La Reflexión Filosófica Sobre el Ser Humano y el Sentido de la Existencia
1. Concepciones sobre el Ser Humano
La pregunta central de la filosofía, según el ilustrado Immanuel Kant, era: «¿Qué es el hombre?». En la unidad anterior, abordamos la antropología filosófica como una disciplina fundamental. Ahora, indagaremos sobre el posible sentido de la existencia humana, repasando algunas respuestas históricas a la pregunta sobre qué somos los humanos y en qué consiste nuestra condición.
1.1 La Visión Griega
Muchas teorías históricas sobre el ser humano parten de la distinción entre alma y cuerpo. Veamos cómo se definieron estos conceptos en el pensamiento griego.
El Héroe Homérico
En la época griega arcaica, no existía la idea del cuerpo como unidad. El término «sárna», traducido como «cuerpo», se refería al cadáver. Las referencias al cuerpo vivo se hacían a partir de una pluralidad de términos correspondientes a sus partes visibles (brazos, cabeza, pies…) o a los órganos internos (corazón, pulmones, estómago…). Todo esto se consideraba bajo el efecto de distintas fuerzas y energías que causaban tanto los movimientos corporales como las emociones. No había distinción entre lo físico y lo psíquico.
- El principio vital, impersonal, que hace posible la vida y el movimiento, y abandona el cuerpo al morir.
- La sombra o el doble del muerto, como espectro o espíritu personal, que habita el Hades. En la Odisea, el espectro de Aquiles confiesa a Ulises que preferiría ser sirviente del más pobre que rey en el reino de los muertos.
Para hablar de la voluntad o el carácter, Homero usa «thymás», y para la vista y la capacidad de representación, «nóos». No hay un núcleo unitario de la identidad del yo. La identidad se contempla como algo dado desde fuera, por los demás. Son los otros quienes, al reconocernos, fijan aquello que somos.
El máximo bien consiste en lograr la aceptación y el reconocimiento, y el mayor mal, la burla o el desprecio. El objetivo de la vida es alcanzar el honor, la fama o la gloria, gracias a grandes gestas. Para ello, el héroe homérico debe cultivar la «areté», la virtud o excelencia que capacita para lograr metas, desafiando incluso a los dioses. Solo los nobles aristócratas disponían de condiciones propicias para desarrollar esa «areté».
El Cuerpo como Cárcel
Hacia el siglo VI a.C., los defensores del orfismo y el pitagorismo (movimientos científico-religiosos) interpretaron la «psyché» como una entidad espiritual, el alma, de origen sobrenatural e inmortal, en comunicación intelectual con la divinidad, mientras que el cuerpo era materia corruptible. El alma representaba la dimensión positiva, y el cuerpo, la negativa. Cuando un alma es expulsada del mundo divino, cae al mundo material y queda encerrada en un cuerpo, del que se libera al morir.
Influido por ellos, Platón recogió la idea de que el alma es de naturaleza espiritual, unida temporalmente al cuerpo. Su futuro depende de cómo haya vivido. Si se mantiene pura, vuelve con los dioses; si se contamina, desciende al Hades o se reencarna. Platón decía que tenemos tres almas: la inteligencia (cerebro), la pasional (pecho) y la apetitiva (abdomen), pero siempre predomina una.
La Reacción Empirista
Aristóteles criticó la reencarnación del alma de Platón. Interpretó el alma como la organización de la materia que da vida al cuerpo, desechando la idea de que el alma exista antes que el cuerpo o pase de uno a otro. Atribuyó alma a todos los seres vivos, distinguiendo entre alma vegetativa (respiración, nutrición, reproducción), alma sensitiva (sensación) y alma racional (exclusiva de los humanos).
Gracias al alma racional, el hombre tiene pensamiento y lenguaje. Es el «animal que habla», que se expresa mediante el lenguaje, compartiendo pensamientos y sentimientos. Esto lo caracteriza como animal político, pues se hace humano en sociedad, en la polis.
A pesar del dualismo, hubo concepciones discrepantes, como la de los atomistas Leucipo, Demócrito y Epicuro, que optaron por el materialismo. Para ellos, todo, incluidos cuerpos y almas, se compone de átomos y vacío. Cuerpo y alma eran materia.
