Mientras Locke pensaba que los contenidos de la mente estaban determinados por los poderes activos de la materia, la innovadora filosofía de Kant inauguraba una manera diferente de concebir la relación entre la actividad mental y el mundo tal como lo percibimos. Leibniz y Descartes habían edificado su versión del apriorismo sobre la idea de que, pensando en los atributos necesarios de Dios, llegaríamos a conocer algo acerca del mundo antes de someterlo a cualquier tipo de examen. Para Kant, el mundo que percibimos es fruto de nuestro trabajo consistente en moldear el flujo de sensaciones. Lo hacemos por medio de ciertas reglas a priori. Por esta vía, logramos sintetizar un mundo empírico de cosas, causas, acontecimientos y demás. Vivimos en un mundo en común porque compartimos reglas para sintetizar mundos, mediante la misma actividad sintética que moldea nuestros pensamientos y sentimientos en mentes individuales. La clave de esta actividad radica en la unidad del mundo y de cada mente individual. En su Crítica de la razón pura, de 1781, seguida de una segunda edición revisada (1787), Kant desarrolló su perspicaz concepción de la formación de las mentes y los mundos. Para Kant “la experiencia es la suma de todos los conocimientos en los que se nos dan los objetos”. He aquí la fuente de los problemas que intenta desenmarañar: “Pero aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo de él de la experiencia. En efecto, podría ocurrir que todo nuestro sistema empírico fuera una composición de lo que recibimos mediante las impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer produce (motivada por las impresiones) a partir de sí misma. En tal supuesto, no distinguiríamos esta adición respecto de dicha materia fundamental hasta tanto que un prolongado ejercicio nos hubiera hecho fijar en ella y nos hubiese adiestrado para separarla”. El objetivo de Kant estriba en hallar las “adiciones” que la síntesis incorpora al dominio de la experiencia, tanto del exterior, el mundo que percibimos, como de nuestra mente, tal como la conocemos mediante la reflexión. Kant distingue entre “intuición” que se refiere a la aprehensión directa de algo y “entendimiento” que es la capacidad que poseemos de gobernar los conceptos en el pensamiento. Al hilo de esto enuncia el célebre aforismo: “los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas”. También distingue entre lo puro y lo empírico: “la intuición y los conceptos constituyen, pues, los elementos de todo nuestro conocimiento (…) Son empíricos si contienen una sensación (…) Son puros si no hay en la representación mezcla alguna de sensación. (…) Ni el entendimiento puede intuir nada, ni los sentidos pueden pensar nada. El conocimiento únicamente puede surgir de la unión de ambos”. ¿Cómo abstraer las adiciones? Esto requiere dos pasos, el primer paso, la “estética trascendental”, se ejecuta de este modo: “apuntaremos de esta última (la intuición empírica) todo lo perteneciente a la sensación, a fin de quedarnos sólo con la intuición pura y con la forma de los fenómenos (…) Esto da lugar a dos formas puras, esto es, espacio y tiempo”. Vemos así lo que se ha añadido a las meras sensaciones para crear un mundo de objetos dispuestos en el espacio y el tiempo. Los pensamientos y sentimientos se expresan secuencialmente según el orden temporal. Ahora bien, el mundo exhibe una estructura más detallada. Tiene que haber otra fase. Kant llama a este paso “lógica trascendental”: “En una lógica trascendental, aislamos el entendimiento (al igual que hicimos antes con la sensibilidad en la estética trascendental) y tomamos de nuestros conocimientos únicamente la parte del pensamiento que no procede más que del entendimiento. Ahora bien, el uso de este conocimiento puro se basa en la condición siguiente: que se nos den en la intuición objetos a los que pueda aplicarse”. Y eso es lo que hacemos: “Si hacemos completa abstracción del contenido de un juicio y atendemos sólo a su simple forma intelectual, descubrimos la función del pensamiento, dentro del juicio, puede reducirse a cuatro títulos”. La fase analítica de esta obra produce una matriz de cuatro grupos: cantidad, cualidad, relación y modalidad, de tres conceptos cada uno. Estos aparecerán en los objetos de la intuición, aquello que percibimos, ya que estos objetos son el fruto de una síntesis mediante la cual el entendimiento organiza la multiplicidad de sensaciones en el mundo que percibimos y sobre los que podemos formular juicios. La actividad sintetizante genera en la persona una conciencia unificada y, como contrapunto de la mente cognoscente, un único mundo. Pero ¿qué significa “trascendental”? Algo es trascendental si es necesario para la experiencia pero no se da en la experiencia. No intuimos el espacio y el tiempo, intuimos sólo cosas y eventos organizados de ciertas formas. Análogamente, no