Rousseau y Marx: Filosofía, Ética y Crítica Social

Conocimiento en Rousseau

Jean-Jacques Rousseau adopta una postura intermedia entre el racionalismo de Descartes y el sensualismo, una forma extrema del empirismo. El sensualismo sostiene que todo conocimiento proviene exclusivamente de las sensaciones físicas, considerando que la mente solo recibe pasivamente lo que percibe a través de los sentidos. Rousseau no está de acuerdo con esta perspectiva, ya que rechaza tanto el materialismo como el ateísmo defendido por muchos sensualistas franceses. Para él, la mente no es pasiva, sino que organiza, selecciona y da sentido a la experiencia.

Siguiendo a Descartes, Rousseau afirma que el ser humano está compuesto de alma y cuerpo. La presencia del alma nos otorga libertad y nos diferencia de la mera materia, que solo responde a estímulos sin voluntad. Sin embargo, a diferencia de Descartes, Rousseau considera que lo más importante de la mente no es la razón, sino los sentimientos. No nos reconocemos como seres existentes porque pensamos, sino porque sentimos y nos afectan las cosas que nos rodean. Esta visión da un papel central a la sensibilidad en el conocimiento y en la vida humana.

Rousseau rechaza el escepticismo, ya que considera que sí es posible conocer la verdad. Descubrir la verdad es fundamental porque nos permite comprender quiénes somos realmente, más allá de los prejuicios impuestos por la sociedad. Su visión de la realidad combina la materia y un principio espiritual basado en la voluntad. La materia, por sí sola, es pasiva y no se mueve, pero la voluntad es la que impulsa el universo y le da sentido. Esta voluntad superior e inteligente es, para Rousseau, Dios.

Su concepción de Dios es particular. A diferencia de Voltaire o Locke, Rousseau no busca demostrar su existencia con argumentos racionales, sino que encuentra la prueba en nuestro sentimiento interior. No cree en las religiones organizadas, pues considera que sus doctrinas son relatos humanos sin pruebas reales. Por ello, su pensamiento es deísta: cree en un Dios creador, pero no en uno que intervenga directamente en el mundo o en las creencias impuestas por las religiones tradicionales.

Política en Rousseau

Jean-Jacques Rousseau tiene una visión crítica de la sociedad de su tiempo. A diferencia de otros ilustrados, no cree que el progreso en ciencias y artes garantice más libertad o felicidad. Por el contrario, argumenta que la sociedad ha corrompido al ser humano, quien en su estado original era libre y bueno. Para explicar esta transformación, Rousseau introduce el concepto del estado de naturaleza.

El estado de naturaleza es la condición en la que vivía el ser humano antes de la existencia de la sociedad. Aunque Rousseau coincide con Hobbes en que el ser humano no es social por naturaleza, rechaza la idea de que este estado fuera violento o caótico. En su visión, el individuo primitivo vivía en aislamiento, sin ambiciones ni competencia. Poseía amor propio, pero también compasión por los demás. Existían desigualdades naturales, pero no provocaban dominación ni sometimiento, ya que no había estructuras de poder ni conflictos.

El paso del estado de naturaleza al estado social se dio por el crecimiento de la población y la necesidad de organización. Aparecieron la técnica, la vida en comunidad y la comparación entre individuos, lo que llevó al deseo de reconocimiento. Sin embargo, el cambio más significativo fue la aparición de la propiedad privada. Esta división entre ricos y pobres generó desigualdad y consolidó una estructura de poder. Las leyes y el gobierno fueron creados por los ricos para mantener su dominio, mientras que la religión legitimó este orden social, haciéndolo parecer natural.

Para Rousseau, la sociedad corrompe al ser humano porque lo somete a la hipocresía y la competencia. En lugar de actuar con autenticidad, las personas buscan la aprobación ajena y compiten por el estatus. Esto genera egoísmo y desigualdad. Dado que las leyes existentes solo protegen los intereses de los poderosos, es necesario un nuevo modelo de organización basado en la justicia y la igualdad: el contrato social.

El contrato social, según Rousseau, no implica la entrega de poder absoluto a un gobernante, como sostenía Hobbes. En su lugar, propone que cada individuo ceda su libertad a la comunidad, pero sin perderla, ya que todos participan en la creación de las leyes. La clave de este sistema es la voluntad general, que representa el bien común, y no la simple suma de intereses individuales. Bajo este modelo, no hay privilegios para unos pocos, y los administradores deben obedecer la voluntad general.