Una persona es una estructura de átomos del cuerpo, átomos del alma y vacío. Los átomos del alma, responsables de la vida y asociados al calor, eran esféricos, como los del fuego, pero más sutiles y ligeros, repartidos por el ser, concentrándose en zonas calientes.
Rechazaban la existencia del yo después de la muerte. Al morir, la configuración atómica se desmonta. Mientras vivimos, ganamos átomos al respirar, comer o beber, y los perdemos al sudar o expirar. Al morir, dejamos de ingerirlos y la estructura se destruye. Cada átomo sigue existiendo, pero nosotros no.
EDAD MEDIA (Siglos V-XV)
A Imagen de la Divinidad
En el politeísmo grecorromano, los dioses se parecían a los humanos, reflejando maldades y virtudes. El cristianismo creía en un Dios espiritual, todopoderoso y perfecto, que creó al hombre a su imagen y semejanza, dotándolo de alma inmortal. Este Dios, anunciado por profetas, se encarnó en Jesucristo, viviendo y muriendo humanamente para traer un mensaje de salvación.
El cristianismo incorpora un Dios personal, con quien se puede tener una relación íntima mediante la oración. Por el pecado original de Adán y Eva, el humano nace con una mancha que debe limpiar con el bautismo, manifestando su voluntad de ingresar en la comunidad cristiana. Se compromete a usar la libertad otorgada por Dios, siguiendo mandamientos y amando al prójimo.
El amor universal hacia los «hermanos», hijos de Dios Padre, da lugar a la idea de perdonar a quienes nos ofenden. El hombre reconoce su imperfección y sabe que sin la misericordia divina no se salvaría, imitando a Cristo para perdonar, pues todos nos equivocamos, y responder al mal con mal impide el Reino de Dios.
Durante la Edad Media, teólogos como San Agustín de Hipona (354-430) y Santo Tomás de Aquino (1225-1274) elaboraron una filosofía cristiana para comprender cuestiones como la relación entre razón y fe, o la compatibilidad entre libertad humana y omnisciencia divina. La filosofía era «ancilla theologiae» (al servicio de la teología).
EDAD MODERNA (Siglos XVI-XVIII)
1.3. El Humanismo Renacentista
Entre los siglos XIV y XVI, el Renacimiento, originado en Italia, se expandió por Europa. Artistas e intelectuales se inspiraron en la antigüedad grecorromana. Hubo un gran interés por recuperar las fuentes clásicas.
El Humanismo, movimiento intelectual destacado, pasó de una cultura teocéntrica (todo gira en torno a Dios) a una antropocéntrica (el hombre como punto de partida). El ser humano se mostró optimista respecto a la vida terrena, valorando su capacidad de pensamiento. Los humanistas exaltaron la autonomía intelectual y moral del individuo, sin renunciar al cristianismo.
En esta exaltación, Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) reivindicó la dignidad esencial del ser humano, creado libre por Dios para elegir su vida, a diferencia de los animales, sujetos al instinto.
El pensamiento cristiano medieval concebía la vida como trámite hacia la salvación o condena. Los renacentistas reivindicaron el valor intrínseco de la existencia y la capacidad creativa del ser humano, defendiendo el valor de la conciencia subjetiva, la capacidad crítica para analizar la tradición y los valores sociales.
1.4. La Emancipación del Ser Humano
Entre los siglos XVI y XVIII, el desarrollo científico llevó a una concepción mecanicista del cosmos, visto como una gran máquina. Este principio se aplicó al ser humano, cuyo cuerpo funcionaba según leyes físicas. El cuerpo humano era una máquina. Filósofos afirmaron que, al estar en contacto con el alma espiritual, el ser humano tenía entendimiento y libertad.
Los avances científicos y técnicos aumentaron la confianza en la razón para explicar la realidad. El microscopio y el telescopio ampliaron la mirada; William Harvey descubrió la circulación sanguínea; Newton explicó los movimientos terrestres y celestes; Lavoisier sentó las bases de la química moderna. La Ilustración reivindicó que el ser humano alcanzaba la «mayoría de edad».
Los ilustrados afirmaron que el saber heredado debía someterse a la crítica de la razón, que establecía qué creencias y valores se mantenían y cuáles se desechaban. Su lema era *Sapere aude*, «atrévete a saber», o «atrévete a usar tu propia razón», invitando a no dar por válida una afirmación solo por tradición. El hombre se emancipaba de falsos saberes y reclamaba su autonomía como librepensador.
