Simone de Beauvoir y el existencialismo

1.- Introducción y contexto histórico s.XX

Simone de Beauvoir nace en París el 9 de enero de 1908 y muere el 14 de abril de 1986. Siendo una niña vivió la Primera Guerra Mundial y en la edad adulta le tocó sufrir las consecuencias devastadoras de la Segunda Guerra Mundial. Vivió en primera persona la ocupación de París por parte de los alemanes y simpatizó con la resistencia francesa. Años antes había obtenido la Licenciatura en Filosofía por la Universidad de La Sorbona. En sus años universitarios Simone de Beauvoir conoció al filósofo Jean Paul Sartre, padre del existencialismo francés, que se convertirá en su pareja intelectual y sentimental. Su filosofía será, por tanto, el existencialismo, una corriente de pensamiento que se gestó en Europa -especialmente en Alemania y Francia- entre las dos Guerras Mundiales del siglo XX. En 1949 se publicó El segundo sexo, una obra en la que Beauvoir plantea los temas básicos del movimiento feminista que cobra fuerza sobre todo a partir de los años 70. Pese a ello, su autora no se identifica en esta época como feminista. Su participación en el movimiento feminista no comenzará hasta 1970, cuando ya tiene 62 años. Parece claro, por tanto, que tanto el existencialismo como el feminismo marcaron el pensamiento de Simone de Beauvoir.

1.1.- El existencialismo

La filosofía existencialista es el producto de una situación social y cultural de crisis profunda a consecuencia de la terrible ola de violencia y destrucción originada por las dos guerras mundiales. El holocausto originó una crisis de conciencia y valores que puso de manifiesto el drama de la muerte y la tristeza de la finitud del ser humano, lo que llevó a poner en primer plano la reflexión sobre el sentido de la existencia humana. El existencialismo es una respuesta filosófica a este desolador marco histórico.

Es importante señalar que el existencialismo constituye un esfuerzo por recuperar los valores del ser humano como persona como individuo singular e irrepetible. Desde comienzos del siglo XIX en diversos aspectos de la vida humana se había iniciado un proceso de despersonalización, de degradación de la individualidad humana.


En el plano filosófico las dos corrientes más importantes a comienzos del s. XIX son el idealismo de Hegel y el materialismo mecanicista. Ambas pese a su radical oposición, mantenían un único criterio en común: la consideración del individuo humano como un ser pasivo y sin capacidad de decisión. El materialismo consideraba al hombre como un mero producto de las fuerzas de la materia, por lo que todos sus pensamientos y acciones podían explicarse por reacciones químicas que podían determinarse mediante leyes matemáticas rigurosas. Esta conclusión que Descartes trató de evitar defendiendo un dualismo antropológico se impone ahora con la corriente materialista al negar ésta el dualismo cartesiano y defender que el ser humano es sólo un cuerpo, mera materia extensa. Por otro lado, el idealismo hegeliano veía a los seres humanos concretos no como los auténticos protagonistas de la historia, sino como instrumentos de los que se servía la Razón Universal para ir alcanzando sus objetivos. Hegel concebía la historia de la humanidad como un proceso en el que todas sus etapas eran necesarias y estaban previamente diseñadas por una Razón Universal hacia la consecución de un fin: la realización plena de la racionalidad. Los sujetos nada tenían que decir sobre la marcha de la historia porque eran meros medios de los que se servía la Razón para ir avanzando hacia su meta.

Tanto el materialismo mecanicista como el idealismo hegeliano desposee al sujeto humano concreto de su libre iniciativa, se pierde la singularidad, y se niega su interioridad, sus anhelos, sus angustias específicas, sus tareas y proyectos vitales particulares.

En el plano socio-político el auge espectacular de los totalitarismos (tanto fascistas como el Estalinismo) contribuyó a la degradación del sujeto humano al negarle la posibilidad de expresión de su creatividad y libre iniciativa. Los estados totalitarios limitaban las libertades individuales de pensamiento o acción, reduciendo a los individuos a piezas anónimas de la gigantesca máquina estatal.