Rousseau diferencia entre el poder legislativo, encargado de hacer las leyes, y el poder ejecutivo, que las aplica. La verdadera libertad no consiste en hacer lo que uno quiera, sino en obedecer normas que uno mismo ha contribuido a crear. Con esta propuesta, Rousseau busca una sociedad más justa e igualitaria, donde la libertad y la voluntad del pueblo sean la base del orden político.

Rousseau y el Ser Humano

Rousseau considera que el ser humano está compuesto de cuerpo y alma. El cuerpo es material y pasivo, mientras que el alma le otorga la capacidad de ser libre y activo, ya que en ella reside la voluntad. Para él, lo más importante en el ser humano no es la razón, sino los sentimientos y la voluntad, que le permiten actuar de manera espontánea y libre.

Existen dos sentimientos innatos en el ser humano: el amor a sí mismo y la piedad. El amor a sí mismo está relacionado con la supervivencia y el deseo de bienestar, mientras que la piedad le permite sentir compasión y diferenciar el bien del mal. En su estado natural, el ser humano es libre y busca su bienestar sin dañar a otros. No conoce la vanidad, el desprecio ni la propiedad privada, lo que lo hace vivir en igualdad con los demás. A diferencia de los animales, el ser humano tiene la capacidad de perfeccionarse y tomar decisiones libres.

Sin embargo, al entrar en sociedad, el ser humano cambia. Aparece la necesidad de reconocimiento, el deseo de sobresalir y la competencia. Aunque la técnica y la vida en comunidad mejoran su calidad de vida, también surgen la desigualdad, la codicia y la hipocresía. La sociedad basada en la desigualdad lo corrompe y lo aleja de su bondad natural, volviéndolo ambicioso y egoísta.

Para evitar esta corrupción, Rousseau propone una sociedad justa basada en el contrato social. En esta nueva organización, la voluntad general debe ser soberana y garantizar la igualdad de derechos para todos. Solo así el ser humano podrá desarrollarse sin perder su libertad y su esencia natural.

Ética en Rousseau

Para Rousseau, la moral no se fundamenta en la razón, sino en los sentimientos. A diferencia de otros pensadores que sostienen que el ser humano es egoísta por naturaleza y necesita una ley racional para controlarlo, Rousseau cree que la base de la moral es la piedad natural, un sentimiento innato de compasión hacia los demás.

El ser humano nace con dos sentimientos naturales fundamentales: el amor a sí mismo y la piedad. El amor a sí mismo está relacionado con la supervivencia y el bienestar, mientras que la piedad le permite sentir empatía y distinguir entre el bien y el mal. Estos sentimientos prueban que el ser humano no es egoísta por naturaleza, sino que tiene una inclinación natural hacia la compasión.

Además, Rousseau sostiene que la libertad humana no depende de la razón ni del control de los instintos, sino de la voluntad. La verdadera libertad no consiste en actuar sin restricciones, sino en seguir principios que permitan la convivencia justa en la sociedad.

Con la transición del estado de naturaleza al estado social, la libertad humana experimenta un cambio. En el estado natural, la libertad es instintiva: las personas actúan según sus impulsos y deseos. Sin embargo, en la sociedad, surge una libertad moral, basada en la justicia y en la obediencia a leyes que buscan el bien común. Aunque la sociedad puede corromper a las personas fomentando la ambición y el egoísmo, la piedad natural nunca desaparece del todo.

Para evitar que la sociedad convierta al ser humano en un ser completamente egoísta, es necesario organizarla según el contrato social de Rousseau. Este modelo político debe garantizar la igualdad y el bien común, permitiendo que los individuos mantengan su libertad moral sin caer en la corrupción y la desigualdad que caracterizan a la sociedad injusta.

Marx: Crítica al Materialismo de Feuerbach

Feuerbach fue un filósofo que defendió una visión materialista de la realidad, afirmando que la materia es lo único real y que la realidad no depende del pensamiento. Sin embargo, Marx comparte la idea del materialismo, pero critica varios aspectos del enfoque de Feuerbach.

Primero, Marx señala que el materialismo de Feuerbach es mecanicista. Según Feuerbach, la realidad se explica de forma fija y mecánica, como si fuera una máquina que funciona siempre igual. Marx rechaza esta idea, argumentando que la realidad está en constante cambio y transformación, impulsada por la dialéctica, es decir, por el conflicto y la evolución.

En segundo lugar, Marx critica el materialismo pasivo de Feuerbach. Mientras que Feuerbach cree que el conocimiento proviene solo de los sentidos, Marx enfatiza que el conocimiento no es solo un acto de observación, sino una actividad práctica. Para Marx, es necesario actuar para cambiar la realidad, no solo observarla.

