Frente a Descartes, Aristóteles concibe que cada ciencia, según su objeto de estudio propio, debe tener asimismo su método propio. Además, Aristóteles centró su atención en la realidad sensible y, por tanto, usó un concepto de razón centrado en dar una explicación satisfactoria de las cosas, es decir, el modelo de razón abstracta y matemática de Descartes no tiene cabida en la explicación de la naturaleza ofrecida por Aristóteles. Es evidente que Aristóteles no problematiza el concepto de realidad ni parte, a la hora de conocer, de los conceptos mentales o ideas que tenemos sobre las cosas: la filosofía aristotélica es realista en tanto y en cuanto todo nuestro conocimiento no es nada más que una depuración racional del testimonio que no ofrecen los sentidos. Por otra parte, el concepto de sustancia juega en ambos autores un papel muy diferente. Aristóteles, al cual se le debe la creación de este concepto, entiende que sustancia son todos los seres individuales compuestos de materia y forma, los cuales, ontológicamente, son las denominadas “sustancias primeras”. Sólo en sentido análogo o derivado, podemos concebir también la existencia de “sustancias segundas”, es decir, la atribución del género o la especie a un sujeto individual y realmente existente (por ejemplo, cuando decimos “Sócrates es un hombre”, Sócrates es la sustancia primera o sujeto real sobre el cual se predica o dice que es un hombre, sustancia segunda). En el planteamiento aristotélico, la esencia, es decir, aquello que hace que cada cosa sea lo que es, venía a coincidir con la forma, que siempre está presente en los seres naturales junto a una materia a la que define e individualiza. En Descartes, el concepto de sustancia, como ya hemos comentado, proviene precisamente de la reelaboración que hizo la filosofía escolástica de la concepción aristotélica. Así, los escolásticos, y especialmente Tomás de Aquino, entendieron que sólo hay una sustancia en la que existencia y esencia coinciden (Dios);en el resto de sustancias la existencia se debe a Dios y la esencia es lo que las individualiza y permite tanto conocerlas como diferenciarlas. En Aristóteles, cuerpo y alma forman un conjunto inseparable que es explicado según la relación materia- forma, siendo el alma aquel principio de vida que individualiza al cuerpo.
Sin embargo, en Descartes, la adopción del dualismo cuerpo-alma hace que los conciba como elementos heterogéneos y, por tanto, con una relación difícilmente explicable. En cuanto a sus respectivos modelos físicos, ambos autores difieren de manera significativa. La física cartesiana, precisamente, se presenta como un modelo alternativo al aristotélico, presente en Occidente hasta los inicios del Renacimiento. Frente al modelo cualitativo y finalista de Aristóteles, donde lo importante es explicar el porqué de los fenómenos y sus cualidades cambiantes; la física cartesiana supone un modelo cuantitativo y mecanicista, en el cual lo importante es explicar cómo suceden los fenómenos recurriendo a unas leyes básicas, expresables en lenguaje matemático. Valoración: En el planteamiento cartesiano la primera certeza que encontró fue la de su propia existencia: sé que existo porque se trata de una afirmación de la que es imposible dudar.
Pero esa existencia, tal y como él la concibe, es muy distinta de lo que habitualmente entendemos por “yo”. Descartes ha dejado fuera nada más que al cuerpo, con todos sus deseos, exigencias y servidumbres. Para él, el “yo” es puro pensamiento, “una cosa cuya esencia o naturaleza no consiste sino en pensar”, como se nos decía en el texto que hemos comentado. Y sobre esta base construyó todo el resto de su sistema filosófico. Así pues, dada esta base, el mundo filosófico de Descartes será un mundo de pura razón. Al elegir como criterio de verdad la “claridad y distinción” se vio obligado a dejar de lado todo lo que no cumpliese con esas estrictas condiciones. Su concepto de hombre, por ejemplo, va a consistir en un ser partido en dos: un alma pensante y un cuerpo consistente en pura materia inerte. Quizás este mundo cartesiano resulte poco atractivo para nosotros; como todo mundo matemático, resulta inhabitable y frío. Echamos de menos en él la valoración de lo corporal, la riqueza del conocimiento sensible, la complejidad de la vida afectiva. Por otra parte, el mérito de Descartes consistíó en explorar a fondo y de manera coherente una de las dimensiones del hombre (el uso teórico de su razón) llevando hasta sus últimas consecuencias esa investigación. Al hacerlo tuvo que romper audazmente con una larga tradición y, quizás sin saberlo, iniciar una línea de pensamiento que fue decisiva en la construcción de la Europa moderna:
por primera vez, el sujeto individual se afirma como el juez que va a decidir acerca de la verdad o falsedad de la realidad que le rodea. En adelante, el individuo será el protagonista del mundo y no sólo un mero y pasivo espectador. La sociedad contemporánea no ha hecho otra cosa que llevar también hasta sus últimas consecuencias este giro individualista iniciado por Descartes. Por último, la invocación cartesiana a la necesidad de “dudar al menos una vez en la vida de todo” sigue constituyendo un excelente ejercicio de reflexión crítica ante todo tipo de prejuicios y verdades oficiales, pues sólo nuestra razón y la de otros puede ayudarnos a no acomodarnos en las creencias establecidas, sólo así los enemigos de la razón ( adivinos y echadores de cartas, profetas de diversa índole, defensores de una única verdad, etc. ) pueden ser desenmascarados como mercaderes de la confusión. Y es que la razón humana no es ni debe ser nunca omnipotente, está claramente limitada, pero es el mejor instrumento con el que contamos para vivir. Por ello mismo, hoy, que la “mitología científico-tecnológica” preside nuestra manera de concebir el mundo, sea aún más necesario dudar de lo todo lo dudable, mas no por ello olvidándonos de que dudar es una manera de vivir y compartir, no un mero y solitario ejercicio de filósofos profesionales o de distraídos y ociosos.
