FILÓSOFOS DE LA SOSPECHA
La expresión “filósofos de la sospecha” fue acuñada por el filósofo francés Paúl
Ricoeur en 1965 para referirse a los tres pensadores que desenmascararon lo
que ellos llamaban: “la falsedad escondida tras los valores ilustrados de
racionalidad y pretensión de verdad”. Se trata de desvelar lo que Nietzsche
descubríó acerca de la realidad preguntándose qué hay de auténtico bajo los
valores morales y el concepto de verdad; lo que Marx indagó acerca de
ideología y lo que Freud puso de manifiesto en torno a las acciones del ser
humano y del papel del inconsciente. En el fondo estos pensadores descubren
que algo de la realidad, algo fundamental no es como nos lo habían contado
siempre. A partir de ellos, se compartan o no sus afirmaciones, hay que tenerlos
en cuenta, no se les puede ignorar si se quiere comprender el ámbito que cada
uno de ellos iluminó para la historia del pensamiento.
Marx
La ideología, en sentido general significa el conjunto de representaciones
(imágenes, mitos, ideas, etc.) dotados de un papel histórico en una sociedad
dada. Ahora bien, las representaciones que expresan esa relación pueden
hacerlo de un modo verdadero o de un modo falso. En este último sentido, el
término “ideología” significa el conjunto de ideas, formaciones nebulosas o
sublimaciones que dan una imagen falseada y falsificadora de la realidad y de
las condiciones en las que se desarrollan la vida de los hombres.
En relación con este tipo de “ideología” Marx mantiene las tesis siguientes:
– Lo que piensan los hombres es un producto de la sociedad en la que viven
cuya base es la estructura económica.
– La ideología dominante son los valores de la clase dominante, que como tal,
tiende a justificar esa estructura económica que la favorece. La filosofía, la
religión, el arte, la ciencia, la cultura de un momento histórico dado tienen
como finalidad mantener a la clase dominante en su situación de privilegio
justificando la relación entre opresores y oprimidos.
– Históricamente el hombre ha necesitado de la religión y ha creado a Dios
porque es consciente de sus limitaciones. Pero, a juicio de Marx, la religión no
es constitutiva del ser humano sino que está en estrecha relación con la
organización social y política que reclama de aquélla una justificación
ideológica y de estabilidad. La religión, afirma Marx, es una forma de
alienación, creadora de ilusión en el hombre y cuyos caracteres son la resignación, la justificación de la injusticia social y la compensación en la otra
vida de lo sufrido en una sociedad opresiva.
Así pues, cualquier ideología que no denuncie la situación de poseedores y
desposeídos, ayuda a mantenerla, por eso critica Marx a los filósofos: “Los
filósofos se han limitado a interpretar el mundo;
De lo que se trata es de
transformarlo”.
¿Por dónde iría esa transformación?
A juicio de Marx, la naturaleza propia del hombre radica en su universalidad.
Sus facultades intelectuales y físicas sólo pueden ser cumplidas si todos los
hombres existen como hombres, en la plenitud de sus recursos humanos. El
hombre sólo es libre si todos los demás lo son también. Cuando se alcance esta
convicción la vida estará configurada por las potencialidades del género
humano, es decir de todos los individuos que componen la humanidad. El
hombre ha de reconocerse en el mundo que él mismo ha hecho y esto requiere
la abolición de la forma de trabajo existente y de la propiedad privada. Es lo
que constituye el humanismo marxista.
FREUD
El creador del psicoanálisis estudió las motivaciones profundas, aquéllas de las
que la persona no es consciente, y trató de explicar a partir de ellas, la conducta.
En la tradición filosófica es ser humano es considerado como un ser “dotado de
razón”. Se reconoce en él un fondo de animalidad, de pasiones oscuras, pero ese
fondo no es preocupante, pues se pueden controlar con la razón. Ahora bien, la
existencia de un pensamiento inconsciente hace que el hombre ya no sea dueño
de sí y le cuesta admitir que sus pensamientos y deseos proceden de una parte
del propio psiquismo que él ignora. Esa parte, por si fuera poco, representa un
campo más extenso que el yo consciente y es impenetrable para el propio
sujeto: es el inconsciente.
Por otro lado, lo esencial de la energía psíquica que anima nuestra conducta
procede de tendencias sexuales, de lo que Freud llama la líbido y esto parece
privar al hombre de su libertad, de su capacidad de elegir, incluso de su
moralidad. Si ahora resulta que unas fuerzas sexuales desconocidas inspiran, sin
que el sujeto lo sepa, lo que cree estar haciendo por amistad, por desinterés, por
talante artístico… ¿adónde quedan las intenciones, las decisiones tomadas
libremente?