A su vez, en el plano laboral, en los países capitalistas el proceso de industrialización fue perjudicando paulatinamente a la subjetividad humana. La división del trabajo y el proceso de automatización asociado al desarrollo progresivo de la tecnología deshumanizaba al trabajador y lo convertía en un simple objeto dentro del gigantesco engranaje de la industria.


2.- Simone de Beauvoir y el existencialismo

Era una filosofía humanista que consideraba al ser humano el centro de lo que hay y el que dota de sentido a todo cuanto existe. El nombre de «existencialismo» alude a la importancia que sus defensores conceden a la existencia humana: los seres humanos son seres «arrojados al mundo», absolutamente libres, carentes de identidad, meras existencias que han de «hacerse su ser», seres que han de trascender su estado actual para construir lo que quieren ser -su esencia proyectando acciones y llevándolas a cabo. Ninguno hemos decidido nacer, cuando se nos arroja al mundo estamos vacíos por dentro, estamos indefinidos, inacabados, pero a su vez tenemos ante nosotros un abanico casi infinito de posibilidades. Somos nosotros los que, haciendo uso de nuestra libertad, debemos acabarnos, construyéndonos a nosotros mismos. Al final, nuestra vida es lo que cada uno ha decidido. Es una afirmación básica del existencialismo la de que el ser humano es el único ser cuya existencia precede a la esencia. ¿Qué significa esto? Significa que cuando nacemos estamos indefinidos y que a través de las decisiones que vamos tomando en la vida nos vamos, poco a poco, definiendo, vamos construyendo lo que somos. En un libro o en cualquier objeto la esencia precede a la existencia: ha sido hecho por alguien de acuerdo a cierta idea o concepto de lo que es. El ser humano empieza por existir, se encuentra en el mundo, y después se define. Los existencialistas piensan que no existe una esencia humana que nos caracterice frente a los demás seres no humanos. Lo que nos asemeja entre sí a los humanos es nuestra común condición de existentes -de ahí la denominación «existencialismo»- obligados a construirnos una esencia, esto es, a hacernos a nosotros mismos. Los existencialistas no hablan de esencia humana, ni de naturaleza humana (no existe para ellos eso que los filósofos griegos llamaban una esencia universal humana definida por un conjunto de características comunes a todos los seres humanos) sino de condición humana o, según la expresión de Sartre, de universalidad humana de condición: todos coincidimos en que al nacer no somos nada más que meros existentes, pura nada que equivale a pura libertad, abocados a la tarea de construirnos a nosotros mismos, de fabricarnos nuestra propia esencia. Ésta es la postura más consecuente si se asume de verdad el ateísmo.


Como no existe Dios, no existe una naturaleza humana común a todos los hombres, y tampoco existen valores universales por los cuales todos los seres humanos estemos obligados a regir nuestras vidas. Para Jean Paul Sartre, considerado el principal representante del existencialismo en Francia, el ser humano es una conciencia capaz de captar las cosas del mundo y de darles un sentido, de convertirlas en realidades útiles para ciertos fines. Por ejemplo, un crucifijo de madera. Este objeto existe fuera de nuestra conciencia, en el mundo externo. Pero lo que sea el crucifijo dependerá de la conciencia del sujeto que lo contemple: para un cristiano será un símbolo religioso; para un escultor será una obra de arte; para un hombre primitivo su significado puede agotarse en ser leña para el fuego o un arma contundente de guerra. El objeto, pues, es el mismo, pero lo que él sea depende de la interpretación de quien lo contempla que le otorga un sentido y lo considera útil para unos fines u otros. En cambio, la propia conciencia que es el hombre no es nada concreto, no tiene ningún fin, ningún sentido, por eso es libre. Cada humano deberá buscarse un fin u objetivo propio, válido solamente para él, tratando de realizar su proyecto particular de vida. Deberá ser cada uno de los sujetos humanos quien dé sentido a su propia existencia. Los hombres son seres para-sí, frente a las cosas, que son seres en-sí. Las cosas y los animales son realidades acabadas, completas, definidas, en cambio el ser humano nace indefinido e inacabado, debe completarse y definirse por sí mismo.

