Formas de Gobierno Según Aristóteles
Existen seis formas de gobierno. Entre los sistemas justos están:
- La monarquía: el gobierno de una sola persona.
- La aristocracia: el gobierno de los ciudadanos más virtuosos.
- La democracia: el gobierno del pueblo.
Por otro lado, los sistemas injustos son:
- La tiranía: la corrupción de la monarquía.
- La oligarquía: la corrupción de la aristocracia.
- La demagogia: la corrupción de la democracia.
La monarquía consiste en el gobierno de un único individuo, el más honorable, quien lidera con el consentimiento del pueblo y en cumplimiento de las leyes. Por el contrario, la tiranía es el dominio de una sola persona que accede al poder por medio de la fuerza, gobernando sin el respaldo de los ciudadanos y sin respetar las normas de la ciudad.
La aristocracia representa el gobierno de los mejores ciudadanos, aquellos más virtuosos y seleccionados de entre las familias de linaje superior. En cambio, la oligarquía es el gobierno en manos de los ciudadanos más adinerados.
La democracia moderada se caracteriza por el gobierno de todos los ciudadanos, pero respetando las leyes y tradiciones establecidas. Por su parte, la democracia extrema o demagógica permite que todos los ciudadanos gobiernen, pero sin respeto por las leyes, siendo en realidad controlada por los demagogos que manipulan a los pobres, quienes forman la mayoría.
Aristóteles defiende una constitución en la que predomine la clase media. Esta clase social es clave para la estabilidad del Estado, ya que respeta las leyes, evita los impulsos desmedidos y actúa en beneficio de todos los ciudadanos, no solo en el suyo propio. Por lo tanto, la clase media está especialmente capacitada para manejar los asuntos públicos. Según Aristóteles, lo mejor siempre se encuentra en el equilibrio.
El sistema político ideal es una combinación de oligarquía y democracia, en una ciudad donde la mayoría de los ciudadanos pertenezcan a la clase media. Para formar parte del gobierno, solo se requerirá una riqueza moderada, algo que la mayoría de los habitantes podrá alcanzar. Los cargos públicos se asignarán mediante elecciones y no por sorteo, y se buscará que las leyes sean duraderas, tomando decisiones con cautela antes de modificarlas.
La Comunidad Política
Aristóteles sostiene que el hombre no puede vivir de manera aislada, sino que solo en comunidad puede satisfacer sus necesidades y desarrollarse. Las comunidades tienden a cumplir un fin, y la más elemental de todas es la comunidad doméstica (oikos).
La comunidad doméstica está compuesta por elementos diversos en cuanto a edad, sexo y condición, y es una unidad natural que persigue un fin común: el bienestar del conjunto. Dentro de esta unidad, cada miembro tiene una función subordinada a la del grupo, y por eso debe existir un elemento rector, que en este caso es el hombre libre adulto, el dueño de la casa. Los demás miembros, como la mujer, los hijos y los esclavos, son dirigidos por él.
La relación entre marido y mujer está determinada por su tendencia natural a reproducirse, y el hombre tiene el rol de dirigir la relación, mientras que la mujer se somete a él. De manera similar, la relación entre padre e hijos también es natural, pues el padre, siendo de la misma estirpe pero más sabio y experimentado, debe gobernar a sus hijos para su propio bien.
En toda comunidad doméstica debe haber una persona que prevea las necesidades y dé las órdenes correspondientes, y otra que se encargue de llevarlas a cabo. El dueño de la casa tiene la responsabilidad de que la comunidad logre su fin, y para ello necesita tanto instrumentos animados como inanimados. En este contexto, los esclavos son considerados como instrumentos animados, pues su trabajo es esencial para que el dueño pueda llevar a cabo su función.
Aristóteles considera que la esclavitud no es un problema político ni ético, sino un hecho natural. Los esclavos, para él, son propiedades animadas del amo. Los esclavos carecen de la inteligencia necesaria para razonar y tomar decisiones prudentes, por lo que solo pueden cumplir con las órdenes que les dan. Su función es principalmente física, ya que poseen fuerza corporal, y su intelecto, aunque suficiente para entender y obedecer, no les permite ejercer la sabiduría o el juicio propio.
La Polis
La polis es una comunidad natural para Aristóteles, ya que pertenece a la naturaleza misma del ser humano. El hombre es por naturaleza un animal político y solo puede alcanzar su perfección dentro de una polis, no de forma aislada.
El origen de la polis se encuentra en la casa, entendida como la comunidad doméstica que satisface las necesidades básicas del hombre.
Mientras que los animales pueden comunicarse para expresar sus emociones (placer y dolor), los humanos tienen una capacidad superior: el lenguaje. Gracias a este, los hombres pueden discutir sobre lo justo y lo injusto, llegar a acuerdos y establecer leyes que regulen la ciudad.
La polis es una unidad orgánica que se estructura en clases sociales distintas. Su unidad depende de su constitución (politeía), que es el acuerdo básico entre los ciudadanos. Solo los ciudadanos libres alcanzan la verdadera felicidad.
Aristóteles no otorga el derecho de ciudadanía a todos los miembros de la polis. Excluye a esclavos, mujeres, artesanos, labradores y mercaderes, a quienes considera, en muchos casos, como si fueran esclavos, pues cree que no tienen las virtudes necesarias para participar en la vida política.
