San Agustín: Conocimiento, Ser, Ética y Política en su Pensamiento

I. El Problema del Conocimiento: Razón y Fe

En la época de San Agustín, se presentan dos grandes contradicciones:

  1. El amor por el libro, la Letra, la Palabra de Dios y su Revelación, junto a un pujante individualismo.
  2. La cultura del libro sagrado basada en la fe y la revelación, y la de la razón filosófica griega, basada en la duda, el análisis, la crítica y la relatividad.

Agustín busca una solución dialéctica: la fe es imprescindible, pero para llegar a ella es necesaria la razón. Finalmente, considera necesaria la exploración racional del contenido de la fe.

Propone un proceso de ascensión del Alma a Dios, seguido de una interiorización; un movimiento de afuera hacia adentro.

Todo lleva a Agustín a la conclusión de que el conocimiento humano depende casi absolutamente de Dios: «Ninguna criatura, por muy racional e intelectual que sea, se ilumina por sí misma, sino que es iluminada por participación en la Verdad eterna.»

Establece tres niveles de conocimiento:

  • Sensación: No puede alcanzar seguridad, depende de lo mutable.
  • Razón: Aunque definida por su fin (la acción), opera con modelos eternos e incorpóreos que permanecen en la memoria profunda.
  • Sabiduría: En función de la pura contemplación, recibe la iluminación divina. Es el alma la que ejerce la sabiduría, en contacto con Dios, sus ideas y su iluminación.

Agustín no admite la mística radical, que propone una conexión directa del alma con la esencia divina.

Finalmente, identifica los tres niveles del conocimiento con tres modos de vida:

  1. Sentir/Intuición/Vivir = Ser o existir (el presente).
  2. Pensar/Memoria/Saber = las ideas del existir (el pasado recordado con las imágenes de Dios).
  3. Querer/Autoconciencia interior o Alma/Amar = la creación y a Dios como creador.

II. El Problema del Ser: Dios, la Creación y el Mal

Dios, el Uno que lo es Todo, es el origen del ser humano a través de la Creación desde la Nada. Él es el Poder y la Libertad supremos, y ha indicado un sentido, un camino recto hacia el fin. Este orden invisible se manifiesta en la Providencia.

El Mal

Frente a este Dios de Poder y Libertad total, se encuentra el inmenso e innegable Mal en el Mundo. El Mal no es sustancia, sino más bien no-ser o alejamiento de Dios. Dios creó al hombre con memoria, intelecto y Voluntad. El Mal procede de la voluntad humana, por la aplicación ignorante de su libertad.

El mal surge de dos anhelos humanos (helenísticos) que el cristianismo no considera fines admisibles: el conocimiento (simbolizado por el árbol del bien y del mal) y la libertad. La verdadera libertad, para Agustín, es la necesidad de elegir a Dios; por lo tanto, el hombre está llamado al Amor al Padre.

Herejías

  • Maniqueísmo: Afirma la existencia de un autor del Mal, un Dios Malo. Agustín refuta esto, argumentando que el Mal no es obra de Dios, sino del hombre libre.
  • Pelagianismo: Sostiene que la libertad independiza al hombre de Dios y del pecado original. Agustín responde que el bien del hombre no se compone solo de libertad, sino también de Gracia divina.
  • Juliano: Argumenta que la libertad es elección entre el bien y el mal, por lo que Dios no sería libre. Agustín replica que la libertad de Dios se define en relación a la necesidad del Fin (el Bien), por lo que no hay elección.

III. El Hombre y la Ética: Pecado Original, Voluntad y Libertad

La estructura del ser humano se relaciona con la teoría del conocimiento: sensación/ser; pensar racional (mediante las ideas eternas); y querer saber hasta el final (mediante la iluminación). Sentir, pensar y amar a Dios.

El hombre no solo se compone de tres niveles anímicos, sino que también está dotado de libertad y voluntad. Existe una correspondencia triádica:

  1. Sentir: La notitia (sensación) es necesaria pero peligrosa, puede desviar del camino.
  2. Pensar: El intellectus es libre, pero puede equivocarse. La sola razón no salva, puede buscar el saber por el saber.
  3. Querer: La intentio amorosa, con la sabiduría como instrumento y la felicidad como finalidad.

IV. Ética Agustiniana

La libertad es el efecto de la voluntad humana que, al equivocarse, provocó la mancha del pecado original. La voluntad se reduce al libre albedrío, donde puede elegir hacer el mal (pecar) o bien ordenarse al bien. La auténtica libertad, asistida por el intelecto, es servicio por amor al orden de Dios, o servidumbre. La libertad, entendida intelectualmente, es necesidad: feliz necesidad (Amor al Padre) o dura necesidad (la razón del ser libre, pero mortal), introducida por el pecado. La Gracia, la Providencia y el Amor divinos ayudan a la voluntad.

La voluntad desea la felicidad, y la sabiduría es el medio (no el fin). La sabiduría conduce a la Verdad, que es el Sumo Bien, es decir, Dios. Es preciso elegir Querer Amar a Dios, pues es el Amor-Caridad de Dios lo que mueve al hombre a su salvación. El hombre viene de Dios y a Él va: el hombre es un ser para Dios.

Se establece una analogía con la Trinidad:

  1. Padre: el Ser y la filosofía natural.
  2. Hijo: el Saber y la filosofía lógica.
  3. Espíritu Santo: el Amor/voluntad y la ética.

V. Política: La Ciudad del Hombre y la Ciudad de Dios

Así como la verdad en la teoría del conocimiento se relaciona con Dios, y no con la ciencia o la técnica, la obra política de Agustín (De Civitate Dei) se aleja de la teoría del derecho o de las formas políticas basadas en la razón y la experiencia. La obra se orienta a tres fines:

  1. Demostrar que la caída del Imperio Romano no es consecuencia de la conversión al cristianismo, e incluso que las victorias contra los godos paganos fueron posibles gracias al Dios único.
  2. Afirmar que la auténtica felicidad no se relaciona con la vida exterior (económica, política o militar), sino con la del espíritu, de la cual no se ocuparon los defensores de los dioses paganos ni del Imperio Romano antes de su conversión.
  3. Establecer que el estado perfecto se basará en principios y verdades morales auténticas, a diferencia de los cultos y ritos paganos (“ludi escaenici”) con sus perversidades.

El libro XI de De Civitate Dei distingue entre la ciudad cristiana y la tiránica pagana. Todos los éxitos en este mundo son imperfectos porque, aunque la ciudad se regule según el único Dios, seguimos estando en el ámbito de la ciudad del hombre y no en la de Dios, que está en el otro mundo.

Agustín habla de dos impulsos, dos «amores» o tendencias contrapuestas. La Ciudad de Dios se identifica con la Iglesia Católica. La ciudad del hombre, más que el Estado, representa el «Mundo», una de las tres dimensiones del mal (mundo, demonio y carne).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *