Contexto Histórico de la Ilustración
La Ilustración abarca todo el siglo XVIII. Con mayor precisión, suelen darse dos fechas que señalan dos acontecimientos revolucionarios fundamentales: la Revolución Gloriosa en Inglaterra (1688) y la Revolución Francesa (1789), como inicio y final, respectivamente.
A lo largo de todo el siglo se da un proceso contra el llamado Antiguo Régimen, un tipo de sociedad existente en Europa antes de la Revolución Francesa, caracterizada por la monarquía absoluta, la sociedad clasista y la organización gremial. En este tiempo impera el Despotismo Ilustrado. La mayor parte de la estructura social sigue siendo feudal, heredera de las monarquías medievales. Este orden feudal comenzaba a resultar anticuado en el plano económico, y entre los estamentos tradicionales se deja notar progresivamente el peso que adquiere la burguesía, clase social procedente de la actividad comercial ciudadana y elemento dinamizador de la sociedad. Frente a las arbitrariedades del poder absoluto, la burguesía protagoniza una lucha que consigue derrocar a ese régimen en la Revolución Francesa de 1789 bajo las ideas de la Ilustración: igualdad, libertad y fraternidad. El Rey es ahora un mandatario de la comunidad de ciudadanos y puede ser destronado si abusa del poder delegado que le otorga el pueblo. El régimen feudal, finalmente, se quiebra y crece la toma de conciencia de la dignidad de la persona.
Vigencia del Pensamiento Kantiano
La filosofía de Kant es clave tanto como síntesis del pensamiento anterior como punto de partida para corrientes posteriores. Su apriorismo defiende que poseemos estructuras innatas para el conocimiento, idea que influyó en neurofisiólogos como Lorenz. Considera la historia como el espacio de realización de la libertad, vinculándola a la moral y al Estado de derecho, influyendo en Hegel y Marx.
El idealismo absoluto alemán desarrolla su idealismo trascendental, mientras que Comte hereda su crítica a la metafísica en el positivismo. A finales del siglo XIX, las escuelas neokantianas, como la de Marburgo, inspiran la fenomenología de Husserl. En el siglo XX, la ética kantiana sigue presente en pensadores como Appel y Habermas, que la aplican a las éticas de la comunicación.
Texto 1: La Ilustración según Kant
En su ensayo «¿Qué es la Ilustración?» (1784), Immanuel Kant define este movimiento como la salida del hombre de su minoría de edad, es decir, de su incapacidad para pensar por sí mismo sin depender de la dirección de otros. Según Kant, esta situación no se debe a la falta de inteligencia, sino a la falta de decisión y valentía para emplear el propio entendimiento. Así, la Ilustración no es solo una época histórica, sino un proceso de emancipación intelectual en el que el ser humano debe atreverse a pensar de forma autónoma.
La tesis central del texto radica en la idea de que los propios individuos son responsables de su minoría de edad porque prefieren la comodidad de seguir las directrices impuestas por terceros. Pereza y cobardía son los principales obstáculos para el ejercicio de la razón. Muchas personas se encuentran en un estado de dependencia intelectual porque resulta más sencillo dejar que otros –como líderes religiosos, gobernantes o científicos– tomen decisiones por ellos. De este modo, la sociedad acepta ser tutelada sin cuestionar la autoridad establecida.
Kant también destaca que esta situación no se mantiene solo por la pasividad de los individuos, sino porque existen personas e instituciones interesadas en perpetuarla. Los llamados «tutores» convencen a la sociedad de que pensar por uno mismo es complicado y peligroso. Este control puede ejercerse a través de la religión, la política o la educación, haciendo que las personas dependan constantemente de autoridades externas para tomar decisiones. Así, el poder se mantiene al impedir que la población adquiera autonomía intelectual.
A pesar de esto, Kant considera que es posible la emancipación del pensamiento humano. A nivel individual, pocas personas consiguen salir de su minoría de edad debido a la dificultad y al miedo al cambio. No obstante, a nivel colectivo, la Ilustración es inevitable si se concede libertad para pensar. Siempre habrá intelectuales que logren liberarse y promuevan el pensamiento crítico, favoreciendo el avance de la sociedad. Según Kant, si la humanidad se libera de su dependencia intelectual, podrá construir una sociedad basada en la razón y en el conocimiento.
Este texto está estrechamente vinculado con el pensamiento ilustrado, que defiende el uso de la razón como herramienta fundamental para el progreso humano. Se relaciona también con el racionalismo, que exalta la capacidad del ser humano para conocer la realidad de manera autónoma, y con la lucha contra el absolutismo, pues promueve la idea de un gobierno basado en la razón y no en la imposición de la autoridad. Además, las ideas kantianas influyeron en corrientes filosóficas posteriores como el idealismo alemán y el positivismo.