El ciudadano tiene la función de hacer política y, en tiempos de guerra, de combatir. El buen ciudadano debe poseer areté política (virtud cívica), lo que implica saber mandar y obedecer con justicia. La justicia, en este contexto, se basa en obedecer las leyes de la ciudad y en tratar a los demás ciudadanos como iguales a uno mismo.
La Felicidad Según Aristóteles
Todas las decisiones que tomamos están orientadas hacia un fin, un bien que deseamos alcanzar. Nadie actúa deliberadamente buscando lo malo, por lo que nuestras acciones siempre buscan algún bien. Existen bienes que son buenos en sí mismos y otros que son simplemente medios para alcanzar otros bienes más importantes.
El bien supremo sería aquel fin universal en el que se basan todas nuestras decisiones. Este bien supremo es la felicidad (eudaimonía). La felicidad es el objetivo final de nuestras vidas. Hay quienes piensan que la felicidad está en el placer y, por lo tanto, defienden una vida de indulgencia; otros creen que el bien supremo son las riquezas y que la vida feliz es la vida de negocios, o que la felicidad se encuentra en la gloria y la vida política. Sin embargo, todos estos están equivocados. Aquellos que buscan honores lo hacen para convencerse de que son buenos, pero el verdadero fin sería la bondad misma, no los honores. Y el placer no puede ser el bien supremo, porque existen placeres que son malos, y también hay bienes que no son placenteros.
Para Aristóteles, la felicidad consiste en una actividad que se desarrolla conforme a la virtud perfecta (areté). La felicidad tiene ciertas características importantes:
- La felicidad es el fin supremo y coincide con el bien supremo.
- La felicidad, como bien perfecto, no es algo que se pueda alcanzar en solitario.
- La felicidad es una actividad del alma que se basta a sí misma y es la actividad racional.
- La felicidad no corresponde a los esclavos, animales, mujeres, niños ni bárbaros, ya que requiere una vida completa y una virtud perfecta.
- La felicidad está ligada al éxito, al buen obrar y a la posesión de ciertos bienes exteriores.
- Finalmente, la felicidad es una acción que se ajusta a la virtud perfecta.
La Areté (Virtud)
Vivir conforme a la virtud significa que la razón, la actividad racional, es la que dirige y regula todos los actos del hombre; en esto consiste la vida virtuosa. La virtud humana consiste en la ejecución de la función propia del hombre.
La virtud procede del hábito: ninguna virtud moral se origina en nosotros por naturaleza, requiere esfuerzo de la voluntad; el hábito engendra la costumbre (ethos).
Virtudes Éticas
La virtud ética consiste en controlar los deseos con la razón. Cuando los deseos se desbocan, la razón pierde su control, lo que conduce al desorden. La virtud es el hábito de tomar decisiones correctas, que buscan el bien y se alcanzan mediante la deliberación sobre lo que está a nuestro alcance. Estas decisiones, acertadas o erróneas, determinan nuestra moralidad.
La virtud moral, según Aristóteles, reside en encontrar un término medio entre dos extremos: el exceso y el defecto. Aunque no nacemos con virtudes, sí tenemos el potencial para desarrollarlas. Este desarrollo depende de nuestras acciones y hábitos, por lo que somos responsables de nuestras virtudes o vicios. La repetición de actos correctos forma un hábito virtuoso, que facilita decidir correctamente de manera natural. Por esto, la virtud es considerada una «segunda naturaleza».
Aristóteles sostiene que nuestros hábitos son elogiables o censurables porque somos responsables de ellos. Por tanto, los legisladores deben premiar las virtudes y castigar los vicios para fomentar un comportamiento adecuado en la sociedad.
Virtudes Dianoéticas
El alma humana tiene una parte volitiva (carácter) y una parte cognitiva (razón). Las virtudes éticas pertenecen al carácter, mientras que las dianoéticas, o intelectuales, pertenecen a la razón. La virtud dianoética más importante en la ética es la prudencia (phrónesis), que consiste en actuar según una regla adecuada y encontrar el término medio en cada caso particular.
La prudencia, adquirida con experiencia, guía las virtudes éticas al indicar lo que debe hacerse. Al ser práctica, se centra en decisiones específicas, lo que la diferencia de la ciencia, que trata de lo universal. Los jóvenes carecen de prudencia porque no tienen experiencia, por lo que deben confiar en los consejos de personas sabias.
Por otro lado, las virtudes contemplativas, como la sabiduría (sophía), son las más elevadas. Estas buscan la verdad universal e inmutable, el bien más alto de la razón teórica.
La Vida Contemplativa
Para Aristóteles, la contemplación (bíos theoretikós) es la actividad más noble y la fuente de la verdadera felicidad. Es autosuficiente, placentera y dirigida al conocimiento de lo universal y perfecto. Esta forma de vida no busca fines materiales, sino el placer intrínseco del conocimiento.
Sin embargo, no todos pueden alcanzar esta felicidad. Solo los ciudadanos libres dedicados al ocio intelectual, en una sociedad como la polis griega, pueden aspirar a este ideal. Según Aristóteles, los animales, niños, esclavos y mujeres están limitados en su capacidad de lograr esta vida contemplativa y, por ende, la verdadera felicidad.