San Agustín de Hipona: Vida, Obra y Pensamiento

Contextualización

Vida (354-430)

San Agustín nace en Tagaste (Numidia), norte de África, en el 354. En Madura estudia gramática, literatura y retórica latina. Lee a Virgilio, Horacio, Ovidio, Varrón, etc. A los 16 años vuelve a Tagaste, donde, llevado por los primeros impulsos juveniles, lleva una vida desocupada, con gamberradas y amoríos incluidos.

En Cartago empieza con los estudios de retórica, entabla relaciones con una joven (no matrimoniales) y con 18 años tiene un hijo: Adeodato. A los 19 años lee Hortensio de Cicerón, que le impresiona y le despierta el amor a la verdad; ahí comienza su amor por la filosofía.

Su inquietud le lleva a hacerse maniqueo (religión de esa época que dividía la realidad en dos principios metafísicos: el bien y el mal). Regresa a Tagaste y enseña allí gramática y literatura latinas, y abre una escuela de retórica en Cártago. Marcha a Roma con la fe en el maniqueísmo algo quebrantada, ya que no encontró respuestas a algunas dudas que le preocupaban. En Roma abre una escuela de retórica.

En Milán conoce a San Ambrosio (obispo) y en sus sermones descubre una nueva forma de interpretar la Biblia, plena de sentido y riqueza espiritual. Después será bautizado por él. San Agustín lee a Plotino; el neoplatonismo le facilita el conocimiento de una realidad inmaterial y también le mostró cómo podía afrontarse el problema del mal de una manera diferente a la maniquea.

Dimite como profesor, se retira a Casicíaco y se esforzó por tener una mejor comprensión del cristianismo utilizando conceptos y temas de la filosofía neoplatónica. En Tagaste funda una pequeña comunidad monástica, renunciando a sus bienes. Es ordenado sacerdote y más tarde obispo auxiliar de Hipona. En el 430, San Agustín murió el día 28 de agosto.

El texto que estamos comentando pertenece a su obra más famosa: La ciudad de Dios. San Agustín está considerado como el más importante de los Padres Latinos y de la Patrística en general, pues realiza una formulación completa del pensamiento cristiano, que será la base del pensamiento medieval hasta el siglo XIII.

La ciudad de Dios

Su título latino original es La ciudad de Dios contra los paganos. Es una obra enciclopédica y desordenada, en la que se tratan temas muy diversos, como la naturaleza de Dios, el martirio, el pecado, la muerte, el tiempo, entre otros. En ella se explica el sentido de la Historia, desde la creación del mundo hasta el Juicio final, y está dividida en seis edades, correspondientes a los seis días bíblicos de la creación del mundo. Es una obra escrita con el deseo de defender a los cristianos de las críticas de los paganos, que hacían a los cristianos responsables de la caída de Constantinopla. Consta de 22 libros.

La obra está dividida en dos partes: los primeros diez capítulos atacan las opiniones de los que creen que el culto a los dioses paganos tiene utilidad. Los últimos doce capítulos tratan del origen de las ciudades, de la creación y origen del mal, de su desarrollo y de su desenlace.

La ciudad de Dios es para el cristiano el escenario donde Dios se manifiesta hombre y donde tiene lugar el drama de la salvación.

La historia de las dos ciudades tiene como preámbulo la de las dos ciudades ultraterrenas: la de los ángeles sujetos a Dios con sumisión y amor, y la de los demonios desventurados y rebeldes. Los cristianos rechazaban a la sociedad imperial como civitas diaboli (ciudad terrena) habitada por unos hombres que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios, una ciudad imperfecta regida por una ley dada por hombres, no por la voluntad de Dios.

En cambio, apoyaban la civitas Dei (ciudad de Dios), espiritual e invisible para los que no creían. En la ciudad de Dios los hombres lo aman hasta el desprecio de sí mismos. Sólo los elegidos pueden vivir en esa perfecta ciudad celeste. Las dos ciudades corresponden a Satán y a Dios, y en medio el hombre. La voluntad divina es una sociedad imperfecta donde la salvación se busca a nivel individual y el Estado representa un orden.