En cuanto a la estructura, el texto sigue una organización expositivo-argumentativa. Comienza con una definición de la Ilustración y una presentación de la tesis. Luego, analiza las causas de la minoría de edad, los intereses que la perpetúan y la posibilidad de superarla. Finalmente, concluye afirmando que la Ilustración es un proceso colectivo que solo requiere libertad para desarrollarse.
En conclusión, Kant define la Ilustración como la emancipación del pensamiento humano y defiende que cada persona debe atreverse a pensar por sí misma. Para lograr esto, es necesario superar el miedo y la pasividad, promovendo una sociedad donde la razón sea la base del conocimiento y de la convivencia.
Texto 2: El Conocimiento según Kant
En el fragmento de la Crítica de la Razón Pura (1787), Immanuel Kant reflexiona sobre el origen y los límites del conocimiento humano. Afirma que todo conocimiento comienza con la experiencia, ya que son los objetos externos los que, a través de los sentidos, activan nuestra capacidad de conocer. Sin embargo, Kant introduce una distinción fundamental: aunque la experiencia es el punto de partida del conocimiento, no todo conocimiento depende de ella. Esto lo lleva a diferenciar entre dos tipos de conocimiento: el a posteriori, basado en la experiencia, y el a priori, que existe independientemente de ella.
La tesis central del texto es que el conocimiento humano es un proceso en el que intervienen tanto los datos que obtenemos de la realidad como las estructuras previas de nuestra mente. Según Kant, nuestras percepciones no son una simple recepción pasiva de información, sino que la mente tiene una actividad propia: organiza, clasifica e interpreta las impresiones sensoriales. Esto significa que la razón no solo depende de la experiencia, sino que también aporta elementos propios que hacen posible la comprensión del mundo.
Una de las principales ideas secundarias del texto es que, aunque todo conocimiento comienza con la experiencia, no es posible reducir el conocimiento humano solo a ella. Si esto fuese así, el pensamiento quedaría limitado a las percepciones sensoriales y no habría principios universales. Sin embargo, el hecho de que existan verdades independientes de la experiencia indica que la mente posee estructuras innatas que le permiten conocer la realidad de manera activa.
Otro punto clave del texto es la dificultad para distinguir entre lo que proviene de la experiencia y lo que aporta nuestra propia mente. Para Kant, nuestros conocimientos son una combinación de lo que percibimos a través de los sentidos y de las categorías que emplea nuestra razón para organizar esa información. Así, el conocimiento a posteriori se basa en la experiencia y en las sensaciones, mientras que el a priori es independiente de la experiencia y constituye la base del pensamiento. Ejemplos de conocimientos a priori serían las leyes lógicas o las matemáticas, pues no dependen de casos particulares, sino que son universales y necesarias.
Esta teoría kantiana supone una superación de la disputa entre empirismo y racionalismo. El empirismo (representado por filósofos como Locke y Hume) defendía que todo conocimiento proviene de la experiencia, mientras que el racionalismo (Descartes, Leibniz) sostenía que la razón puede llegar al conocimiento independientemente de la experiencia. Kant propone una síntesis: reconoce que la experiencia es fundamental, pero también que la mente posee estructuras previas que permiten organizar la información.
En cuanto a la estructura del texto, podemos dividirlo en tres partes. Primero, Kant establece que todo conocimiento empieza con la experiencia. Luego, explica que esto no significa que todo dependa de ella, introduciendo la distinción entre conocimiento a posteriori y a priori. Finalmente, concluye con la necesidad de investigar esta cuestión con más profundidad.
En conclusión, Kant propone una nueva manera de entender el conocimiento humano, combinando la experiencia y la razón. Su pensamiento marca un punto de inflexión en la filosofía, influyendo en el idealismo alemán y en la epistemología posterior. Gracias a él, la filosofía moderna se aleja del debate entre empirismo y racionalismo, proponiendo una visión más completa de la forma en que conocemos el mundo.
Texto 3: Sensibilidad y Entendimiento en la Teoría del Conocimiento de Kant
En la Crítica de la Razón Pura (1787), Immanuel Kant establece una de las distinciones fundamentales de su teoría del conocimiento: la diferencia entre sensibilidad y entendimiento. Para él, la sensibilidad es la facultad que nos permite recibir impresiones de los objetos a través de los sentidos, mientras que el entendimiento es la capacidad de pensar esos objetos mediante conceptos. Ambas facultades son complementarias e indispensables para el conocimiento, pues sin sensibilidad no tendríamos ningún objeto de estudio y sin entendimiento no podríamos organizar esos datos en conocimiento significativo.