Valoración: En el planteamiento cartesiano la primera certeza que encontró fue la de su propia existencia: sé que existo porque se trata de una afirmación de la que es imposible dudar. Pero esa existencia, tal y como él la concibe, es muy distinta de lo que habitualmente entendemos por “yo”. Descartes ha dejado fuera nada más que al cuerpo, con todos sus deseos, exigencias y servidumbres. Para él, el “yo” es puro pensamiento, “una cosa cuya esencia o naturaleza no consiste sino en pensar”, como se nos decía en el texto que hemos comentado. Y sobre esta base construyó todo el resto de su sistema filosófico. Así pues, dada esta base, el mundo filosófico de Descartes será un mundo de pura razón. Al elegir como criterio de verdad la “claridad y distinción” se vio obligado a dejar de lado todo lo que no cumpliese con esas estrictas condiciones. Su concepto de hombre, por ejemplo, va a consistir en un ser partido en dos: un alma pensante y un cuerpo consistente en pura materia inerte. Quizás este mundo cartesiano resulte poco atractivo para nosotros; como todo mundo matemático, resulta inhabitable y frío. Echamos de menos en él la valoración de lo corporal, la riqueza del conocimiento sensible, la complejidad de la vida afectiva. Por otra parte, el mérito de Descartes consistíó en explorar a fondo y de manera coherente una de las dimensiones del hombre (el uso teórico de su razón) llevando hasta sus últimas consecuencias esa investigación. Al hacerlo tuvo que romper audazmente con una larga tradición y, quizás sin saberlo, iniciar una línea de pensamiento que fue decisiva en la construcción de la Europa moderna: por primera vez, el sujeto individual se afirma como el juez que va a decidir acerca de la verdad o falsedad de la realidad que le rodea. En adelante, el individuo será el protagonista del mundo y no sólo un mero y pasivo espectador. La sociedad contemporánea no ha hecho otra cosa que llevar también hasta sus últimas consecuencias este giro individualista iniciado por Descartes. Por último, la invocación cartesiana a la necesidad de “dudar al menos una vez en la vida de todo” sigue constituyendo un excelente ejercicio de reflexión crítica ante todo tipo de prejuicios y verdades oficiales, pues sólo nuestra razón y la de otros puede ayudarnos a no acomodarnos en las creencias establecidas, sólo así los enemigos de la razón ( adivinos y echadores de cartas, profetas de diversa índole, defensores de una única verdad, etc. ) pueden ser desenmascarados como mercaderes de la confusión. Y es que la razón humana no es ni debe ser nunca omnipotente, está claramente limitada, pero es el mejor instrumento con el que contamos para vivir. Por ello mismo, hoy, que la “mitología científico-tecnológica” preside nuestra manera de concebir el mundo, sea aún más necesario dudar de lo todo lo dudable, mas no por ello olvidándonos de que dudar es una manera de vivir y compartir, no un mero y solitario ejercicio de filósofos profesionales o de distraídos y ociosos.
Quizás este mundo cartesiano resulte poco atractivo para nosotros; como todo mundo matemático, resulta inhabitable y frío. Echamos de menos en él la valoración de lo corporal, la riqueza del conocimiento sensible, la complejidad de la vida afectiva. Por otra parte, el mérito de Descartes consistíó en explorar a fondo y de manera coherente una de las dimensiones del hombre (el uso teórico de su razón) llevando hasta sus últimas consecuencias esa investigación. Al hacerlo tuvo que romper audazmente con una larga tradición y, quizás sin saberlo, iniciar una línea de pensamiento que fue decisiva en la construcción de la Europa moderna: por primera vez, el sujeto individual se afirma como el juez que va a decidir acerca de la verdad o falsedad de la realidad que le rodea. En adelante, el individuo será el protagonista del mundo y no sólo un mero y pasivo espectador. La sociedad contemporánea no ha hecho otra cosa que llevar también hasta sus últimas consecuencias este giro individualista iniciado por Descartes. Por último, la invocación cartesiana a la necesidad de “dudar al menos una vez en la vida de todo” sigue constituyendo un excelente ejercicio de reflexión crítica ante todo tipo de prejuicios y verdades oficiales, pues sólo nuestra razón y la de otros puede ayudarnos a no acomodarnos en las creencias establecidas, sólo así los enemigos de la razón ( adivinos y echadores de cartas, profetas de diversa índole, defensores de una única verdad, etc. ) pueden ser desenmascarados como mercaderes de la confusión. Y es que la razón humana no es ni debe ser nunca omnipotente, está claramente limitada, pero es el mejor instrumento con el que contamos para vivir. Por ello mismo, hoy, que la “mitología científico-tecnológica” preside nuestra manera de concebir el mundo, sea aún más necesario dudar de lo todo lo dudable, mas no por ello olvidándonos de que dudar es una manera de vivir y compartir, no un mero y solitario ejercicio de filósofos profesionales o de distraídos y ociosos.