Marx también reprocha a Feuerbach su materialismo idealista. Aunque Feuerbach habla de la materia, Marx lo considera demasiado abstracto y desconectado de las realidades históricas y sociales. En lugar de hablar de una “esencia humana” universal, Marx sostiene que las personas cambian según las condiciones económicas y el contexto histórico.

Finalmente, sobre la religión, Feuerbach argumenta que la religión surge cuando los seres humanos proyectan sus cualidades en Dios. Marx está de acuerdo en parte, pero añade que Feuerbach no explica por qué los seres humanos sienten la necesidad de crear a Dios. Para Marx, la religión surge como respuesta al sufrimiento de las personas en una sociedad injusta, y no basta con criticarla, sino que es necesario transformar la sociedad para eliminar la necesidad de la religión.

Humanismo Marxista

El pensamiento de Marx se considera humanista por tres razones fundamentales:

  1. Lucha contra la alienación: Marx critica la explotación del ser humano, que es reducido a una «cosa» sin libertad. Su objetivo es acabar con esta explotación y permitir que el ser humano recupere su dignidad, liberándose de las condiciones que lo deshumanizan.
  2. Negación de la existencia de Dios: El marxismo rechaza la existencia de un ser superior a la naturaleza y al hombre. Para Marx, el ser humano es autosuficiente y no necesita recurrir a la creencia en dioses para entender su existencia o propósito.
  3. El hombre como centro de la sociedad y la historia: Marx sostiene que la historia no está hecha por individuos aislados, sino por la humanidad en su conjunto. Cada persona es parte de una sociedad en constante evolución, y el ser humano es el motor de ese proceso histórico.

La concepción marxista del hombre va más allá de ser solo una teoría; es una doctrina para la acción. Para Marx, la verdad no se encuentra únicamente en las palabras, sino que se demuestra en la práctica. Según él, el ser humano se crea a sí mismo a través del trabajo. Al modificar la naturaleza, el hombre no solo cambia el mundo que lo rodea, sino que también se transforma a sí mismo en el proceso.

El ser humano está en constante transformación porque su relación con la naturaleza también cambia con el tiempo. Aunque parte de la naturaleza, el hombre la «humaniza» al modificarla y adaptarla a sus necesidades mediante el trabajo. Esto refleja la capacidad del ser humano para alterar su entorno y, a través de esta interacción, evolucionar y desarrollar su humanidad.

Materialismo Dialéctico en Marx

El materialismo dialéctico es una teoría desarrollada por Marx y Engels para explicar cómo funciona el mundo. Se basa en la idea de que todo lo que existe proviene de la materia, es decir, del mundo físico y tangible, en contraste con las ideas de Hegel, que sostenía que todo nace del «Espíritu» o las ideas. Según Marx y Engels, lo más importante no son las ideas, sino el mundo material, y nuestras ideas son solo un reflejo de la realidad que experimentamos.

Marx rechaza el idealismo, que coloca la conciencia y el pensamiento como lo principal, y en su lugar defiende el materialismo, que sostiene que las ideas y la conciencia dependen de la realidad material. Para Marx, el mundo físico y las condiciones materiales son los que determinan nuestras ideas y pensamientos, no al revés.

El materialismo dialéctico se explica a través de tres leyes fundamentales:

  1. Ley del salto cualitativo: Pequeños cambios acumulados a lo largo del tiempo pueden producir de repente un gran cambio. Es como cuando una gota de agua cae repetidamente en un vaso hasta que se desborda. En la realidad, estos pequeños cambios graduales generan transformaciones significativas.

  2. Ley de la lucha de contrarios: Todo lo que existe tiene opuestos en conflicto. Este conflicto entre fuerzas opuestas es lo que impulsa el movimiento y el cambio en el mundo. Un ejemplo sería la lucha entre el rico y el pobre, o entre el jefe y el trabajador, donde las tensiones entre clases o grupos sociales provocan cambios sociales y económicos.

  3. Ley de la negación de la negación: Cada nueva etapa de desarrollo supera a la anterior, pero conserva elementos de ella. Este proceso de evolución es continuo y se avanza a formas más desarrolladas. Por ejemplo, una semilla se convierte en planta, luego la planta da nuevas semillas, y así sucesivamente, mostrando cómo las etapas se superan y evolucionan, pero sin destruir completamente lo que fue antes.

Materialismo Histórico en Marx

El materialismo histórico es una teoría de Marx que aplica los principios del materialismo dialéctico al estudio de la historia y la sociedad. Según Marx, son las condiciones materiales de vida, como la economía y la producción, las que determinan las ideas y sentimientos de las personas. No es la conciencia lo que cambia la sociedad, sino que la sociedad cambia cuando cambian sus condiciones materiales. Así, las transformaciones sociales dependen de las modificaciones en las estructuras económicas.

