Sócrates: El Concepto y la Inducción
Parte Sócrates de la firme convicción de que tiene que existir una “verdad absoluta”, “objetiva”, susceptible de ser captada por el hombre, e independiente de las opiniones y pareceres del individuo y de la masa. En radical oposición al relativismo de los sofistas, quienes enseñaban que sólo hay opiniones válidas para cada individuo en particular, Sócrates, por el contrario, “busca el saber que valga en igual medida para todos”. Frente a la diversidad y cambio de las representaciones individuales, busca “lo permanente y común”, “reconocer” de modo objetivo. Estas verdades sólo pueden alcanzarse por medio del pensamiento racional. En consecuencia, esa verdad, para ser absoluta y no relativa, no puede ser nada externo al individuo sino interno o “intrínseco”: es el concepto.
La posición radicalmente escéptica de los sofistas, enunciada por Gorgias, partía de una doble premisa: a) No hay “significaciones comunes”. b) No hay “significaciones objetivas”. Sócrates se opone a estas dos tesis de Gorgias: si no pudiesen establecerse significaciones “comunes” resultaría imposible el entendimiento entre los hombres. ¿Cómo argumentar racionalmente y llegar a decisiones compartidas en una Asamblea, si cada cual entiende por “justo” una cosa diferente? Renunciar a la posibilidad y búsqueda de significaciones objetivas equivale a renunciar a la posibilidad de todo diálogo y discusión racionales, a todo criterio objetivo de nuestra conducta.
Se trata no sólo de llegar a un acuerdo sobre el significado de la palabra “justo”, sino de llegar a tal acuerdo estableciendo qué es realmente “la justicia”. Este es el “programa socrático”. Tal programa se basa en una tesis fundamentada: la aplicación de un predicado general a una pluralidad de individuos supone la presencia en estos de cierto/s rasgo/s idéntico/s e identificable/s. Si denominamos “justas” a ciertas personas, acciones o instituciones, en todas ellas ha de encontrarse aquel rasgo que denominamos “justicia”. Es la justicia es preguntarse por aquello cuya presencia hace que sean justas las cosas que denominamos justas. El conceptualismo socrático: la búsqueda de significaciones comunes y objetivas es la búsqueda de los conceptos. Por encima de la opinión solo puede estar la definición. Definir no es opinar, pues decidir es decir lo que es, mientras que opinar es decir lo que me parece que es. Si algo es definible es porque no es opinable. Los sofistas creen que solo hay opiniones y, por tanto, opinar. Sócrates, por lo contrario, cree que hay definiciones salidas de la intrínseca racionalidad del hombre.
Sigue Sócrates la distinción parmenídea entre el saber y la opinión, la “episteme” y la “doxa”. El conocimiento que debe ser más que opinión, no puede ser sino lo común que en todas las sucesivas representaciones y opiniones se impone a los individuos: la validez de la generalidad objetiva. Si debe, pues, haber un saber, éste no puede encontrarse sino en la coincidencia de todas las representaciones individuales. Lo objetivamente general que hace posible la comunidad subjetiva de las representaciones es el concepto. Saber es saber conceptual. El encaje de lo particular bajo lo general se eleva a la función esencial del conocimiento científico. Sócrates encuentra en los conceptos una norma general de pensamiento humano, fuera de la arbitrariedad del sujeto individual. Con ello trata de superar el sensualismo y el subjetivismo de Protágoras, así como el relativismo sofístico en general.
Dos cosas, dice Aristóteles, se pueden atribuir a Sócrates: los “razonamientos inductivos” y la definición de lo universal. El razonamiento inductivo es aquel que, mediante el examen de un cierto número de casos o afirmaciones particulares, conduce a una afirmación general que la comparación de singulares pareceres y se eleva al concepto general. En la mayéutica, quién permanece en la conversación empieza a elevarse en comunidad de trabajo a la determinación conceptual. En la conversación aparece la comunidad racional a la que se someten todos los interlocutores a pesar de sus divergentes opiniones. No debe construirse el concepto sino encontrarlo. Está ahí, solo hay que desprenderlo del ropaje de las experiencias y opiniones individuales. Sócrates intenta establecer la “esencia universal y permanente”, tratando de obtener por medio de la inducción el concepto universal existente en la “razón”, y determinarlo por medio de la “definición”.
Los Atomistas
Mientras que los otros sistemas pluralistas de Empédocles y Anaxágoras venían a ser una reconstrucción del originario esquema fisicista de los milesios, el atomismo se nos presenta como una reinterpretación de la teoría pitagórica de los números, según los cuerpos sensibles están, en realidad, compuestos de números los cuales no son abstractos sino que consisten en unidades indivisibles dotadas de magnitud espacial. La teoría venía a establecer una “identificación de la unidad aritmética con el punto geométrico”.
Empédocles había reconocido la existencia metafísica de algunas “cualidades” y Anaxágoras la de todas, los atomistas no reconocen la existencia real de ninguna. En rigor, no posee existencia real la multiplicidad de las cualidades dadas en la experiencia sensible, y que la única prioridad del ser la constituye aquello que llena el espacio, la corporeidad, en abstracto.
Lleno y vacío son, pues, los dos fundamentos del mundo. El mundo está formado por átomos en movimiento y vacío, las cosas son combinaciones de estos átomos, y estas combinaciones tienen lugar no por la intervención de una mente o un agente identificador, sino por el azar. Las diferencias entre los átomos son meramente cuantitativas, tamaño, forma y posición, pues todos tienen “idéntico carácter cualitativo”. Los átomos no difieren entre sí por su “naturaleza” sino solo por su forma y magnitud. Determinan el nacimiento y la muerte de las cosas mediante la unión y disgregación y determinan la diversidad y el cambio de las mismas mediante su orden y posición.
Este punto de vista supone reducir todas las diferencias cualitativas dadas en la percepción a diferencias cuantitativas. Al reducir todas las diferencias cualitativas del mundo visible, como el color, el sabor, etc., a la distinta forma, tamaño y posición de los átomos, se está adelantando la distinción de Galileo entre las cualidades primarias y las cualidades secundarias, que pone las bases de la ciencia moderna. Solo las primeras son objetivas, pertenecientes a los cuerpos mismos y no a nuestra experiencia de ellos, son las propias de los cuerpos, inherentes a los mismos. Por eso no todas las cualidades sensibles son objetivas, pertenecen verdaderamente a las cosas, sino que todas las cualidades que percibimos con los sentidos de las cosas, sentidos pero no en las cosas. El frío, el calor, los colores, los sabores, etc.
Los átomos están todos animados por un movimiento espontáneo por el cual chocan entre sí y rebotan y se enganchan, dando origen al nacer, al perecer y al cambio de las cosas. El movimiento es, pues, un carácter intrínseco de los átomos porque el movimiento de los átomos constituía un hecho eterno. Se ha querido ver en esta perspectiva un cierto embrión del principio de la inercia establecido por Galileo como un pilar fundamental de la mecánica moderna, al haber concebido este la fuerza no como Aristóteles como la causa del movimiento, sino como el factor de los cambios del movimiento.
La naturaleza mecanicista de este punto de vista resulta clara, pues los atomistas reducen la naturaleza a una pura objetividad mecánica.