Estas son las objeciones habituales hacia la teoría psicoanalítica de Freud. Hay
que estudiar el sentido que su autor dio a sus hipótesis para superar la simple
reacción afectiva, la simple opinión acerca de ellas.
Nietzsche
Como crítico de la Ilustración, Nietzsche afirma que los valores heredados de
esta etapa del pensamiento tienen como carácterística común el rechazo a la
vida. Para descubrir dónde se han invertido esos valores hay que remontar a la
Grecia clásica, donde coexistían dos formas de captar la realidad, dos metáforas
representadas por Apolo, símbolo de la racionalidad, la claridad, las artes
figurativas y Dionisos, símbolo de lo caótico, lo desmesurado, la música, la
embriaguez, el impulso vital; estas dos maneras de entender la vida convivían
en el mundo griego hasta que Sócrates y Platón exaltaron el intelectualismo, es
decir, la tendencia apolínea y eliminaron, a juicio de Nietzsche, media
dimensión del ser humano.
La filosofía sólo ha creado mundos ilusorios caracterizados por su
inmutabilidad y estaticidad, como el Ser de Parménides o las Ideas platónicas.
El cambio y el devenir se consideran meras apariencias, de ahí sus simpatías
hacia Heráclito, el filósofo del movimiento, del perpetuo fluir vital.
La mente, en su reduccionismo racionalista no puede alcanzar lo real, lo que
llamamos “vida”; sólo la expresión metafórica es capaz de captar las cosas en
su aparecer, en su momento de vigencia. Pero cuando esa intuición se fija en el
lenguaje, en el concepto, se hace mentira.
Los valores morales transmitidos por el cristianismo son propios de una moral
de esclavos y tienen su origen en el resentimiento contra la vida. Haciendo un
análisis del lenguaje Nietzsche dice haber descubierto que se han mutado los
significados originales para lo que consideramos bueno o verdadero. De ahí
surge la necesidad de transmutar esos valores en otros que afirmen la vida y
tengan su origen en una auténtica moral de señores.
La Ilustración, al radicalizar el intelecto como arma de liberación ha vuelto a
postergar esa mitad de posibilidades humanas, las dionisíacas afirmadoras de la
vida arriesgada, capaz de “bailar sobre el abismo”. Hay que recuperarlas
desposeídos, ayuda a mantenerla, por eso critica Marx a los filósofos: “Los
filósofos se han limitado a interpretar el mundo; de lo que se trata es de
transformarlo”.
¿Por dónde iría esa transformación?
A juicio de Marx, la naturaleza propia del hombre radica en su universalidad.
Sus facultades intelectuales y físicas sólo pueden ser cumplidas si todos los
hombres existen como hombres, en la plenitud de sus recursos humanos. El
hombre sólo es libre si todos los demás lo son también. Cuando se alcance esta
convicción la vida estará configurada por las potencialidades del género
humano, es decir de todos los individuos que componen la humanidad. El
hombre ha de reconocerse en el mundo que él mismo ha hecho y esto requiere
la abolición de la forma de trabajo existente y de la propiedad privada. Es lo
que constituye el humanismo marxista.
FREUD
El creador del psicoanálisis estudió las motivaciones profundas, aquéllas de las
que la persona no es consciente, y trató de explicar a partir de ellas, la conducta.
En la tradición filosófica es ser humano es considerado como un ser “dotado de
razón”. Se reconoce en él un fondo de animalidad, de pasiones oscuras, pero ese
fondo no es preocupante, pues se pueden controlar con la razón. Ahora bien, la
existencia de un pensamiento inconsciente hace que el hombre ya no sea dueño
de sí y le cuesta admitir que sus pensamientos y deseos proceden de una parte
del propio psiquismo que él ignora. Esa parte, por si fuera poco, representa un
campo más extenso que el yo consciente y es impenetrable para el propio
sujeto: es el inconsciente.
Por otro lado, lo esencial de la energía psíquica que anima nuestra conducta
procede de tendencias sexuales, de lo que Freud llama la líbido y esto parece
privar al hombre de su libertad, de su capacidad de elegir, incluso de su
moralidad. Si ahora resulta que unas fuerzas sexuales desconocidas inspiran, sin
que el sujeto lo sepa, lo que cree estar haciendo por amistad, por desinterés, por
talante artístico… ¿adónde quedan las intenciones, las decisiones tomadas
libremente?
Estas son las objeciones habituales hacia la teoría psicoanalítica de Freud. Hay
que estudiar el sentido que su autor dio a sus hipótesis para superar la simple
reacción afectiva, la simple opinión acerca de ellas.
Nietzsche
Como crítico de la Ilustración, Nietzsche afirma que los valores heredados de
esta etapa del pensamiento tienen como carácterística común el rechazo a la
vida. Para descubrir dónde se han invertido esos valores hay que remontar a la
Grecia clásica, donde coexistían dos formas de captar la realidad, dos metáforas
representadas por Apolo, símbolo de la racionalidad, la claridad, las artes
figurativas y Dionisos, símbolo de lo caótico, lo desmesurado, la música, la
embriaguez, el impulso vital; estas dos maneras de entender la vida convivían
en el mundo griego hasta que Sócrates y Platón exaltaron el intelectualismo, es
decir, la tendencia apolínea y eliminaron, a juicio de Nietzsche, media
dimensión del ser humano.
La filosofía sólo ha creado mundos ilusorios caracterizados por su
inmutabilidad y estaticidad, como el Ser de Parménides o las Ideas platónicas.
El cambio y el devenir se consideran meras apariencias, de ahí sus simpatías
hacia Heráclito, el filósofo del movimiento, del perpetuo fluir vital.
La mente, en su reduccionismo racionalista no puede alcanzar lo real, lo que
llamamos “vida”; sólo la expresión metafórica es capaz de captar las cosas en
su aparecer, en su momento de vigencia. Pero cuando esa intuición se fija en el
lenguaje, en el concepto, se hace mentira.
Los valores morales transmitidos por el cristianismo son propios de una moral
de esclavos y tienen su origen en el resentimiento contra la vida. Haciendo un
análisis del lenguaje Nietzsche dice haber descubierto que se han mutado los
significados originales para lo que consideramos bueno o verdadero. De ahí
surge la necesidad de transmutar esos valores en otros que afirmen la vida y
tengan su origen en una auténtica moral de señores.
La Ilustración, al radicalizar el intelecto como arma de liberación ha vuelto a
postergar esa mitad de posibilidades humanas, las dionisíacas afirmadoras de la
vida arriesgada, capaz de “bailar sobre el abismo”. Hay que recuperarlas
Nietzsche
Como crítico de la Ilustración, Nietzsche afirma que los valores heredados de
esta etapa del pensamiento tienen como carácterística común el rechazo a la
vida. Para descubrir dónde se han invertido esos valores hay que remontar a la
Grecia clásica, donde coexistían dos formas de captar la realidad, dos metáforas
representadas por Apolo, símbolo de la racionalidad, la claridad, las artes
figurativas y Dionisos, símbolo de lo caótico, lo desmesurado, la música, la
embriaguez, el impulso vital; estas dos maneras de entender la vida convivían
en el mundo griego hasta que Sócrates y Platón exaltaron el intelectualismo, es
decir, la tendencia apolínea y eliminaron, a juicio de Nietzsche, media
dimensión del ser humano.
La filosofía sólo ha creado mundos ilusorios caracterizados por su
inmutabilidad y estaticidad, como el Ser de Parménides o las Ideas platónicas.
El cambio y el devenir se consideran meras apariencias, de ahí sus simpatías
hacia Heráclito, el filósofo del movimiento, del perpetuo fluir vital.
La mente, en su reduccionismo racionalista no puede alcanzar lo real, lo que
llamamos “vida”; sólo la expresión metafórica es capaz de captar las cosas en
su aparecer, en su momento de vigencia. Pero cuando esa intuición se fija en el
lenguaje, en el concepto, se hace mentira.
Los valores morales transmitidos por el cristianismo son propios de una moral
de esclavos y tienen su origen en el resentimiento contra la vida. Haciendo un
análisis del lenguaje Nietzsche dice haber descubierto que se han mutado los
significados originales para lo que consideramos bueno o verdadero. De ahí
surge la necesidad de transmutar esos valores en otros que afirmen la vida y
tengan su origen en una auténtica moral de señores.
La Ilustración, al radicalizar el intelecto como arma de liberación ha vuelto a
postergar esa mitad de posibilidades humanas, las dionisíacas afirmadoras de la
vida arriesgada, capaz de “bailar sobre el abismo”. Hay que recuperarlas
La expresión “filósofos de la sospecha” fue acuñada por el filósofo francés Paúl
Ricoeur en 1965 para referirse a los tres pensadores que desenmascararon lo
que ellos llamaban: “la falsedad escondida tras los valores ilustrados de
racionalidad y pretensión de verdad”. Se trata de desvelar lo que Nietzsche
descubríó acerca de la realidad preguntándose qué hay de auténtico bajo los
valores morales y el concepto de verdad; lo que Marx indagó acerca de
ideología y lo que Freud puso de manifiesto en torno a las acciones del ser
humano y del papel del inconsciente. En el fondo estos pensadores descubren
que algo de la realidad, algo fundamental no es como nos lo habían contado
siempre. A partir de ellos, se compartan o no sus afirmaciones, hay que tenerlos
en cuenta, no se les puede ignorar si se quiere comprender el ámbito que cada
uno de ellos iluminó para la historia del pensamiento.
Marx
La ideología, en sentido general significa el conjunto de representaciones
(imágenes, mitos, ideas, etc.) dotados de un papel histórico en una sociedad
dada. Ahora bien, las representaciones que expresan esa relación pueden
hacerlo de un modo verdadero o de un modo falso. En este último sentido, el
término “ideología” significa el conjunto de ideas, formaciones nebulosas o
sublimaciones que dan una imagen falseada y falsificadora de la realidad y de
las condiciones en las que se desarrollan la vida de los hombres.
En relación con este tipo de “ideología” Marx mantiene las tesis siguientes:
– Lo que piensan los hombres es un producto de la sociedad en la que viven
cuya base es la estructura económica.
– La ideología dominante son los valores de la clase dominante, que como tal,
tiende a justificar esa estructura económica que la favorece. La filosofía, la
religión, el arte, la ciencia, la cultura de un momento histórico dado tienen
como finalidad mantener a la clase dominante en su situación de privilegio
justificando la relación entre opresores y oprimidos.
– Históricamente el hombre ha necesitado de la religión y ha creado a Dios
porque es consciente de sus limitaciones. Pero, a juicio de Marx, la religión no
es constitutiva del ser humano sino que está en estrecha relación con la
organización social y política que reclama de aquélla una justificación
ideológica y de estabilidad. La religión, afirma Marx, es una forma de
alienación, creadora de ilusión en el hombre y cuyos caracteres son la resignación, la justificación de la injusticia social y la compensación en la otra
vida de lo sufrido en una sociedad opresiva.
Así pues, cualquier ideología que no denuncie la situación de poseedores y
desposeídos, ayuda a mantenerla, por eso critica Marx a los filósofos: “Los
filósofos se han limitado a interpretar el mundo;
De lo que se trata es de
transformarlo”.
¿Por dónde iría esa transformación?
A juicio de Marx, la naturaleza propia del hombre radica en su universalidad.
Sus facultades intelectuales y físicas sólo pueden ser cumplidas si todos los
hombres existen como hombres, en la plenitud de sus recursos humanos. El
hombre sólo es libre si todos los demás lo son también. Cuando se alcance esta
convicción la vida estará configurada por las potencialidades del género
humano, es decir de todos los individuos que componen la humanidad. El
hombre ha de reconocerse en el mundo que él mismo ha hecho y esto requiere
la abolición de la forma de trabajo existente y de la propiedad privada. Es lo
que constituye el humanismo marxista.
FREUD
El creador del psicoanálisis estudió las motivaciones profundas, aquéllas de las
que la persona no es consciente, y trató de explicar a partir de ellas, la conducta.
En la tradición filosófica es ser humano es considerado como un ser “dotado de
razón”. Se reconoce en él un fondo de animalidad, de pasiones oscuras, pero ese
fondo no es preocupante, pues se pueden controlar con la razón. Ahora bien, la
existencia de un pensamiento inconsciente hace que el hombre ya no sea dueño
de sí y le cuesta admitir que sus pensamientos y deseos proceden de una parte
del propio psiquismo que él ignora. Esa parte, por si fuera poco, representa un
campo más extenso que el yo consciente y es impenetrable para el propio
sujeto: es el inconsciente.
Por otro lado, lo esencial de la energía psíquica que anima nuestra conducta
procede de tendencias sexuales, de lo que Freud llama la líbido y esto parece
privar al hombre de su libertad, de su capacidad de elegir, incluso de su
moralidad. Si ahora resulta que unas fuerzas sexuales desconocidas inspiran, sin
que el sujeto lo sepa, lo que cree estar haciendo por amistad, por desinterés, por
talante artístico… ¿adónde quedan las intenciones, las decisiones tomadas
libremente?
Estas son las objeciones habituales hacia la teoría psicoanalítica de Freud. Hay
que estudiar el sentido que su autor dio a sus hipótesis para superar la simple
reacción afectiva, la simple opinión acerca de ellas.
Nietzsche
Como crítico de la Ilustración, Nietzsche afirma que los valores heredados de
esta etapa del pensamiento tienen como carácterística común el rechazo a la
vida. Para descubrir dónde se han invertido esos valores hay que remontar a la
Grecia clásica, donde coexistían dos formas de captar la realidad, dos metáforas
representadas por Apolo, símbolo de la racionalidad, la claridad, las artes
figurativas y Dionisos, símbolo de lo caótico, lo desmesurado, la música, la
embriaguez, el impulso vital; estas dos maneras de entender la vida convivían
en el mundo griego hasta que Sócrates y Platón exaltaron el intelectualismo, es
decir, la tendencia apolínea y eliminaron, a juicio de Nietzsche, media
dimensión del ser humano.
La filosofía sólo ha creado mundos ilusorios caracterizados por su
inmutabilidad y estaticidad, como el Ser de Parménides o las Ideas platónicas.
El cambio y el devenir se consideran meras apariencias, de ahí sus simpatías
hacia Heráclito, el filósofo del movimiento, del perpetuo fluir vital.
La mente, en su reduccionismo racionalista no puede alcanzar lo real, lo que
llamamos “vida”; sólo la expresión metafórica es capaz de captar las cosas en
su aparecer, en su momento de vigencia. Pero cuando esa intuición se fija en el
lenguaje, en el concepto, se hace mentira.
Los valores morales transmitidos por el cristianismo son propios de una moral
de esclavos y tienen su origen en el resentimiento contra la vida. Haciendo un
análisis del lenguaje Nietzsche dice haber descubierto que se han mutado los
significados originales para lo que consideramos bueno o verdadero. De ahí
surge la necesidad de transmutar esos valores en otros que afirmen la vida y
tengan su origen en una auténtica moral de señores.
La Ilustración, al radicalizar el intelecto como arma de liberación ha vuelto a
postergar esa mitad de posibilidades humanas, las dionisíacas afirmadoras de la
vida arriesgada, capaz de “bailar sobre el abismo”. Hay que recuperarlas
desposeídos, ayuda a mantenerla, por eso critica Marx a los filósofos: “Los
filósofos se han limitado a interpretar el mundo; de lo que se trata es de
transformarlo”.
¿Por dónde iría esa transformación?
A juicio de Marx, la naturaleza propia del hombre radica en su universalidad.
Sus facultades intelectuales y físicas sólo pueden ser cumplidas si todos los
hombres existen como hombres, en la plenitud de sus recursos humanos. El
hombre sólo es libre si todos los demás lo son también. Cuando se alcance esta
convicción la vida estará configurada por las potencialidades del género
humano, es decir de todos los individuos que componen la humanidad. El
hombre ha de reconocerse en el mundo que él mismo ha hecho y esto requiere
la abolición de la forma de trabajo existente y de la propiedad privada. Es lo
que constituye el humanismo marxista.
FREUD
El creador del psicoanálisis estudió las motivaciones profundas, aquéllas de las
que la persona no es consciente, y trató de explicar a partir de ellas, la conducta.
En la tradición filosófica es ser humano es considerado como un ser “dotado de
razón”. Se reconoce en él un fondo de animalidad, de pasiones oscuras, pero ese
fondo no es preocupante, pues se pueden controlar con la razón. Ahora bien, la
existencia de un pensamiento inconsciente hace que el hombre ya no sea dueño
de sí y le cuesta admitir que sus pensamientos y deseos proceden de una parte
del propio psiquismo que él ignora. Esa parte, por si fuera poco, representa un
campo más extenso que el yo consciente y es impenetrable para el propio
sujeto: es el inconsciente.
Por otro lado, lo esencial de la energía psíquica que anima nuestra conducta
procede de tendencias sexuales, de lo que Freud llama la líbido y esto parece
privar al hombre de su libertad, de su capacidad de elegir, incluso de su
moralidad. Si ahora resulta que unas fuerzas sexuales desconocidas inspiran, sin
que el sujeto lo sepa, lo que cree estar haciendo por amistad, por desinterés, por
talante artístico… ¿adónde quedan las intenciones, las decisiones tomadas
libremente?
Estas son las objeciones habituales hacia la teoría psicoanalítica de Freud. Hay
que estudiar el sentido que su autor dio a sus hipótesis para superar la simple
reacción afectiva, la simple opinión acerca de ellas.
Nietzsche
Como crítico de la Ilustración, Nietzsche afirma que los valores heredados de
esta etapa del pensamiento tienen como carácterística común el rechazo a la
vida. Para descubrir dónde se han invertido esos valores hay que remontar a la
Grecia clásica, donde coexistían dos formas de captar la realidad, dos metáforas
representadas por Apolo, símbolo de la racionalidad, la claridad, las artes
figurativas y Dionisos, símbolo de lo caótico, lo desmesurado, la música, la
embriaguez, el impulso vital; estas dos maneras de entender la vida convivían
en el mundo griego hasta que Sócrates y Platón exaltaron el intelectualismo, es
decir, la tendencia apolínea y eliminaron, a juicio de Nietzsche, media
dimensión del ser humano.
La filosofía sólo ha creado mundos ilusorios caracterizados por su
inmutabilidad y estaticidad, como el Ser de Parménides o las Ideas platónicas.
El cambio y el devenir se consideran meras apariencias, de ahí sus simpatías
hacia Heráclito, el filósofo del movimiento, del perpetuo fluir vital.
La mente, en su reduccionismo racionalista no puede alcanzar lo real, lo que
llamamos “vida”; sólo la expresión metafórica es capaz de captar las cosas en
su aparecer, en su momento de vigencia. Pero cuando esa intuición se fija en el
lenguaje, en el concepto, se hace mentira.
Los valores morales transmitidos por el cristianismo son propios de una moral
de esclavos y tienen su origen en el resentimiento contra la vida. Haciendo un
análisis del lenguaje Nietzsche dice haber descubierto que se han mutado los
significados originales para lo que consideramos bueno o verdadero. De ahí
surge la necesidad de transmutar esos valores en otros que afirmen la vida y
tengan su origen en una auténtica moral de señores.
La Ilustración, al radicalizar el intelecto como arma de liberación ha vuelto a
postergar esa mitad de posibilidades humanas, las dionisíacas afirmadoras de la
vida arriesgada, capaz de “bailar sobre el abismo”. Hay que recuperarlas
Nietzsche
Como crítico de la Ilustración, Nietzsche afirma que los valores heredados de
esta etapa del pensamiento tienen como carácterística común el rechazo a la
vida. Para descubrir dónde se han invertido esos valores hay que remontar a la
Grecia clásica, donde coexistían dos formas de captar la realidad, dos metáforas
representadas por Apolo, símbolo de la racionalidad, la claridad, las artes
figurativas y Dionisos, símbolo de lo caótico, lo desmesurado, la música, la
embriaguez, el impulso vital; estas dos maneras de entender la vida convivían
en el mundo griego hasta que Sócrates y Platón exaltaron el intelectualismo, es
decir, la tendencia apolínea y eliminaron, a juicio de Nietzsche, media
dimensión del ser humano.
La filosofía sólo ha creado mundos ilusorios caracterizados por su
inmutabilidad y estaticidad, como el Ser de Parménides o las Ideas platónicas.
El cambio y el devenir se consideran meras apariencias, de ahí sus simpatías
hacia Heráclito, el filósofo del movimiento, del perpetuo fluir vital.
La mente, en su reduccionismo racionalista no puede alcanzar lo real, lo que
llamamos “vida”; sólo la expresión metafórica es capaz de captar las cosas en
su aparecer, en su momento de vigencia. Pero cuando esa intuición se fija en el
lenguaje, en el concepto, se hace mentira.
Los valores morales transmitidos por el cristianismo son propios de una moral
de esclavos y tienen su origen en el resentimiento contra la vida. Haciendo un
análisis del lenguaje Nietzsche dice haber descubierto que se han mutado los
significados originales para lo que consideramos bueno o verdadero. De ahí
surge la necesidad de transmutar esos valores en otros que afirmen la vida y
tengan su origen en una auténtica moral de señores.
La Ilustración, al radicalizar el intelecto como arma de liberación ha vuelto a
postergar esa mitad de posibilidades humanas, las dionisíacas afirmadoras de la
vida arriesgada, capaz de “bailar sobre el abismo”. Hay que recuperarlas