El tema central del texto es la relación entre estas dos facultades en el proceso del conocimiento. La tesis que defiende Kant es que la combinación de la sensibilidad y el entendimiento es imprescindible para conocer la realidad. El conocimiento no se puede reducir exclusivamente a la percepción sensorial ni a la actividad racional, sino que resulta de la interacción entre ambas. Como él mismo expresa, «pensamientos sin contenido son vacíos, intuiciones sin conceptos son ciegas», indicando que un pensamiento sin datos de la experiencia no tiene ningún significado real, y una percepción sin la intervención del entendimiento no puede ser comprendida.
Una de las ideas secundarias más relevantes del texto es que estas facultades no pueden intercambiar sus funciones. El entendimiento no puede intuir ni percibir nada directamente, ya que esa es una función exclusiva de los sentidos. Por su parte, la sensibilidad no puede pensar ni organizar la información recibida, pues eso solo es posible gracias al entendimiento. De este modo, Kant supera la oposición entre racionalismo y empirismo, al afirmar que ni la razón ni la experiencia por sí solas son suficientes para explicar el conocimiento humano.
Otra idea clave es la necesidad de diferenciar el estudio de la sensibilidad y del entendimiento, lo que lleva a Kant a distinguir entre la estética trascendental y la lógica trascendental. La primera se encarga de analizar las reglas de la sensibilidad y cómo esta organiza la información recibida, mientras que la segunda estudia las reglas del entendimiento, esto es, los principios y categorías con los que la mente estructura la realidad. Esta separación permite comprender mejor cómo conocemos y establecer los límites del propio conocimiento.
Esta teoría kantiana está estrechamente relacionada con su concepción del conocimiento a priori y a posteriori. El conocimiento a posteriori es aquel que depende de la experiencia, mientras que el a priori es independiente de ella y proviene de las estructuras innatas del entendimiento. Kant también distingue entre fenómenos y nóumenos: conocemos la realidad a través de la forma en que nuestra mente la estructura (fenómenos), pero no podemos conocer la realidad tal como es en sí misma (nóumenos).
La estructura del texto kantiano sigue una lógica expositivo-argumentativa. Primero, define las dos facultades del conocimiento (sensibilidad y entendimiento). Después, explica su complementariedad y la imposibilidad de sustituir una por la otra. Finalmente, concluye con la necesidad de estudiar ambas por separado a través de la estética y de la lógica trascendental.
En conclusión, Kant establece que el conocimiento humano es una síntesis entre la experiencia y la razón. Su teoría representa una revolución en la epistemología al superar el debate entre empirismo y racionalismo. Su influencia fue fundamental para el desarrollo de la filosofía posterior, especialmente en el idealismo alemán y en la fenomenología, marcando un punto de inflexión en el pensamiento moderno.
Texto 4: Imperativos Hipotéticos y Categóricos en la Ética Kantiana
En el texto Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), Immanuel Kant establece una distinción fundamental entre los imperativos hipotéticos y los categóricos. Esta distinción es crucial para entender su ética, que se basa en la idea de que la moralidad no depende de los resultados de nuestras acciones, sino de la intención y el principio que guía esas acciones. Kant argumenta que el imperativo categórico es la base de la moralidad auténtica, ya que representa una acción como objetivamente necesaria por sí misma, sin estar subordinada a un fin o propósito ulterior. Este principio es la piedra angular de su filosofía moral, ya que ofrece una ley universal e incondicional que debe ser seguida por todas las personas.
El tema central del texto es la relación entre los imperativos hipotéticos y categóricos. Kant define los imperativos hipotéticos como aquellos que ordenan una acción como medio para alcanzar otro fin que se desea (o que posiblemente se desee). Estos imperativos dependen de la situación y de los deseos personales, por lo que son condicionales y no universales. En cambio, el imperativo categórico es un mandato incondicional que ordena una acción como necesaria por sí misma, sin relación a ningún otro propósito. Kant explica que este tipo de imperativo no está determinado por las consecuencias de la acción, sino por el principio moral que subyace en ella. En otras palabras, la moralidad de una acción no debe medirse por el resultado que genere, sino por la disposición de ánimo del sujeto y por el cumplimiento de un deber moral.
La tesis principal de Kant en este texto es que la moralidad no puede depender de los fines o de los resultados de las acciones, sino que debe basarse únicamente en el principio que guía la acción. El imperativo categórico, como principio moral universal, requiere que las acciones sean realizadas por deber, sin importar las consecuencias que puedan derivarse de ellas. La acción moral se define por la intención de seguir una ley moral que podría ser universalizada y aplicada a todos de la misma forma. Esta idea refleja la concepción kantiana de la autonomía moral, que sostiene que los individuos deben actuar de acuerdo con principios que elijan racionalmente, en lugar de actuar por intereses personales o inclinaciones.