En la ciudad de Dios todo es perfecto, ya que es una comunión de todos los hombres que están en gracia y son los elegidos por la voluntad de Dios. La Iglesia es superior al Estado, porque es una sociedad perfecta. El gobernante perfecto sería para él, el cristiano.

Otras obras

Fue un autor que dedicó gran parte de su vida a escribir sobre filosofía y teología, siendo La ciudad de Dios y Confesiones sus obras más destacadas. Confesiones es una serie de trece libros autobiográficos escritos entre 397 y el 398, que tratan de su juventud pecadora y de cómo se convirtió al cristianismo.

Relaciones Razón y Fe

Ambas, conjunta y solidariamente, tienen como misión comprender la verdad cristiana. La razón por sí misma no alcanza su objetivo; la filosofía es una actividad humana y natural, pero necesita la fe para alcanzar la verdad y pueda ser feliz.

  1. La razón muestra que la creencia religiosa no es irracional.
  2. La fe ayuda e ilumina al hombre en su búsqueda de la verdad cristiana.
  3. La razón aclara y explica los contenidos de la fe (que Dios existe).

Antecedentes

Además de las influencias del cristianismo descritas en la biografía (la lectura de Hortensio de Cicerón le marca la vida filosófica, etc.), tiene las siguientes influencias:

  • Platón y el Neoplatonismo: De Platón le influye el dualismo filosófico y antropológico y la dimensión utópica de la República, que se observa en la existencia de las dos ciudades, La ciudad de Dios y la ciudad terrena de los hombres. San Agustín cristianiza a Platón, adapta sus ideas convirtiéndolas en modelos o formas que están en la mente divina, saber de Dios, a partir del cual creó el mundo. El neoplatonismo le libera de las cadenas del materialismo maniqueo y le facilita el conocimiento de una realidad inmaterial. También la teoría del mal, de que el mal es una privación del bien, de bondad y de ser. Dios es pura bondad.
  • De los escépticos le influye su autoconciencia (conocimiento que el alma tiene de sí misma). «Pues si me engaño, existo». No es posible conocer con certeza verdad alguna. Para la vida práctica basta con la probabilidad.
  • El maniqueísmo, pues defiende que existen dos principios metafísicos del universo, el del bien y el del mal. San Agustín defiende la unidad de la conciencia, consciente del principio que escoge.
  • Y Pelagio, pues combatía la doctrina del pecado original en su Tesis, afirmando que cada hombre es responsable de sus propios actos (no de los de sus antepasados). San Agustín vio enseguida los peligros del pelagianismo y luchó contra sus ideas, manteniendo que la voluntad del hombre está debilitada por el pecado original.

Corriente filosófica

Pertenece a una filosofía medieval. La Patrística es el pensamiento de los filósofos cristianos; constituye un pensamiento propio de los Padres de la iglesia católica. El hombre puede alcanzar la verdad; el punto de partida está dentro, no fuera. Fuera percibe la mutabilidad de la naturaleza y dentro, la inmutabilidad de las verdades que han de provenir de Dios.

Razón y fe tienen una íntima conexión (agustinismo). La razón sola no puede alcanzar la verdad (que es Dios), «creo para comprender y comprendo para creer». Dios es la verdad divina.

Repercusiones

La teoría del mal tendrá una gran importancia en la historia del cristianismo; sus tesis y afirmaciones fundamentales conforman la corriente llamada Agustinismo. Su mérito consiste en cómo indaga y lo discute, ya que no explica del todo bien el pecado original. Habrá un nuevo concepto de persona dentro del pensamiento cristiano: identifica pecado con servidumbre y gracia con estado de libertad.

El más importante de los pensadores agustinianos será San Anselmo de Canterbury. En la Edad Media, Santo Tomás realizará la segunda corriente del pensamiento cristiano, pero él distinguirá la razón de la fe en cuanto a su origen, objeto y dominios. En el Renacimiento habrá un interés renovado por el neoplatonismo agustiniano. También le influirá a Descartes «Yo pienso».

Temas

1) Sabiduría e Iluminación

La filosofía de San Agustín es una continua búsqueda hacia lo más interior de sí mismo y hacia lo más elevado de la realidad: “Quiero conocer a Dios y al alma”. La búsqueda de la verdad debe comenzar por la evidencia de uno mismo, así se supera la duda escéptica. El engañarse y el existir se funden en una primera verdad: “si me engaño, existo”.

Pero la búsqueda de la verdad no se detiene en esta primera certeza, pues Agustín busca la verdad necesaria, inmutable y eterna, la cual no puede ser facilitada por los objetos sensibles, que siempre están cambiando, y aparecen y desaparecen. Pero, según él, también el alma es contingente y mudable. Sólo Dios es la verdad, y para encontrarlo hay que seguir buscando en el interior del alma.

Por tanto, la búsqueda va de lo exterior (las cosas) a lo interior (el alma); en ella se realiza el descubrimiento de “verdades, reglas o razones eternas” que nos permiten juzgar sobre todas las cosas sensibles. Pero como esas verdades no pueden proceder del alma, que es mudable, sólo pueden explicarse por una iluminación divina.

De este modo, la búsqueda en lo interior culmina en un movimiento hacia lo superior, del alma hacia Dios. La luz divina es excesiva para el entendimiento humano; el Dios presente en el alma es incomprensible e inefable. Lo cual no quiere decir que no podamos saber nada de él. El alma designa el principio animador del cuerpo.

El pensamiento (mens) es la parte superior del alma, racional o humana, que se compone de ratio e intellectus. Por el intellectus el pensamiento recibe la verdad que la luz divina le descubre al hombre. Le proporciona la sabiduría o conocimiento filosófico. En el alma, además de memoria, percepción y apetito, existe el espíritu, la inteligencia y la voluntad.

La razón inferior o ratio juzga sobre el conocimiento sensorial. La sensación es el primer grado de luz del espíritu, pero sólo produce opinión. Los sentidos captan la multiplicidad, pero no la unidad. Agustín da tanta importancia al amor, a la voluntad como al conocimiento. El amor es una fuerza ascendente que lleva al alma hasta Dios, donde encuentra la felicidad. Conocer es amar y amar es conocer. No existe una distinción clara entre razón y fe, pero la fe es la guía más segura. El hombre debe buscar la “inteligencia” de la fe (“cree para comprender”).

El error es amar a lo inferior y olvidar lo espiritual. El error es la negación al amor. El engaño más difícil de vencer no es el de los sentidos, sino el del intelecto; el orgullo filosófico hace que la razón se crea autosuficiente. El error está en el pecado original. Solo Dios puede liberarnos del error.

El hombre debe buscar la inteligencia de la fe, «creer para comprender». La filosofía es la búsqueda de la sabiduría que nos permite alcanzar la felicidad, pero las verdades que se alcanzan sin ayuda de la fe no llegan a satisfacer al hombre porque no llegan a ser la verdad total. Cuando la razón es iluminada por la fe, se alcanza la verdadera sabiduría, la religión cristiana.

2) El hombre como imagen de Dios

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, para que fuera feliz en la tierra, alabándolo. El hombre es un ser contingente (no necesario, finito), que por medio de sus actos busca permanecer en su ser, vivir una vida más plena, eterna. Busca la verdad, conocerse a él mismo y al mundo, busca sabiduría y felicidad. Necesita amar y ser amado.

Según San Agustín, el hombre es un alma racional que se sirve de un cuerpo mortal y terreno. Además, rechaza la preexistencia del alma, la pluralidad de almas en el hombre y que la unión con el cuerpo sea consecuencia de un pecado anterior. El alma posee al cuerpo, lo usa y lo dirige, pero no es eterna, sino que tiene un principio y un fin. A diferencia de Platón, no considera al cuerpo la prisión del alma, pues todo lo que ha creado Dios es bueno.

Tiene tres teorías sobre el origen del alma: 1) El alma es engendrada por los padres. 2) El alma de Adán y Cristo fueron creadas por Dios. 3) El alma del hijo aparece a partir de las dos almas de los padres sin detrimento de éstas.

San Agustín se pregunta por qué Dios tolera la existencia del mal, y finalmente halla la respuesta. A pesar de que Dios es omnisciente, el hombre es libre. En su creación, el mal existe como un defecto del bien, pero el mal no ha sido creado por Dios. El mal o el bien residen en la voluntad. San Agustín defiende que la conciencia es consciente del principio que escoge (el bien o el mal). La voluntad del hombre está debilitada por el pecado original, y su mente puede conocer las ideas por iluminación divina.

