Platón
El Mito de la Caverna
Platón expone su teoría del saber describiendo un mundo, una caverna oscura en la cual son encadenados prisioneros desde su nacimiento. Estos prisioneros se asemejan a nosotros, ya que los hombres están encadenados con las cadenas de la ignorancia, de las creencias y de los prejuicios, que son todos tipos de ilusión. La alegoría llama a la imaginación hacia el razonamiento de cada uno, para representar de una manera concreta, en el espacio y en el tiempo, lo que el pensamiento concibe pero sin poder presentar de una manera racional y científica. Es decir, una alegoría es un discurso imaginado que permite hacer pasar un mensaje filosófico. Tenemos una descripción del drama de la condición humana, por eso, Platón utiliza cuatro símbolos:
- La caverna: un lugar oscuro, subterráneo que simboliza la ignorancia.
- Las sombras y los ecos: traducen solo una parte de la verdad, son fuentes de ilusión.
- Las cadenas: alinean a los hombres y los condenan a la ignorancia, materializan el peso de las costumbres, la fuerza de los prejuicios y de las opiniones gratuitas. Platón distingue las cadenas que atan el cuello de las que atan los pies; las primeras limitan nuestro espíritu mientras que las segundas nos encarcelan en la caverna, en la ignorancia.
- Los prisioneros: es decir, los hombres. Somos todos prisioneros de nuestros prejuicios, acostumbrados a la facilidad y distanciados de la verdad.
Los prisioneros perciben las sombras, que tienen por verdad, rehenes de las apariencias, de las opiniones falsas, esclavos de las costumbres. Su horizonte intelectual es limitado, porque son víctimas de una ilusión fatal. Es necesario que se libren de estas cadenas. Asistimos a la liberación de uno de los prisioneros, una liberación por la fuerza y la coacción. Para Platón, la ignorancia parece una enfermedad cuya curación es difícil. El hombre, cuando sale de la caverna, está deslumbrado, sufre física e intelectualmente. Este dolor aminora la progresión hacia la verdad, además porque esta luz intensa le parece insoportable, prefiere al principio la caverna. Así, la búsqueda de la verdad no es fácil y solo se puede hacer por etapas progresivas. El hombre que empieza su liberación tiene que empezar por mirar las sombras de los objetos, después sus reflejos, después los objetos y solo después de estas primeras etapas podrá levantar la cabeza para contemplar el cielo y el sol. Esta evolución, que llamamos la ascensión dialéctica, permite entender la visión del mundo que tiene Platón. De un lado está el mundo sensible, donde se ubican las sombras, los reflejos y los objetos; del otro lado está el mundo inteligible, que puede ser alcanzado solo con el espíritu y no con los sentidos, y que viene materializado aquí por el cielo y el sol, y que es el lugar del saber absoluto.
Dualismo Ontológico, Teoría de las Ideas
Todos los aspectos de la filosofía platónica remiten en último término a esta teoría. Si la verdad fuera siempre relativa o subjetiva, no habría posibilidad alguna de alcanzar un conocimiento objetivo y universal. Pero Platón defiende la posibilidad de alcanzar verdades objetivas, universales y absolutas acerca de la realidad. Es más, el objetivo de la filosofía debe ser justamente alcanzar esas verdades, más allá de las simples opiniones, relativas y cambiantes. Platón está firmemente convencido de que de las cosas del mundo físico y material, esto es, de las cosas que percibimos por medio de los sentidos, es absolutamente imposible obtener un conocimiento verdadero, objetivo y universal. Los objetos del mundo físico y material están en permanente devenir y por esa razón no puede haber un conocimiento verdadero de esos objetos, pues cuando creyéramos haberlos conocido, para entonces ya habrían cambiado, y la verdad cambiaría también a cada instante. El conocimiento que nos aportan los sentidos es engañoso y solo nos muestra la apariencia de las cosas, no la verdadera realidad. Solo puede haber conocimiento verdadero de lo que no cambia, de lo que permanece estable. Según Platón, necesariamente han de existir realidades así; dicho más claramente, si ha de existir la verdad, deben existir ciertas realidades que no cambien y que permanezcan eternamente estables e idénticas a sí mismas. Se han de hallar fuera del mundo de los objetos físicos, inmateriales y sensibles, donde todo cambia. Serán, por tanto, realidades no materiales, eternas e inmutables y constituirán el objeto del verdadero conocimiento. Platón les dará el nombre de ideas. Según Platón, solo con la inteligencia y con mucho esfuerzo, podremos tal vez llegar a comprender en qué consiste esa cualidad común de la que participan todas las cosas sensibles que llamamos bellas y que hace que sean bellas. Y es posible que después de eso estemos en disposición de ofrecer una definición que recoja la esencia misma de lo bello, eterna e inalterable, que comparten todas las cosas que llamamos bellas. Una vez alcanzado el conocimiento de la belleza en sí o el bien en sí, seremos capaces de distinguir con mayor claridad cuándo una cosa concreta es realmente bella y cuándo no. Es decir, habremos alcanzado el criterio de lo bello. A ese concepto eterno e inalterable es a lo que Platón llama idea de belleza o idea del bien.