aprehendemos la causalidad como tal, sino sucesos dispuestos de tal manera que uno es condición para el otro. No nos aprehendemos a nosotros mismos, nuestro yo sino que experimentamos nuestra mente como algo unificado. Esto es lo que Kant denomina unidad sintética de la apercepción, término que designa la estructura unificada de las representaciones en cuanto mías. Siempre puedo anteponer un “yo pienso que” a cada una de mis intuiciones . Todos estos aspectos son trascendentales. La tarea del filósofo estriba en ponerlos de manifiesto de tal modo que seamos capaces de pensarlos como conceptos puros del entendimiento. ¿Qué relación existe entre las categorías a priori y mi experiencia de un mundo determinado y organizado? Kant sostiene que ha de haber algo intermedio que sea “homogéneo con la categoría” y con el fenómeno. A tales intermediarios, los denomina “esquemas” que son reglas de síntesis mediante las cuales se ensambla el mundo en un fenómeno organizado. A cada uno de los esquemas le corresponde una proposición general, tal como el principio de que “todos los cambios tienen lugar de acuerdo con la ley que enlaza causa y efecto” (el principio de causalidad). Se trata de la expresión proposicional del esquema causal, que es una de las categorías de “relación”. Las relaciones causales son aquéllas susceptibles de expresión en la forma: “Si esto y esto, entonces eso y aquello”. Las proposiciones que expresan esquematismo son sintéticas a priori. No pueden por menos de ser verdaderas respecto al mundo que experimentamos, pero no podríamos llegar a conocerlas de no ser porque experimentamos semejante mundo. A eso se debe de que los seres humanos habiten un mundo inteligible. Este ha sido unificado mediante el uso de esquematismos que se corresponden con las formas posibles del juicio. Las proposiciones sintéticas a priori han de determinar las formas básicas en las que debe expresarse todo conocimiento empírico, es decir, toda ciencia. El sistema de juicios, categorías, conceptos y esquemas está implicado en la creación del mundo empírico que percibimos, así como de la estructura y los contenidos de la mente del perceptor. Kant lo considera el único sistema posible. Pensaba que el patrón de las formas de juicio no podía haber sido creado de otro modo. Ubica las condiciones lógicas de toda experiencia en el conjunto cerrado de formas que pueden adoptar los juicios. Es éste uno de los presupuestos más discutidos de su pensamiento ¿por qué ha de haber justamente doce formas de juicio?
El planteamiento de Kant participa tanto del Racionalismo en cuanto que asume que existe un único sistema de conceptos realizado en la experiencia humana (las intuiciones puras de espacio y tiempo y las categorías del entendimiento). Participa del convencionalismo en la medida en que ese sistema se aplica, determina la auténtica forma de la experiencia humana. Nació en Könisberg. Beneficiario de una estricta educación protestante pasó su vida en su ciudad natal impartiendo clases y escribiendo. Tenía vínculos familiares con las Islas Británicas y en Francia. Su liberalismo político y religioso le causó ciertos problemas con las autoridades, pero logró superarlos. Murió en 1804. Toda la filosofía de Kant está comprometida con la Ilustración. Las tres preguntas fundamentales “¿qué puedo saber?”, “¿qué puedo hacer?”, “¿qué me cabe esperar?”, reunidas en torno a la cuarta pregunta “¿qué es el hombre?”, las hace Kant con plena conciencia de que su época es “la de la crítica”. Es la época de la crítica a la metafísica como ciencia pero también la crítica de la religión y de sus extralimitaciones fuera de la razón; pero sobre todo, es la época de la crítica política ¿por qué “sobre todo”? Porque sus opiniones sobre la Revolución Francesa, el republicanismo de la paz perpetua o la sociedad cosmopolita, no son cuestiones “marginales” o notas a pie de página de la verdadera filosofía. Kant expone su ética en la Crítica de la razón práctica (1788) pero la inicia en la Fundamentación metafísica de las costumbres (1785). Kant hizo lo mismo que había hecho al escribir los Prolegómenos (1783) para hacer más accesible la Crítica de la razón pura sólo que ahora su Fundamentación (es decir, los prolegómenos a la metafísica de las costumbres) había ido primero. La cuestión que plantea Kant es ¿cómo pueden existir principios morales universales? Bien puede suceder que un determinado grupo de personas posea una concepción diferente de lo virtuoso, o sea, de lo útil y agradable, de la sostenida por otro colectivo. ¿Cómo llegar a establecer un criterio definitivo de lo que sería un juicio moral en cualquier tiempo y lugar? Este es el problema que Kant se propuso solucionar. Como veremos, pone el acento en el individuo como sede de la moralidad, con más radicalidad que la interpretación emotivista de Hume. Para