Una de las ideas secundarias importantes del texto es la de que la moralidad no depende de la materia de la acción ni de los efectos que produzca, sino de la disposición de ánimo con la que se lleve a cabo. Kant sostiene que lo que hace moral a una acción no es el resultado, sino que sea realizada con la intención de cumplir con una ley moral. Esto implica que el valor moral de una acción no puede evaluarse mediante el análisis de sus consecuencias, sino a través de la intención y la motivación del agente.
Además, Kant establece que el imperativo categórico puede ser formulado de diversas maneras, pero la más conocida es la de «actúa solo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal». Esto implica que cada individuo debe considerar si la acción que realiza podría ser adoptada como una ley universal, válida para todos. Si no puede ser universalizada, entonces no es moralmente correcta.
En conclusión, el imperativo categórico de Kant es la base de una ética del deber y de principios. A diferencia de las teorías éticas utilitaristas, que miden la moralidad en función de los resultados de las acciones, la ética kantiana pone énfasis en la intención y el principio que subyace a la acción. La moralidad, según Kant, es universal, incondicional y debe ser seguida por todos los individuos como un mandato racional, independientemente de las consecuencias que puedan surgir de su cumplimiento.
Texto 5: La Dignidad Humana y el Reino de los Fines en Kant
En el texto Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), Immanuel Kant aborda el concepto de la moralidad desde una perspectiva centrada en la dignidad humana y la relación de los seres racionales entre sí. En este contexto, Kant presenta el principio ético fundamental de tratar a todas las personas como fines en sí mismas y nunca como meros medios. Esta concepción es crucial para entender su ética, ya que implica que la moralidad está vinculada a un respeto absoluto por la humanidad y la autonomía de los individuos.
El tema principal del texto es la formulación del imperativo categórico en su versión más amplia, en la que Kant establece que cada ser racional debe actuar de tal manera que respete la dignidad de los demás como fines en sí mismos. Este principio implica que los seres racionales están unidos por una ley común que regula la forma en que se relacionan entre sí. Kant sugiere que esta ley universal crea lo que él llama un «reino de los fines», un ideal en el que todos los individuos tratan a los demás con el mismo respeto y consideración, sin reducir a nadie a un simple medio para alcanzar fines ajenos.
La tesis central de Kant es que la moralidad exige que cada individuo se trate a sí mismo y a los demás como fines en sí mismos, lo que implica reconocer su dignidad inherente. Esta idea se contrapone a la concepción utilitarista o instrumental, que considera a las personas como medios para conseguir otros fines. Según Kant, la humanidad es el único valor que tiene dignidad, y la moralidad es la condición que permite a un ser racional ser un miembro activo y legítimo dentro de este reino de los fines. En otras palabras, la moralidad y la dignidad humana están inextricablemente ligadas, ya que es a través de la moralidad que los individuos pueden reconocer y afirmar su dignidad.
Una de las ideas secundarias relevantes en el texto es la distinción entre precio y dignidad. Kant explica que los seres y objetos que tienen un precio son aquellos que pueden ser reemplazados por algo equivalente. Esto se aplica a todo aquello que tiene un valor relativo y puede ser intercambiado por otro bien. Por otro lado, aquello que tiene dignidad no tiene equivalente; es único e intrínsecamente valioso. Según Kant, la moralidad se refiere precisamente a esta dignidad, ya que solo a través de la moralidad los seres humanos pueden ser considerados fines en sí mismos y no simples medios para alcanzar otros objetivos.
Otra idea importante es que, dentro de este reino de los fines, todos los seres racionales deben ser vistos como iguales, sujetos a las mismas leyes éticas. El concepto del «reino de los fines» funciona como un ideal regulador, una sociedad moralmente organizada donde las relaciones entre los individuos se basan en el respeto mutuo y la consideración de la dignidad de cada uno.
En resumen, el Fundamentación de la metafísica de las costumbres establece una ética basada en el respeto incondicional a la dignidad humana, lo que implica que los seres racionales deben ser tratados como fines en sí mismos y nunca como simples medios. Esta concepción tiene como objetivo la creación de un «reino de los fines», un ideal moral en el que todos los individuos se relacionan de manera justa y respetuosa, reconociendo la dignidad de cada persona. La moralidad, para Kant, no solo se refiere a la acción correcta, sino al principio fundamental de que todos los seres humanos tienen un valor intrínseco que debe ser respetado siempre.