La confianza en el ser humano y el desarrollo técnico alimentaron la idea de progreso ilimitado. Se esperaba que la ciencia y sus aplicaciones mejoraran el mundo, promoviendo cambios sociales y reclamando igualdad de derechos. Las reivindicaciones políticas formaron parte de la lucha por la emancipación, cuestionando la legitimidad del Antiguo Régimen.
EDAD CONTEMPORÁNEA
Algunas Humillaciones
El ser humano creyó habitar un planeta central en el universo. Descubrimos que girábamos alrededor del Sol, una primera humillación al orgullo humano. Entre los siglos XIX y XX, vendrían más.
La teoría de la evolución mostró que procedemos de primates, y que mutaciones y selección natural explican las transformaciones de las especies. La separación entre animales y humanos quedaba cuestionada. El humano como mono evolucionado fue otra humillación.
Karl Marx, contemporáneo de Darwin, atacó el orgullo humano al insistir en que la vida determina la conciencia, no al revés. Creencias, deseos e inquietudes están condicionados por lo que hacemos, consecuencia del lugar que ocupamos en el marco socioeconómico.
Otra humillación vino con el psicoanálisis de Sigmund Freud. Identificar mente con conciencia fue un error, pues esta es solo una pequeña parte; la mayor parte es inconsciente, inaccesible. No somos conocedores de lo que hay en nuestra mente ni dueños de nosotros mismos.
Diversidad de Perspectivas
El existencialismo (siglo XX) subrayó que lo que caracteriza a los humanos no es una esencia común, sino la indeterminación al nacer. Según Sartre, «la existencia precede a la esencia», definiéndonos por nuestra forma de existir. La conciencia y la libertad nos abren a múltiples posibilidades, construyendo nuestra identidad al tomar decisiones. Elegir constantemente y asumir la responsabilidad de aciertos y errores, sin excusas, puede generar angustia ante la inseguridad de no dotar de sentido a la existencia.
El estructuralismo, en cambio, afirmó que el ser humano no crea normas, valores y estructuras culturales, sino que es producto de ellas. Según Lévi-Strauss, el hombre obra según patrones sociales y culturales que le otorgan identidad. Se cuestionaba la autonomía del sujeto para construirse a sí mismo. Nacemos en una estructura familiar, social y cultural que contribuye a que seamos lo que somos.
La sociobiología defendió una tesis similar, basada en ciencias naturales. Con base en la teoría darwiniana y la genética, explicó comportamientos sociales e individuales a partir de patrones innatos. La cultura era secundaria, perfeccionadora de patrones. Richard Dawkins afirmó en *El gen egoísta* que los humanos eran «máquinas de supervivencia de genes».
2. El Sentido de la Vida Humana
La pregunta sobre el sentido de la existencia ha sido punto de coincidencia entre pensamiento académico y reflexión cotidiana. ¿Quién no se ha planteado qué hace en este mundo, qué sentido tiene su vida, qué importancia tienen alegrías, penas, trabajo, bondad o maldad si todo acaba con la muerte?
Estos interrogantes han generado diversas respuestas, y seguirán vigentes mientras exista una conciencia que reflexione. El sentido de la existencia es un problema filosófico y humano sin resolver, unido a la experiencia del dolor y la certeza de la muerte.
2.1. La Cuestión del Sentido
¿A qué nos referimos al preguntar por el sentido de la vida? Si preguntamos a alguien por el sentido de lo que hace, pedimos que nos diga qué finalidad espera lograr. Ya sea una acción concreta o una empresa mayor, la pregunta remite al «para qué».
La cuestión del sentido puede plantearse de forma global, preguntando por el sentido de nuestra vida, o de la vida humana en general, o del universo. La cuestión se puede plantear a distintos niveles (no excluyentes).
Al hablar del sentido de la vida, distinguimos dos significados de «vida». El primero atañe a las ciencias naturales, que la definen como el conjunto de propiedades que diferencian a los organismos de la materia inerte: nacimiento, crecimiento, reproducción, nutrición, sensibilidad, autonomía motriz y muerte. Comprende a un árbol, una bacteria, un perro, un humano…
El segundo significado, psicológico, solo es aplicable al ámbito humano: la vida es un periodo de actividad consciente donde la persona desarrolla capacidades físicas y psicológicas. Concluye con la muerte, tras la cual se abre la incógnita de si existe otra forma de vida o si cuerpo y mente se diluyen.