Kant, cualquier acción humana ha de considerarse con relación a dos “órdenes”, el mundo fenoménico, estrictamente gobernado por las leyes causales, y el mundo inteligible, gobernado por la razón. Como integrantes del mundo fenoménico, los seres humanos están limitados por la causalidad y, por consiguiente, no obran libremente, es decir, no eligen cursos de acción con independencia de las fuerzas materiales psicológicas que actúan sobre ellos. Pero, en cuanto partícipes del mundo inteligible, del mundo en que impera la razón, las personas son libres. Esta libertad se nos manifiesta en nuestras intuiciones de la espontaneidad de algunos de nuestros pensamientos y acciones. Por lo tanto, somos a la par organismos fenoménicos y agentes nouménicos. Kant desea hallar aquello que es incondicionalmente bueno. La primera de las tres secciones en las que Kant divide su Fundamentación comienza con estas palabras: “Ni en ninguna parte del mundo, ni en general, inclusive fuera de él mundo es posible pensar algo que se pueda considerar sin restricción como bueno, excepto una buena voluntad”. “Así la buena voluntad parece constituir la condición indispensable inclusive para que valga la pena ser feliz”. Las acciones efectuadas con vistas a conseguir placer, o incluso para lograr un fin útil, se dirigen a algo extrínseco al acto mismo. Parece existir un único candidato a principio incondicionado de la acción: cumplir con nuestro deber sin más propósito que el de cumplir con nuestro deber. Esto le permite distinguir entre imperativos incondicionales e imperativos hipotéticos, los cuales expresan las reglas para la ejecución de las acciones valoradas conforme al valor de los resultados deseados y deseables que se pretenden alcanzar. Existen reglas de habilidad, para las que se refiere conocimientos técnicos y reglas prudenciales que garantizan que nuestras acciones redundan en nuestro propio interés. Ningún imperativo hipotético va al fondo de la cuestión. La ley moral absoluta sólo podrá venir dada por un imperativo categórico, un principio de acción independiente de las situaciones particulares y los motivos personales. La exposición kantiana de la naturaleza del imperativo categórico constituye uno de los momentos estelares de la historia de la filosofía. En los escritos de Kant, el imperativo categórico adopta dos versiones. La primera formulación se expresa así: “obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”. Kant lo denomina “principio supremo del derecho”. Nos exige respetar el derecho de cada cual a obrar conforma a la ley moral, es decir, autónomamente, sin ningún tipo de coerción. ¿Qué es lo que convierte este imperativo en categórico, o sea, en incondicional? Es incondicional “si la acción es representada como buena en sí, esto es, como necesaria en una voluntad conforme en sí con la razón, como un principio de tal voluntad”. La conformidad con la razón, supone simplemente evitar la contradicción. Las acciones moralmente incorrectas conducirán a contradicciones. La segunda formulación del imperativo categórico suena muy diferente a la primera: “obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. Esta versión está vinculada a otro aspecto sobresaliente de la filosofía kantiana, el énfasis en nuestra capacidad de obrar libremente con independencia de las fuerzas extrínsecas. Esta versión del imperativo categórico define el “reino de los fines”, un orden social idealizado en el cual todas las personas son tratadas como agentes libres y responsables: “un ser racional pertenece al reino de los fines como miembro de él, cuando forma parte de él como legislador universal, pero también como sujeto a esas leyes. Pertenece al reino como jefe, cuando como legislador no está sometido a ninguna voluntad de otro”. Estas dos versiones expresan la misma idea. Aquello que delimita el juicio moral respecto de cualquier otro tipo de juicio es la atención a, y la preservación de las personas en su calidad de agentes autónomos. Resulta evidente, así mismo, que un principio tan escueto como “adopta como leyes morales sólo aquellas máximas que respeten la autonomía de todos los implicados” no podría servir de fuente de ninguna regla particular. Dado un determinado sistema moral, el imperativo categórico nos faculta para filtrar las leyes morales genuinas de todas las máximas restantes. Lo que convierte en moral a un juicio o regla no es su contenido sino su forma: “No se refiere a la materia de la acción y a lo que de ésta ha de suceder, sino a la forma y al principio de donde ella sucede”. Kant pone a prueba la conducta a la luz del imperativo categórico mostrando que una regla moralmente defectuosa, tal como una exhortación a mentir, se revela contraria a la razón, ya que la máxima “miente siempre” se contradice a sí misma. Su adopción destruiría y tornaría vacua la distinción entre verdad y mentira.