Una de las claves del materialismo histórico es la división del trabajo, que se da en dos tipos: el trabajo productivo, que produce bienes materiales con valor de intercambio, y el trabajo no productivo, que no genera riqueza directa, como en el caso de la burocracia o la religión. A medida que se desarrolla la sociedad, esta división del trabajo genera la formación de clases sociales opuestas. Por un lado, están los dueños de los medios de producción (burguesía), que poseen fábricas, tierras y empresas, y por otro lado, el proletariado, los trabajadores que dependen de vender su fuerza de trabajo a los dueños.

Marx sostiene que toda la historia es una historia de la lucha de clases, donde las relaciones de producción —es decir, cómo se organizan la producción y distribución de bienes— determinan las relaciones de poder. Cuando las relaciones de producción se vuelven obsoletas y no pueden sostener el desarrollo económico, surge una crisis, que desemboca en una revolución que da lugar a un nuevo sistema económico y social.

En su análisis de la sociedad, Marx distingue dos niveles: la infraestructura y la superestructura. La infraestructura es la base económica de la sociedad, que incluye el sistema de producción y las relaciones entre las clases sociales. La superestructura está compuesta por las instituciones que dependen de la economía, como el Estado, la religión, la cultura y la ideología. Según Marx, la economía determina la superestructura, lo que implica que el sistema económico influye profundamente en las ideas y valores de las personas. La ideología es un reflejo del sistema económico dominante y muchas veces actúa como una falsa conciencia, es decir, una forma de pensar que hace que las personas acepten el sistema sin cuestionarlo. En el capitalismo, por ejemplo, la ideología dominante justifica la propiedad privada y la desigualdad como algo natural y necesario.

Alienación en Marx

La alienación, según Marx, es el proceso en el cual el ser humano pierde el control sobre su propia vida y trabajo, un fenómeno que se manifiesta de manera prominente en el sistema capitalista. En este sistema, el trabajador no es dueño ni de su actividad ni de los productos que fabrica. Su trabajo, en lugar de ser una extensión de sí mismo, se convierte en algo ajeno, propiedad del capitalista, quien se apropia de la riqueza generada.

El funcionamiento del sistema capitalista contribuye a esta alienación de varias maneras. Aunque los trabajadores son «libres» en el sentido de que pueden vender su fuerza de trabajo, carecen de los medios de producción necesarios para sostenerse. Los medios de producción, como fábricas y tierras, pertenecen a los capitalistas, quienes los explotan para generar ganancias. El producto del trabajo, que el obrero crea, no es suyo, sino que pasa al mercado para ser vendido por el capitalista. De esta forma, el capitalista obtiene una plusvalía, un excedente de valor que es la ganancia derivada de la explotación del trabajador.

La alienación se presenta en varios aspectos del trabajo. Primero, alienación del trabajador en su actividad, donde el obrero no tiene control sobre su trabajo, que se convierte en algo mecánico y repetitivo, sin creatividad ni satisfacción. En cuanto a la alienación del producto del trabajo, el trabajador crea bienes que no le pertenecen, como el obrero que fabrica zapatos pero no puede usarlos sin comprarlos a un precio superior al que le fue pagado por su trabajo. También está la alienación respecto a la sociedad, donde las relaciones humanas ya no se basan en vínculos directos, sino en el intercambio de mercancías, lo que crea una división de clases: los dueños de los medios de producción (burguesía) y los trabajadores (proletariado).

El estado político en este sistema tampoco favorece al trabajador. Marx señala que el Estado no representa realmente a los trabajadores, sino que protege los intereses de la clase dominante, como se evidencia en la policía y el ejército, que defienden la propiedad privada. Además, existe una alienación filosófica, en la que la filosofía se limita a interpretar el mundo sin intentar cambiarlo, y una alienación religiosa, donde la religión se convierte en una ilusión que consuela a los oprimidos y les hace aceptar su sufrimiento con la esperanza de una recompensa en el más allá.

Para Marx, la alienación solo se eliminará cuando el capitalismo y la propiedad privada de los medios de producción sean abolidos. Esto requiere una transformación radical del sistema, no meras reformas. La solución es una revolución encabezada por el proletariado, que debe tomar el control de los medios de producción y reestructurar la sociedad basada en las necesidades de todos, no en los beneficios de unos pocos. Solo en una sociedad así, el ser humano podrá recuperar su libertad y dejar de estar alienado.

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