San Agustín aspiraba a alcanzar la verdad y la felicidad, que se encontraban en Cristo. El camino que conduce a Cristo requiere tanto de fe como de razón.
Fe y Razón
- Fe: Precede a los procedimientos de la razón.
- Razón: Es falible e insuficiente. La razón sin la fe está expuesta al error, y por sí sola es incapaz de alcanzar la verdad.
Comprendió que no hay que entender para creer, sino creer para entender: la fe es el camino. La razón interviene en dos etapas:
- La razón precede a la fe al examinar aquello que es posible creer razonablemente.
- La razón ha de seguir a la fe. La fe busca y la inteligencia halla, se necesitan mutuamente. La fe es el medio para llegar a la verdad.
Teoría del Conocimiento
Plantea el problema de la verdad. La búsqueda de la verdad es necesaria. La verdad nos hace sabios y en la sabiduría está la felicidad, esta felicidad es lo que Agustín denomina beatitud. Agustín se plantea si es posible alcanzar un conocimiento verdadero o si la verdad no existe. También se plantea: ¿Cómo puede el ser humano alcanzar la verdad?
Superación de la Duda Escéptica
Argumenta que los principios escépticos dan por supuestas demasiadas certezas. Sostienen que si la verdad es inaccesible, reconocen que existe una verdad. Los que dudan de todo caen en una contradicción, porque el hecho de dudar ya es una verdad.
Verdad y Conocimiento
Tres niveles:
- Conocimiento sensible: Lo comparten animales y hombres. Se obtiene a partir de la información recibida por los sentidos. Un saber necesario para la vida práctica, pero es el nivel más bajo de conocimiento.
- Conocimiento racional: Propio del ser humano. Si el ser humano solo captara información sensorial, no podría aspirar a ningún conocimiento fiable. Sin embargo, es capaz de establecer juicios basándose en modelos. La verdad está en la razón, pero por encima de la razón. Recurre a ideas ejemplares. Estas ideas necesitan de un ser que las contenga, del que puede decirse que es la verdad misma (verdad ontológica).
- Contemplación: Nivel más elevado. Consiste en contemplar las ideas eternas únicamente a través de la mente. Esta contemplación conduce a la sabiduría y solo es posible por la iluminación divina: la luz de Dios ilumina el alma y le permite descubrir en su interior el reflejo de las ideas.
El conocimiento requiere un repliegue en el interior de uno mismo, una búsqueda en el propio interior del alma, donde el hombre encontrará la verdad, es decir, Dios.
El Dios Agustiniano
Dos aspectos: existencia y naturaleza divina.
La Existencia de Dios
Dice que las mismas criaturas son la prueba más evidente. Dios se hace visible a través de sus efectos. La prueba del consentimiento universal: el ser humano juzga las cosas sensibles a partir de ideas que están impresas en su alma. Tales ideas existen, y solo pueden provenir de un ser inmutable y eterno. Dios como fundamento de la verdad, es el argumento más sólido a favor de su existencia.
La Naturaleza de Dios
Es inefable, está más allá de lo que podemos comprender (teología negativa). Solo podemos decir de Dios lo que no es, porque está más allá de lo que el alma humana puede comprender.
El Mundo Creado
- Dios crea el mundo a partir de la nada. El mundo no es eterno, Dios sí.
- Dios crea el mundo fuera del tiempo.
- Dios crea el mundo por su libre voluntad, por amor.
- La materia también ha sido creada por Dios, y por tanto no puede ser origen del mal.
Dios ha creado todas las cosas por medio del Verbo, el Hijo de Dios. Para explicar la generación de nuevas criaturas a lo largo del tiempo, recurre a la noción de las rationes seminales, semillas invisibles.
El Hombre
La Naturaleza del Alma
Considera que únicamente el ser humano posee un alma racional, esto le diferencia de los animales. El alma se caracteriza por:
- Estar constituida por una razón inferior (conoce las cosas sensibles) y una razón superior (la auténtica sabiduría).
- Ser inmortal.
- El deseo de una felicidad absoluta (beatitud).
- Haber sido creada por Dios y por tanto es temporal.
- Poseer tres facultades: memoria, inteligencia y voluntad.
Relación entre Alma y Cuerpo
El alma es una sustancia espiritual, simple e indivisible, el principio que da vida al cuerpo, pero es superior a él y por tanto no puede verse afectada por el cuerpo. Es ella la que concentra todas las funciones cognoscitivas y es en ella donde tiene lugar la iluminación divina. No obstante, San Agustín está obligado por el cristianismo a mantener con firmeza la unión de alma y cuerpo en el hombre: ambos han sido creados por Dios y es el compuesto lo que constituye el hombre.
La Ética Agustiniana: El Mal y la Libertad
Propone una ética eudemonista, el fin de la conducta humana es la felicidad, la vida buena o beatitud. Esta solo puede encontrarse en Dios con ayuda de la gracia divina. El hombre, como ser mutable, que no se basa en sí mismo y que tiende hacia lo que es superior a él, busca la unión con el objeto inmutable (Dios) que puede hacerle feliz. La voluntad impulsa al alma mediante el amor o caridad hacia Dios y el prójimo.
El Mal
El alma no está en la materia porque es creada por Dios, entonces es buena. Concepto de mal como privación: el mal es ausencia de bien. Agustín defiende entonces una concepción optimista del mundo. El mal nace pues del uso inadecuado que el hombre hace de su libre albedrío. Así, el hombre es el responsable del mal y no Dios.
Libertad y Libre Albedrío
El hombre ha nacido libre. El libre albedrío es la capacidad que tiene el ser humano de obrar voluntariamente y que, a partir del pecado original, está orientada hacia el mal. La libertad es la capacidad para hacer únicamente buen uso del libre albedrío. En eso consiste la auténtica libertad, que necesita de la gracia divina. El hombre conserva únicamente un libre albedrío, amar a Dios, porque la voluntad humana tiende a la felicidad y solo en Dios puede hallarla. El alma humana es un alma caída, tiende hacia la materia y acaba tiranizada por el cuerpo. La humanidad está, por tanto, condenada. Solo la gracia divina, que Dios otorga a los elegidos por él, hará libre a la voluntad, porque la auténtica libertad consiste en hacer buen uso del libre albedrío, es decir, en hacer el bien y no el mal.