San Agustín de Hipona: Marco Histórico y Contexto Filosófico
San Agustín se sitúa en la frontera entre dos mundos: el clásico grecorromano y la era cristiana. Considerado el último pensador antiguo y el primer gran filósofo cristiano, desarrolla su actividad intelectual durante el periodo histórico del Bajo Imperio Romano (siglos IV-V). Esta época se caracteriza por un fuerte descenso demográfico, una progresiva ruralización de la población producida por la decadencia de las ciudades, una rígida estratificación social que conducirá al feudalismo, y una decadencia de las artes que abandonan el antropomorfismo clásico y se hacen teocéntricas.
El panorama religioso estaba dominado por el cristianismo, que fue autorizado por el emperador Constantino en el Edicto de Milán (313) y se convirtió en la religión oficial del imperio con Teodosio el Grande (380). El cristianismo utilizó el saber filosófico para apoyar los dogmas de la fe. Esta síntesis entre religión cristiana y filosofía dio lugar a la patrística, es decir, el pensamiento de los primeros Padres de la Iglesia: Tertuliano, San Basilio y San Agustín, entre otros.
Estos pensadores utilizaron el neoplatonismo de Plotino y el estoicismo de Séneca para elaborar la primera filosofía cristiana. Se desarrolló en permanente lucha con los restos del pensamiento clásico (escepticismo clásico) y con las múltiples herejías surgidas en el seno del cristianismo: maniqueísmo, pelagianismo, arrianismo, etc.
La patrística anticipa muchos de los problemas de la reflexión filosófica de la Edad Media: las relaciones entre razón y fe, la demostración de la existencia de Dios, el enigma de la Creación, el sentido de la libertad (conceptos de culpa y pecado) y la interpretación religiosa del curso de la historia como el campo de lucha entre las fuerzas del bien (divinas) y del mal (diabólicas). San Agustín aborda todas estas cuestiones desde una perspectiva original, que influirá profundamente en la obra de importantes filósofos posteriores, como Descartes o Rousseau.
Teoría del Conocimiento en San Agustín
Relación entre Razón y Fe
En San Agustín no es posible encontrar una demarcación clara entre la razón y la fe. Cuando se refiere a estas, lo hace teniendo en cuenta su experiencia personal. Para San Agustín, la felicidad se encuentra en la contemplación de la Verdad y en vivir de acuerdo con ella. La Verdad es una (cristiana) a la que se accede por la fe, pero la razón puede ayudar a encontrar la fe. La fe da una luz especial para ver con claridad las verdades que no pueden comprenderse. Por ello, una vez en posesión de la verdad a la que condujo la fe, la razón tiene que ayudar a entender esa verdad que se cree por fe.
Así, razón y fe se necesitan mutuamente y colaboran recíprocamente. La razón sin la fe está expuesta a extraviarse, y la fe sin la razón no satisface nuestro deseo por conocer. San Agustín persigue incansablemente el conocimiento, pues en el conocimiento de la Verdad se encuentra la felicidad.
Superación del Escepticismo y la Búsqueda de la Verdad
Su teoría del conocimiento comienza combatiendo el escepticismo. El conocimiento, como conocimiento universal de lo inmutable, esto es, como conocimiento universal y necesario, es posible. Pero en las cosas sensibles no encontramos nada que sea universal e inmutable. Por ello, el camino hacia la verdad pasa por un movimiento de interiorización del ser humano, un volverse el alma hacia sí misma (en lugar de extraviarse en las cosas sensibles).
El punto de partida de la búsqueda de la verdad está en la intimidad de la conciencia, en la experiencia que el ser humano tiene de su propia vida interna y la certeza que el alma tiene de sí misma como realidad viva. El alma puede pensar que se equivoca, pero aunque se equivoque, es indudable que piensa (de la experiencia interior): esta es la primera certeza del alma, de su existencia y de su ser, que recuerda mucho a Descartes.
Esta certeza es el punto de arranque que debe llevar al hombre más allá de sí mismo, porque, vuelta el alma sobre sí misma, encuentra que conoce ciertas verdades, ideas, que son absolutas e inmutables, que son superiores a ella misma, al alma, que solo las descubre y acepta. Son verdades que no dependen de ella, ni puede modificarlas, sino que la trascienden y gobiernan: son trascendentes.
Ello es así porque:
- Si estas verdades fuesen inferiores al alma, esta podría modificarlas a su voluntad.
- Si fuesen iguales al alma, serían mutables como ella. El alma puede variar en su pensamiento, conocimiento de la verdad, pero la Verdad en sí misma es inmutable, por lo que tiene que ser superior, trascendente.
Conocimiento Indirecto de Dios
El conocimiento por parte del alma de estas verdades absolutas que la trascienden puede llevar al alma a un conocimiento indirecto de Dios, al considerar a Dios como el único fundamento posible de estas verdades. El ontologismo defiende que el alma conoce estas verdades absolutas en la misma mente de Dios, pero para estar de acuerdo con esto tendríamos que defender que, conociendo estas verdades, conocemos a Dios, ya que entre las verdades o ideas y Dios existe una identidad substancial.
Sin embargo, los principios matemáticos son verdades absolutas conocidas por el hombre sin creer en Dios. Por tanto, estas verdades remiten al alma a algo más allá de sí misma, a algo a su vez eterno e inmutable, de ahí que se hable de un conocimiento indirecto de Dios, pues pueden llevarnos a la certeza de que Dios es el único fundamento posible de dichas verdades. Lo que no es posible es un conocimiento directo de Dios, pues ese conocimiento está reservado a los que se salvan en una vida futura.
Grados de Conocimiento
Existen al menos dos niveles de conocimiento:
- La forma más alta de conocimiento que le cabe al hombre, la sapientia (sabiduría), que consiste en la contemplación de las Ideas y verdades absolutas.
- La forma más baja de conocimiento (proporcionado por las sensaciones), el conocimiento sensible, no es propiamente conocimiento, y el hombre lo comparte con los animales.
Pero existe una forma intermedia de conocimiento en la que el alma juzga los objetos sensibles y los compara con su conocimiento de las Ideas Eternas; este es el nivel del conocimiento racional (scientia).
Teoría de la Iluminación
Nos plantea el problema del origen del conocimiento. Platón lo resolvió mediante la teoría de la reminiscencia, que presuponía la preexistencia del alma, algo que San Agustín, como cristiano, no puede aceptar. Por ello, nos dirá que el hombre las conoce por Iluminación: Dios mismo ilumina todas las ideas contenidas en Él hacia nuestra alma. El espíritu humano tiene que ser iluminado por Dios para que la verdad pueda generarse en el alma.
Ontología Agustiniana
Dios y la Creación del Mundo
Toda la ontología agustiniana arranca de la creatio ex nihilo (creación a partir de la nada). De la lectura de los textos bíblicos es de donde parte la ontología de San Agustín, lo que significa que se nos abren dos ámbitos en el terreno ontológico: el de Dios y el de los seres creados.