Ante todo, no debemos olvidar que el cristianismo es, en primer lugar, una religión y solo posteriormente aparece una filosofía cristiana. Podría decirse que no existe una filosofía cristiana, sino un uso cristiano de la filosofía (el cristiano no se cuestiona los principios fundamentales de su doctrina, que vienen dados por la fe; no hay, por lo tanto, filósofos cristianos, sino escritores cristianos que, en la exposición de la doctrina cristiana, deciden reflexionar de modo más filosófico sobre alguna cuestión). Tras ese encuentro entre filosofía y cristianismo, surge el problema de las relaciones entre la razón y la fe. Puesto que la filosofía es una búsqueda del conocimiento llevado a cabo por el hombre desde sí mismo, siguiendo a la razón, y el cristianismo parte de que sus contenidos fundamentales vienen dados por la fe, que es concedida como gracia divina, y dado que pueden existir contradicciones entre lo que cada una de ellas afirma, es necesario establecer con claridad el orden de prioridad que debe haber entre ellas, así como la función que cada una de ellas ha de cumplir en la economía de la salvación.
La Dependencia de la Razón respecto a la Fe en San Agustín
En Agustín no aparece, al contrario de lo que sucederá con Santo Tomás de Aquino, una separación clara entre fe y razón. A su juicio, la razón humana carece de autonomía y mantiene una relación de dependencia y subordinación respecto de la fe, puesto que su única función es la elaboración de una sapientia christiana, cuya finalidad es la justificación racional del dogma.
La Incapacidad de la Razón sin la Fe
Expliquemos el porqué de esta falta de independencia respecto de la religión. Para el santo de Hipona, la razón humana aspira a la contemplación de la Verdad en su plenitud, es decir, a la sabiduría, a la cual desea ardientemente porque solo ella le dará la felicidad. Sin embargo, la razón, por efecto de la condición caída en el pecado del ser humano y del estado dañado de su naturaleza, es incapaz de aprender por sí misma aquella Verdad que es fuente de sabiduría, debiendo quedar por ello siempre subordinada a la fe, don divino que le indicará dónde se encuentra dicha Verdad, esto es, en Dios mismo, fuente de toda sabiduría, felicidad y salvación humanas. Así, considerará que:
- En un primer momento, la función de la razón es ayudar al hombre a encontrar la fe, siendo el periplo intelectual de Agustín buena prueba de ello: la búsqueda de la sabiduría por parte de la razón y su incapacidad para alcanzarla impulsará al ser humano hacia la fe.
- En un segundo momento, una vez en posesión de la fe, esta iluminará y orientará a la razón, indicándole cuál es la Verdad y dónde se encuentra su fuente última: solo Dios.
- En un tercer y último momento, a la razón ya solo le restará ayudar a la fe, y esa es su función propia, en una mejor comprensión, aprehensión e intelección de dicha Verdad.
Crede ut Intelligas e Intelligas ut Credas
Existe, por lo tanto, para el obispo de Hipona, una sola Verdad, la Verdad revelada por la religión cristiana, y la razón humana puede y debe contribuir a entenderla mejor. Por ello, afirmará San Agustín que se cree para entender y se entiende para creer:
- Crede ut intelligas (Creo para entender): Esto es, la creencia religiosa llena de contenido nuestro saber racional, que de otro modo quedaría vacío y sería ciego para la Verdad. Desde esta perspectiva, la fe muestra su precedencia y primacía sobre la razón, impotente para alcanzar la verdadera sabiduría.
- Intelligas ut credas (Entiendo para creer): La razón tiene un papel subsidiario como instrumento de aclaración de la fe. Pero ese carácter de subordinación a la fe no le resta valor, ya que la comprensión de aquello que se cree es una etapa imprescindible en el camino que conduce al creyente hacia Dios. En la dinámica credencial se requiere no solo creer, sino llegar a comprender con la razón aquello que se cree, para así lograr creer mejor, en un grado superior, esto es, alcanzar una fe ilustrada. Esta función necesaria, imprescindible, que cumple la razón, no entra en contradicción con la supremacía de la fe, pues, para San Agustín, en virtud de su Teoría de la Iluminación, la razón humana es otra manifestación más del poder de Dios, ya que todo lo que conoce el alma (las Ideas) lo conoce gracias a la iluminación divina.
La Filosofía como Ancilla Theologiae
Esta vinculación profunda entre razón y fe (síntesis armónica entre la razón y la fe, rayana en la identificación de ambas o en la disolución de la razón en la fe) será característica de la filosofía cristiana medieval e implicará una clara dependencia, por falta de autonomía, de la filosofía respecto de la teología. La razón acaba subordinada a la fe, como lo estará en todo el pensamiento cristiano medieval posterior, cuando se considere que la filosofía es ancilla theologiae, una sierva de la teología. Habrá que esperar hasta la nueva interpretación de la relación entre ambas, aportada por Santo Tomás de Aquino, que entenderá que la estrecha vinculación entre ambas no significa que no gocen cada una de ellas de un ámbito propio y de una cierta independencia.