El amor es la prioridad de la voluntad y la voluntad es la facultad por la que el hombre ama el bien y puede alcanzar la felicidad. El amor tiene como primer paso el amor a Dios, lleva al alma hasta Dios. Si nos detenemos en las criaturas, entonces cometemos pecado. La demostración de la existencia de Dios es una consecuencia inmediata de la teoría del conocimiento. Existe la verdad y Dios es su fundamento, luego Dios existe por evidencia racional.

Dios es el ser, es la esencia por antonomasia, la verdad eterna y bien máximo. Inconmutable. Mezcla de ser y no ser. Dios existe como Trinidad divina: una sola naturaleza, la divina, en tres personas. Padre, hijo y Espíritu Santo. Son inseparables en el ser. Además, el mundo ha tenido un principio y ha sido creado por Dios, pero no es coetáneo a él, sino que tiene un principio y un fin. Tiempo y mundo son simultáneos. El conocimiento de Dios y el del hombre se iluminan recíprocamente.

Nociones

Mantiene que el hombre es un ser compuesto de dos sustancias: alma y cuerpo, siendo esencialmente alma y mente que se sirve de cuerpo. El alma es una imagen de la trinidad:

  • Memoria: La memoria puede ser de cosas sensibles o inteligibles.
  • El conocimiento: conocimiento sensible e inteligible, siendo el último el auténtico.
  • La voluntad: el amor es la prioridad de la voluntad. La voluntad es la facultad por la que el hombre ama el bien y puede alcanzar la felicidad. El amor tiene como primer paso el amor a Dios. Si nos detenemos en las criaturas, entonces cometemos pecado.

1) Escepticismo académico y certeza de la propia existencia

El escepticismo tiene dos partes: una teórica, según la cual no hay ningún saber seguro; y otra práctica, que es una actitud que consiste en no apegarse a ninguna opinión, suspender el juicio y conseguir la serenidad. “Nada es más”. Ninguna cosa es más cierta ni más falsa que otra, ni mejor ni peor.

El filósofo dogmático piensa que ya ha encontrado la verdad, mientras que el escéptico se define como un buscador de la verdad y afirma que es imposible encontrar una verdad infinita. Los escépticos no emiten juicios, sino exclusivamente opiniones (suspensión del juicio). San Agustín defenderá que la verdad no ha de buscarse en el mundo exterior por medio de los sentidos, sino reflexionando, mirando hacia el interior.

Su verdad se centra en Dios. El pensamiento que busca la verdad comienza por la evidencia de sí mismo. Agustín busca la verdad necesaria, inmutable y eterna, no facilitada por objetos sensibles. El alma es contingente y mudable. Sólo Dios es la verdad. La búsqueda va de lo exterior a lo interior y luego a lo superior (Dios). San Agustín se anticipa a Descartes con su “si me engaño existo”. Pensar (cogito) significa dudar, aferrar, afirmar, negar, querer, sentir e imaginar.

2) Amor a la existencia y al conocimiento

El amor a la existencia se fundamenta en que toda la naturaleza «rehuye con gran fuerza el no ser»; así, ningún hombre quiere morir: hasta el hombre más miserable elegiría con alegría vivir eternamente en su miseria a una muerte prematura; más aún, todos los animales y las plantas.

El amor por el conocimiento sólo lo posee el hombre, porque, aunque los animales puedan tener el conocimiento sensible más desarrollado que él, él es el único capaz de conocimiento racional, basándose en la teoría de la iluminación. Dios crea el mundo sin utilizar ningún elemento preexistente y sólo por amor, para comunicar a las criaturas el bien que él posee, haciéndolas partícipes de sus propias perfecciones. El mal surge porque el hombre está vuelto hacia la materia, no porque la materia sea mala, pues la ha creado Dios. El mal es la negación del amor a Dios.

San Agustín mantiene que la voluntad del hombre está debilitada por el pecado original, por lo que el mal físico es consecuencia de este pecado. Tenemos la posibilidad de volver a Dios en el cual nuestro ser no morirá y nuestro saber no tendrá más errores. El hombre puede apartarse del ser y pecar, pues San Agustín defiende la unidad de la conciencia, consciente del principio que escoge, o el bien, o el mal.

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