El Dolor
Todos hemos experimentado el dolor, ya sea físico o por pérdida. Hablamos de dolor si hay sufrimiento, pero hay algo que distingue las experiencias.
- Dolor físico: Sensación desagradable, con componente físico. Incluye variadas sensaciones (intensidad, duración, cualidad…).
- Dolor espiritual o vital: Experiencia de aflicción o angustia por innumerables causas: pérdida de alguien, insuficiencias afectivas, insuficiencias materiales, problemas de salud, insatisfacción con uno mismo… Genera desánimo o sufrimiento: depresión, tristeza, melancolía, angustia, ansiedad… Lo agrupamos bajo la etiqueta de *dolor vital*.
Este dolor se considera efecto de la finitud humana, o causa de ella. Es efecto porque a menudo es consecuencia de limitaciones. Es reacción natural a desgracias: enfermedad, traición, abandono…
También se puede considerar a la inversa. Cuando no hay causa aparente, podemos pensar que es natural o inherente a la vida. El dolor vital no es efecto de limitaciones, sino causa de ellas.
Características del Dolor Espiritual
Para caracterizar el dolor espiritual (*dolor vital*), lo diferenciamos del físico.
Dolor físico
- Momentáneo o accidental. No es nuestro estado natural, sino señal de que algo no funciona.
- Tiene una causa, normalmente física: golpe, herida, virus…
- Es de naturaleza física, localizable. Tiene sentido preguntar: «¿Qué te duele?».
Dolor vital
- Puede ser momentáneo o accidental, pero hay pensadores que lo consideran inseparable de la existencia.
- Aunque suele tener una causa, puede ser una actitud ante la vida.
- No es localizable, no tiene naturaleza física. No tiene sentido preguntar: «¿Qué te duele?».
Para algunos pensadores, el dolor espiritual no es reacción ante desgracias, sino rasgo inherente a la existencia. La vida es un «valle de lágrimas» donde es inútil rebelarse contra el dolor. Venimos a sufrir, por nuestra condición finita. Esta concepción se da en la historia del pensamiento.
Aunque parezca pesimista, aporta una reivindicación de la esperanza como superación del dolor. La esperanza como confianza en un futuro mejor solo tiene sentido desde el sufrimiento. Para el que sufre, es consuelo; para el satisfecho, no es nada.
2.5. La Muerte
La toma de conciencia de la ausencia de sentido de la existencia ocurre al reflexionar sobre la muerte. En plantas y animales, la muerte es un hecho; en el ser humano, un elemento constitutivo de la vida. El humano es consciente de su muerte: saber que ha de morir condiciona su existencia. Saberse mortal puede dar sentido a la vida. De otra forma, quizá nada nos afectaría, no sentiríamos necesidad de actuar, no valoraríamos nada.
La muerte parece personal, íntima. Nuestra muerte nos pertenece como nuestra vida, y nadie puede vivirla por nosotros. Pero, ¿podemos vivir nuestra muerte, experimentarla? Intuitivamente, no. Para nosotros, es un misterio, algo que podemos esperar, pero no sentir. Existe cuando deja de haber vida. Está más allá de la vida y es imposible vivirla. Su naturaleza la hace inexperimentable.
Ante la imposibilidad de experimentar la propia muerte, queda la posibilidad de experimentarla a través de la muerte de otros. Para algunos, creer que podemos experimentarla así es una ilusión. Solo somos espectadores, más o menos afectados. El carácter de la muerte queda velado, inaccesible.
Solo vivimos lo que la muerte ajena produce: la soledad, el desamparo, el carácter definitivo, la desesperación, la injusticia… Pero no son experiencias de la muerte, sino de lo que produce en los demás.
Concepciones de la Muerte
La Muerte Definitiva
Aunque nadie puede asegurar en qué consiste la muerte, muchos piensan que supone el final definitivo de toda forma de vida. Lo sostienen quienes conciben al humano como ser material. Desde el materialismo, la destrucción del cuerpo es la destrucción completa, pues el humano no es más que cuerpo físico. Ante esto, son posibles distintas actitudes:
Resignación y Aceptación
Propia de quienes rechazan el temor o la rebelión ante la muerte. El epicureísmo reflexiona sobre la muerte para comprender lo absurdo de temer algo que no sentiremos. Epicuro, en la *Carta a Meneceo*, dice: «Acostúmbrate a considerar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte es pérdida de la sensación». La muerte no existe para los humanos, pues mientras vivimos no estamos muertos, y cuando estemos muertos no existiremos. Solo existe el vivir, pues solo de la vida tenemos experiencia.