3.- Categorías de la hermenéutica existencialista

Beauvoir concibe al ser humano como un ser que continuamente ha de elegir su ser y por tanto continuamente ha de hacer proyectos. En el plano moral, continua Beauvoir, mis proyectos serán buenos, es decir morales, sólo si amplían la libertad de los demás, sólo si les abren horizontes para hacer y llevar a cabo sus propios proyectos. Solo hay acción moral en un mundo donde hay otros seres humanos. Hemos dicho que el ser humano es un ser arrojado en el mundo, un ser para-sí porque es conciencia -y en esto coincide con Sartre- pero es también un ser-con-los-otros. Esta dimensión, que Beauvoir reconoce, de apertura a los demás, la acerca a Heidegger y la diferencia de Sartre. Beauvoir, en este tratado, afirma que el valor por excelencia es la libertad. Y el fin último de la moral -para decirlo en los términos de la tradición filosófica- liberar la libertad. Esto es lo que hace el jefe de una expedición de montaña (metáfora del hombre bueno para Beauvoir) cuando va abriendo con su caminar una ruta nueva y continuamente mira hacia atrás para reunir a los que se retrasan y vuelve de nuevo hacia delante para seguir guiando al grupo.


A esta conclusión llega después de haber hecho un análisis de la acción humana en el que trata de aclarar cuáles son las acciones buenas en esta moral existencialista que está construyendo. Dado que nuestra situación en el mundo se configura, entre otros elementos, con la presencia de otros seres humanos, ¿qué papel juegan ellos en el terreno de la moral? Los otros son para sí mismos, como yo, seres para-sí, conciencias que proyectan, pero mi conciencia los objetiva, los capta como objetos externos a mí, se me muestran como seres en el mundo, al igual que las cosas. No obstante, Beauvoir señala que es posible conciliar mis proyectos con los de los demás en el sentido de dar más amplitud a su ser para-sí, a su ser humano, es decir, a su libertad. Si concilio mis proyectos en el sentido de ampliar su libertad, mi acción es buena. Si no los concilio, poniendo trabas al ejercicio de su libertad, mi acción es mala. De modo que la buena persona es quien no toma al otro -a los demás- como cosa, sino como persona. Es decir, la que no toma al ser para-sí (ser humano) como ser en-sí. Al fin y al cabo, quien trata a sus semejantes como instrumentos que le sirven para la consecución de sus propios fines, los está degradando ontológicamente a meros objetos. Dicho de otra manera: no podemos inmiscuirnos en los proyectos de los otros -no podemos «arreglarles la vida» cuando no nos lo han pedido, sacrificar nuestra libertad para que ellos consigan metas que no se han planteado- sólo podemos incidir en sus «afueras», esto es, conciliar nuestros proyectos en el sentido de dar más amplitud a su libertad; solamente incidir en su situación.

5.- ¿Qué es entonces una mujer? Ser hombre o ser mujer no consiste en poseer una determinada esencia que nos hace diferentes, sino en comportarse según determinados modos de actuación que los usos sociales imponen en función del sexo biológico con el que nacemos. Los varones no nacen siendo valientes, decididos, duros, combativos, esforzados y fríos emocionalmente. Ni las mujeres nacen siendo cobardes, indecisas, sensibles, adaptadas a las circunstancias, flojas y sentimentales. Se las educa para que sean así, y como todo el entorno -la familia, el colegio, los/las amigas, los juegos, las fiestas, las modas y las costumbres- les transmite el mismo mensaje y espera de ellas iguales conductas, llegan a la edad adulta moldeadas como seres femeninos. Lo que sea un varón y lo que es una mujer constituyen sendos productos culturales que se fabrican desde el nacimiento hasta la edad adulta.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *