Rousseau: Filosofía del Contrato Social y la Naturaleza Humana
Rousseau fue un filósofo del siglo XVIII nacido en Ginebra, cuyas ideas fueron fundamentales para la Ilustración europea y la Revolución francesa. Sus ideas políticas se plasmaron en su obra El Contrato Social (1762). Los teóricos del contrato social, como Hobbes y Locke, argumentan que la transición del estado de naturaleza al estado social se debe a las instituciones y los derechos civiles. La convivencia social y política es, por tanto, el resultado de un acuerdo, lo cual contradice la visión aristotélica de que la sociedad es inherente a la naturaleza humana.
Según Rousseau, el ser humano en su estado natural se guía por el «amor a sí mismo» (instinto de supervivencia) y la capacidad de sentir empatía. Por ello, Rousseau defiende que los seres humanos son inherentemente buenos. A diferencia de Hobbes, Rousseau considera que el estado natural no es agresivo ni hostil, sino simple e ignorante. Rousseau argumenta que la sociedad surge con la aparición de la propiedad privada. Contrario a Hobbes y Locke, la sociedad no nace de un contrato, sino de un hecho histórico. En la vida social, el ser humano desarrolla las artes y las ciencias, pero a costa de perder su bondad natural y desarrollar vicios artificiales y tendencias egoístas («amor propio»). Así, el hombre es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo corrompe.
Rousseau plantea el contrato social como un intento de proporcionar una nueva base para la sociedad y superar las desigualdades artificiales existentes. Propone acuerdos entre individuos para construir una sociedad igualitaria, donde todos tengan los mismos derechos y obligaciones, lo que él denomina democracia popular. Las preguntas clave que el contrato debe abordar son: ¿Cómo mantener la libertad al tiempo que se cumple la ley? La solución reside en que las leyes sean producto de la voluntad general del pueblo. En el contrato de Rousseau, el individuo sacrifica la satisfacción de sus intereses particulares en favor del interés general de la comunidad.
Esto conduce a la idea de la «soberanía universal», que es indivisible (a diferencia de la propuesta de Montesquieu) e inalienable. Rousseau defendía una democracia directa, no un sistema representativo, donde el pueblo ejerciera el poder legislativo y la aplicación de la ley recayera en el gobierno. Estas ideas influyeron profundamente en los revolucionarios franceses, criticando la degradación moral del Antiguo Régimen y defendiendo el gobierno democrático del pueblo.
Descartes: El Problema del Conocimiento y la Duda Metódica
Descartes, filósofo de la primera mitad del siglo XVII, vivió en un período de profunda crisis en las ciencias y el saber filosófico. La tradición escolástica ya no era suficiente, y se necesitaba un nuevo fundamento para las ciencias. Descartes propuso un nuevo método, inspirado en el procedimiento deductivo de la geometría, que fuera universal y aplicable a cualquier campo del saber (mathesis universalis).
Las reglas de este método se resumen en su obra Discurso del Método (1637):
- Evidencia: Aceptar solo las verdades evidentes, aquellas que se presentan a la mente con claridad y distinción.
- Análisis: Descomponer los problemas en sus partes más simples para comprenderlos mejor.
- Síntesis: Avanzar desde lo sencillo hasta lo difícil, de lo simple a lo complejo, gradualmente y por pasos.
- Enumeración: Revisar todo el proceso para asegurar que no se ha omitido nada ni se ha cometido ningún error.
Descartes aplicó este método a los problemas metafísicos en sus Meditaciones Metafísicas (1641). Para él, la metafísica es la raíz de todo saber, por lo que es crucial aclarar estas cuestiones metódicamente. Descartes sostiene que el auténtico conocimiento es aquel del que no dudamos, es decir, del que tenemos certeza. Lo opuesto a la certeza es la duda, por lo que la verdad es indubitable. Por ello, Descartes decide someter todo a una duda metódica para comprobar si existe alguna verdad inquebrantable. Con este propósito, propone tres argumentos para dudar de todo:
- El carácter engañoso de los sentidos: El conocimiento sensorial a veces nos engaña (ilusiones ópticas), por lo que no podemos confiar plenamente en él.
- El argumento del sueño: A veces es difícil distinguir el sueño de la vigilia, por lo que no podemos estar seguros de si lo que experimentamos es real o un simple sueño.
- El argumento del genio maligno: ¿Es posible que mi mente sea incapaz de captar la realidad? ¿Y si existiera un espíritu maligno que me indujera constantemente al error?
A pesar de estos argumentos, Descartes encuentra una única verdad: su propia existencia, ya que para dudar es necesario pensar, y si piensa, entonces existe (cogito, ergo sum). Descartes se encuentra así en una situación solipsista y se pregunta si es posible conocer algo más allá de sí mismo. Como seres pensantes (res cogitans), tenemos ideas, que se dividen en tres grupos:
- Innatas: Ideas que están presentes en la mente desde el nacimiento (materia, infinito, mayor).
- Adventicias: Ideas que provienen del mundo exterior (colores).
- Facticias: Ideas que construimos con nuestra mente (sirena).
Descartes sostiene que las ideas innatas son las verdaderas y adecuadas, mientras que las adventicias y facticias son susceptibles de duda. Para Descartes, la idea de Dios también es una idea innata, y a través de ella podemos escapar de la situación solipsista en la que nos habíamos quedado bloqueados al dudar de todo salvo de la propia existencia; sin embargo, esto plantea otro problema que se desarrollará más adelante.