Ahora bien, este dato radical no es una sustancia estática, hierática, que se deje apresar con las categorías de la metafísica tradicional. Su esencial carácter dinámico exige que intentemos apresarla con una nueva terminología, que indaguemos en el lenguaje para dar con aquellas palabras cuya significación nos permitan expresar con propiedad ese dinamismo que presenta la verdad más radical e incontrovertible.
En la lección X de su texto “¿Qué es Filosofía?” Ortega expone las nuevas categorías con las que debe ser apresada esa realidad radical que persigue. Así, la primera palabra que elegirá del lenguaje coloquial para referirse a esa coexistencia radical entre el pensamiento y la cosa pensada, y en torno a la cual girarán todas las demás, será el término “vida”. A través de él, Ortega desea expresar la coexistencia de mi yo con el mundo, pues lo más fundamental, antes que la cosa en sí o la idea de la misma, es el estar yo ahí en relación directa con la cosa que propiciará mi pensamiento. Entre la cosa en sí y mi pensamiento hay una interdependencia, una dependencia recíproca, una correlación, una coexistencia, a la que Ortega se refiere con el término “vida”.
A partir de aquí, expone cuáles son las características más básicas, las nuevas categorías que nos pueden permitir una concepción articulada y más profunda de este dato radical. En ese sentido, Ortega afirmará que el primer atributo esencial que debemos tener en cuenta cuando hablamos de la “vida”, como dato radical, es que ésta consiste en un coexistir del yo junto a la cosa, pero en el que al yo le acontece un enterarse, un darse cuenta, un advertirse, un saberse y comprenderse de que se está ahí con la cosa. Se trata de un encontrarse a sí mismo en el mundo y, en tanto que así se sabe, se advierte en plena relación con la cosa, en plena ocupación con ella, haciéndose cargo de ella y de todos cuantos seres le rodean a ese yo y configuran su mundo circunstancial.
Otra característica que Ortega saca a la luz es el carácter súbito e imprevisto que posee la vida, al encontrarnos con ella de manera inesperada, de forma sobrevenida, sin haberlo elegido, como habiendo sido arrojados a la vida.
Ello conllevará que, al vernos así viviendo y teniéndonos que ocuparnos de lo que nos circunda, deberemos elegir, entre las posibilidades que se nos abran, qué hacer. No podremos evitar hacer uso de nuestra libertad, decidiendo en todo momento qué vamos a elegir, cómo nos vamos a ocupar con lo que propiamente no somos nosotros, pero nos configura y mediatiza irremediablemente. Vivir es un constante decidir qué vamos a ser y, en ese sentido, es también un constante proyectarse en el futuro, con lo que encontramos que el tiempo, en el que transcurre nuestra vida, resulta un atributo inherente a esa realidad radical.
Todas estas nuevas categorías articularán la lógica de esa razón vital, a saber, encontrarse en el mundo, ocuparse, estar arrojado, libertad, proyección en el tiempo, de ese raciovitalismo que Ortega propone como alternativa al racionalismo tradicional, ineficaz a la hora de dar cuenta de la nueva concepción de ser básicamente dinámico que propone el filósofo español.
En la lección X de su texto “¿Qué es Filosofía?” Ortega expone las nuevas categorías con las que debe ser apresada esa realidad radical que persigue. Así, la primera palabra que elegirá del lenguaje coloquial para referirse a esa coexistencia radical entre el pensamiento y la cosa pensada, y en torno a la cual girarán todas las demás, será el término “vida”. A través de él, Ortega desea expresar la coexistencia de mi yo con el mundo, pues lo más fundamental, antes que la cosa en sí o la idea de la misma, es el estar yo ahí en relación directa con la cosa que propiciará mi pensamiento. Entre la cosa en sí y mi pensamiento hay una interdependencia, una dependencia recíproca, una correlación, una coexistencia, a la que Ortega se refiere con el término “vida”.
A partir de aquí, expone cuáles son las características más básicas, las nuevas categorías que nos pueden permitir una concepción articulada y más profunda de este dato radical. En ese sentido, Ortega afirmará que el primer atributo esencial que debemos tener en cuenta cuando hablamos de la “vida”, como dato radical, es que ésta consiste en un coexistir del yo junto a la cosa, pero en el que al yo le acontece un enterarse, un darse cuenta, un advertirse, un saberse y comprenderse de que se está ahí con la cosa. Se trata de un encontrarse a sí mismo en el mundo y, en tanto que así se sabe, se advierte en plena relación con la cosa, en plena ocupación con ella, haciéndose cargo de ella y de todos cuantos seres le rodean a ese yo y configuran su mundo circunstancial.
Otra característica que Ortega saca a la luz es el carácter súbito e imprevisto que posee la vida, al encontrarnos con ella de manera inesperada, de forma sobrevenida, sin haberlo elegido, como habiendo sido arrojados a la vida.
Ello conllevará que, al vernos así viviendo y teniéndonos que ocuparnos de lo que nos circunda, deberemos elegir, entre las posibilidades que se nos abran, qué hacer. No podremos evitar hacer uso de nuestra libertad, decidiendo en todo momento qué vamos a elegir, cómo nos vamos a ocupar con lo que propiamente no somos nosotros, pero nos configura y mediatiza irremediablemente. Vivir es un constante decidir qué vamos a ser y, en ese sentido, es también un constante proyectarse en el futuro, con lo que encontramos que el tiempo, en el que transcurre nuestra vida, resulta un atributo inherente a esa realidad radical.