Rechazo
La aceptación de la muerte como inevitable suele ser difícil. Nos rebelamos contra su carácter definitivo. Ejemplo de ello es Miguel de Unamuno. Según él, la creencia de que nuestra mente sobrevive a la muerte es necesaria para vivir. No basta con sobrevivir en la fama, la obra, los hijos… La única perduración satisfactoria es la resurrección del ser humano total, como promete el cristianismo. El problema, la tragedia, es no tener certeza de que esto ocurra.
La Muerte como Tránsito
Para muchos, la muerte es pérdida de vida solo en sentido biológico. La destrucción del cuerpo no implica destrucción total de la persona. Desde una perspectiva espiritualista, la mente, o el alma, continúa viviendo. Para los espiritualistas, el ser humano es unión de mente y cuerpo como realidades distintas e independientes, separables. La muerte no es un dejar de existir definitivo, sino el tránsito a una vida distinta, mejor.
Existen muchas creencias y teorías sobre la muerte como tránsito. Para algunos, es la inmortalidad de la mente; para otros, la supervivencia de un alma universal; para otros, reencarnaciones del alma… No suponen destrucción completa, sino paso a otra realidad.
3. El Anhelo de Trascendencia
La problematización del sentido de la existencia por el dolor y la muerte se resuelve, para muchos, en un anhelo de trascendencia.
Este anhelo es una apertura o relación con lo Absoluto. La existencia del Absoluto, sus concepciones y la posibilidad de acceso a una realidad trascendente son un problema filosófico.
3.1. El Absoluto
Al hablar de la necesidad de abrirse a algo superior que dé sentido, aclaramos en qué consiste ese algo que rebasa lo humano, pero lo hace comprensible y valioso. Este algo superior, dador de sentido, ha sido llamado lo Absoluto.
Aunque han variado las concepciones, el Absoluto posee rasgos que casi todos aceptan. Se considera aquello que es:
- Incondicionado e independiente: No necesita de algo distinto para ser. Es causa y razón de la existencia de todo lo demás.
- Infinito e ilimitado: No está sujeto a espacio ni tiempo.
- Sobrehumano: Los rasgos anteriores hacen que sea una realidad que sobrepasa lo humano.
Concepciones del Absoluto
Estas características se atribuyen a Dios. Al hablar de lo Absoluto, se suele hablar de Dios. La necesidad de salir de sí mismo se entiende como búsqueda de este ser superior. Pero esta búsqueda ha seguido caminos diferentes, pues hay distintas concepciones de Dios.
Concepción | Descripción | Representantes |
---|---|---|
Panteísmo: Lo Absoluto es una realidad divina inmanente al mundo. | Creen en un Dios que se identifica con la unidad de todo lo existente, la naturaleza. Dios y naturaleza son lo mismo. | Estoicos, Nicolás de Cusa, Giordano Bruno, Spinoza, Budismo, Hinduismo. |
Teísmo: Lo Absoluto es una realidad divina trascendente al mundo. | Creen en un Dios creador del universo, que interviene en él. Es un Dios personal con cualidades como bondad, inteligencia, poder… Puede revelarse a los hombres. | Santo Tomás, Descartes, Cristianos, Judíos, Mahometanos. |
Deísmo: Lo Absoluto es una realidad trascendente al mundo. | Creen en un Dios causa y fundamento del mundo, pero que no interviene en él. No es un Dios personal y revelado. El ser humano puede acceder a él de forma racional. | Voltaire, M. rinda!, H. de Cherbury, Toland. |
Panteísmo, teísmo y deísmo, aunque distintos, aceptan la existencia de Dios como explicación del mundo y del ser humano. Creen que el acceso es posible racionalmente. Para los teístas, también es posible por revelación; para los deístas, solo por razón. No todos los pensadores se inclinan por estas posturas. Algunos dudan o niegan la existencia de Dios, o la posibilidad de acceder a él.
Trascendente: En sentido filosófico, es aquello que va más allá de lo sensible o natural y escapa a las formas usuales de conocimiento.