San Agustín: Filosofía, Ética y Política en su Pensamiento

El Problema de Dios en la Filosofía de San Agustín

El tema central de la filosofía de San Agustín es Dios. Para él, la filosofía se convierte en teología, ya que Dios no solo representa la verdad que busca el conocimiento, sino también el objetivo final de la vida humana: la visión beatífica de Dios, que será alcanzada por los bienaventurados en la otra vida gracias a la gracia divina. Aunque San Agustín no desarrolla pruebas sistemáticas de la existencia de Dios, propone varios argumentos que la respaldan:

  1. Argumento cosmológico: Del orden del mundo se deduce la existencia de un Ser Supremo que lo organiza.
  2. Argumento basado en el consenso: La creencia en Dios se justifica porque casi todos los pueblos tienen alguna forma de religión.
  3. Argumento epistemológico: Las verdades eternas e inmutables no pueden provenir de cosas cambiantes, sino de un ser eterno e inmutable: Dios.

San Agustín explica que el mundo fue creado por un acto libre de Dios, adoptando la doctrina del ejemplarismo: las esencias de todas las cosas creadas existían previamente en la mente divina como modelos o arquetipos. Esto incluye tanto las cosas creadas en el inicio como las que aparecerían después. Además, complementa esta idea con la teoría de las razones seminales, de origen estoico. Según esta, Dios colocó en la materia «semillas» que, bajo ciertas condiciones, darían lugar a nuevos seres con el tiempo. Esta visión está influida por Platón, pero con diferencias clave: mientras el Demiurgo de Platón trabaja con materia eterna y se guía por las ideas, en la concepción de San Agustín, Dios crea tanto las ideas como la materia, y no está limitado por nada externo a Él.

El Problema de la Ética y la Moral en San Agustín

Para San Agustín, la virtud se basa en el ordo amoris, es decir, «amar lo que debe ser amado». Las virtudes son manifestaciones del amor, que en la concepción cristiana tiene su origen en Dios, quien toma la iniciativa en este amor. El amor es la dimensión esencial del espíritu humano y la fuerza de la voluntad. San Agustín distingue entre dos tipos de amor:

  1. Cupiditas: el amor al mundo por sí mismo, que condena al hombre a la infelicidad, ya que los bienes temporales son efímeros y pueden desaparecer.
  2. Caritas: el amor a Dios por Dios y al prójimo, que asegura la verdadera felicidad porque su objeto, Dios, es eterno e inmutable.

La clave está en jerarquizar los amores correctamente: en la cúspide, el amor a Dios; luego, el amor al prójimo, a uno mismo y, por último, al cuerpo. Amar de forma desordenada puede llevar a la infelicidad, ya que solo Dios puede ser amado y disfrutado por Él mismo (frui). Todo lo demás debe ser amado en función de su relación con Dios (uti).

El problema del mal: San Agustín niega que el mal tenga sustancia propia, ya que todo lo creado por Dios posee bondad. El mal moral depende de la voluntad humana, que es buena en sí misma pero puede actuar en contra del bien. El mal surge cuando el hombre altera el orden correcto de los amores, priorizando lo que no debería amar en primer lugar.

El Problema de la Política y la Sociedad en San Agustín

En La ciudad de Dios, San Agustín reflexiona sobre la sociedad y la política, defendiendo al cristianismo de las acusaciones de ser responsable de la caída del Imperio Romano. Explica la historia como un enfrentamiento entre dos ciudades: la Ciudad de Dios, centrada en los intereses espirituales y el amor a Dios, y la Ciudad Terrenal, enfocada en los intereses mundanos y el amor propio. La Ciudad de Dios está representada por la Iglesia y culminará en el triunfo definitivo sobre la Ciudad Terrenal en el juicio final, según el Apocalipsis. San Agustín considera que el desarrollo histórico está guiado por la providencia divina, que permite el mal solo para obtener bienes mayores. No separa política y religión: para él, un Estado justo debe ser cristiano, ya que solo el cristianismo puede hacer buenos a los hombres. La Iglesia, como comunidad perfecta, es superior al Estado y debe inspirarlo. Además, defiende la intervención de la Iglesia en la sociedad y reconoce la legitimidad del Estado, siempre que las leyes civiles no contradigan las leyes divinas, conforme a la enseñanza evangélica de «dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Aunque acepta la teoría aristotélica de la sociabilidad natural y considera que las instituciones humanas derivan de la naturaleza, sostiene que el poder de los gobernantes proviene de Dios. Su obra fundamenta el agustinismo político, una doctrina que establece la superioridad del poder espiritual del Pontífice sobre el poder temporal del Emperador, idea que será fuente de conflictos históricos.

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