Todas estas nuevas categorías articularán la lógica de esa razón vital, a saber, encontrarse en el mundo, ocuparse, estar arrojado, libertad, proyección en el tiempo, de ese raciovitalismo que Ortega propone como alternativa al racionalismo tradicional, ineficaz a la hora de dar cuenta de la nueva concepción de ser básicamente dinámico que propone el filósofo español.
ORTEGA Y GASSET, NI REALISMO NI IDEALISMO:EL RACIOVITALISMO
Ortega y Gasset fue un filósofo que, en la línea de la mayoría de los pensadores del siglo XX, intentó superar los problemas que el idealismo planteaba. Para ello, mostró su distanciamiento tanto de esta corriente como del realismo.
El realismo puede resumirse en la actitud filosófica consistente en suponer que la verdadera realidad son las cosas en sí mismas, idependientemente de que éstas sean o no pensadas. En esta corriente, la reflexión pretende recaer sobre las cosas directamente. Por ello, resultará primordial para los filósofos realistas acceder a la sustancialidad de las cosas naturales, aquello que les permite mantener su identidad, más allá de todo cambio.
Sin embargo, para Ortega, el realismo es una ingenuidad filosófica, que ya se encargó Descartes de desenmascarar, sentando así los cimientos del auténtico Idealismo, del subjetivismo moderno. El filósofo francés nos enseña que el pensamiento no recae nunca sobre las cosas directamente, sino sobre las ideas que acerca de ellas tenemos. Se trata por tanto, de centrar todos los esfuerzos en determinar qué ideas pueden poseer algún valor de conocimiento, en hallar la idea de la que no pueda albergar duda alguna, por mucho que me lo proponga, que representa fielmente una realidad exterior. Será la propia idea del pensamiento, la del cogito, la única de la que Descartes consigue certeza absoluta. Ahora bien, en cuanto descubre el pensar como acto originario, empujado por una inercia realista de más de dos mil años, lo substancializa, reduce toda la realidad a las ideas, al sujeto pensante, y genera con ello el gran problema de la filosofía idealista: cómo salir de las ideas hacia la realidad a la que éstas apuntan.
Ortega propondrá como solución volver al descubrimiento cartesiano y entenderlo ahora debidamente, en su estricta radicalidad. En opinión del filósofo madrileño, lo que Descartes no acierta a terminar de descubrir, como ya se ha apuntado, por el peso de la tradición realista, es que lo realmente originario, el auténtico dato radical que, bajo ningún concepto se puede poner en dudad, no es ni la cosa en sí ni la idea que de ésta quepa albergar, sino el acto de pensar la cosa misma, el caer en la cuenta que para que haya idea de algo, previamente se tiene que dar ese algo junto con su consideración con su ser pensado como “algo”: «El mundo exterior no existe sin mi pensarlo, pero el mundo exterior es mi pensamiento… somos el mundo y yo. . . el uno con el otro sin posible separación.”
Por tanto, el dato radical del Universo no puede ser el pensamiento, sino el pensamiento y las cosas, el yo con las cosas.
El realismo puede resumirse en la actitud filosófica consistente en suponer que la verdadera realidad son las cosas en sí mismas, idependientemente de que éstas sean o no pensadas. En esta corriente, la reflexión pretende recaer sobre las cosas directamente. Por ello, resultará primordial para los filósofos realistas acceder a la sustancialidad de las cosas naturales, aquello que les permite mantener su identidad, más allá de todo cambio.
Sin embargo, para Ortega, el realismo es una ingenuidad filosófica, que ya se encargó Descartes de desenmascarar, sentando así los cimientos del auténtico Idealismo, del subjetivismo moderno. El filósofo francés nos enseña que el pensamiento no recae nunca sobre las cosas directamente, sino sobre las ideas que acerca de ellas tenemos. Se trata por tanto, de centrar todos los esfuerzos en determinar qué ideas pueden poseer algún valor de conocimiento, en hallar la idea de la que no pueda albergar duda alguna, por mucho que me lo proponga, que representa fielmente una realidad exterior. Será la propia idea del pensamiento, la del cogito, la única de la que Descartes consigue certeza absoluta. Ahora bien, en cuanto descubre el pensar como acto originario, empujado por una inercia realista de más de dos mil años, lo substancializa, reduce toda la realidad a las ideas, al sujeto pensante, y genera con ello el gran problema de la filosofía idealista: cómo salir de las ideas hacia la realidad a la que éstas apuntan.
Ortega propondrá como solución volver al descubrimiento cartesiano y entenderlo ahora debidamente, en su estricta radicalidad. En opinión del filósofo madrileño, lo que Descartes no acierta a terminar de descubrir, como ya se ha apuntado, por el peso de la tradición realista, es que lo realmente originario, el auténtico dato radical que, bajo ningún concepto se puede poner en dudad, no es ni la cosa en sí ni la idea que de ésta quepa albergar, sino el acto de pensar la cosa misma, el caer en la cuenta que para que haya idea de algo, previamente se tiene que dar ese algo junto con su consideración con su ser pensado como “algo”: «El mundo exterior no existe sin mi pensarlo, pero el mundo exterior es mi pensamiento… somos el mundo y yo. . . el uno con el otro sin posible separación.”
Por tanto, el dato radical del Universo no puede ser el pensamiento, sino el pensamiento y las cosas, el yo con las cosas.