicas

. RASGOS DE LA NATURALEZA SEGÚN LOS GRIEGOS

Comencemos observando que, de una manera general, los conceptos “naturaleza” o “physis” poseen para los griegos, al igual que para nosotros, dos grandes usos o acepciones:  Naturaleza, como la totalidad de los seres que pueblan el Universo, exceptuando el conjunto de las cosas producidas por el hombre. Así, actualmente se habla de la degradación de la Naturaleza a causa de la actividad humana y de la necesidad de protegerla; en el lenguaje religioso se habla de que “la Naturaleza entera alaba a su creador”, etc.  Naturaleza, como conjunto de rasgos carácterísticos de una clase o conjunto de cosas. Así, cuando nos preguntamos por la “naturaleza humana” nos estamos refiriendo a lo que en el apartado anterior denominábamos “esencia”, es decir, a ese peculiar modo de ser que nos identifica como humanos (a pesar de que a veces no lo aparentemos) y nos diferencia de los animales o de las piedras. Unidad nº 1: Los orígenes de la filosofía occidental. 7 Distinguido ya este doble uso del término physis (como Universo en su totalidad y como ser intrínseco y permanente de las cosas) señalaremos a continuación los rasgos que caracterizan a la naturaleza según la filosofía griega: (a) En primer lugar, el concepto de naturaleza – y esto es válido para la doble acepción señalada – está indisolublemente vinculado al concepto de necesidad al que nos referíamos anteriormente. En cuanto al universo como totalidad, la necesidad se traduce en que aquél es un todo ordenado, un cosmos y no un caos. Ahora bien, el Universo no podría ser un todo ordenado a no ser que los distintos seres que lo integran (los astros, la Tierra, los elementos, los vivientes) estén en su sitio y se comporten del modo que les corresponde, y es precisamente la naturaleza de los distintos seres (entendida ahora como su esencia) la que determina su lugar en el Universo y su forma de comportarse. (b) La naturaleza no es algo estático, inerte. El universo como totalidad muestra un orden dinámico en el que los movimientos de los astros, las estaciones, la generación de los vivientes, etc., se suceden ordenadamente. La naturaleza es, pues, dinámica. Negar el cambio, el movimiento, es negar la naturaleza. (c) La naturaleza implica, pues, movimiento y actividad, pero movimiento y actividad intrínsecos y propios del ser natural. Este tercer e importantísimo rasgo es aquel que marca la separación radical entre los seres naturales y los seres artificiales o artefactos, es decir, las cosas que son producto del arte o de la industria humanos. Una silla – en cuanto tal silla – no posee propiedades físicas aparte de las que le corresponden en virtud de los materiales naturales de que está hecha. Parafraseando a Aristóteles, supongamos que sembramos sillas de pino. Nada crecerá, por supuesto. Pero suponiendo que creciera algo, no crecerían sillas (afortunadamente para los carpinteros) sino pinos: éstos tienen una actividad intrínseca y propia que una silla no tiene. Precisamente en virtud de esta actividad intrínseca y propia que caracteriza a la naturaleza, el Universo no pudo ser concebido, en general, por los griegos según el modelo de una máquina; más bien lo concebirían según el modo de un organismo viviente

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