Clases de causas
Con las nociones de potencia y acto sabemos cómo suceden los cambios o movimientos. Ahora bien, el paso de potencia a acto no ocurre espontáneamente; es precisa la acción de un agente externo, de una causa.
Para Aristóteles, las razones o causas del cambio son cuatro:
causa material, causa formal, causa eficiente y causa final (o teleológica
). El propio filósofo las ilustra con la realización de una escultura. La causa eficiente de la transformación del bloque de mármol en estatua es la acción del escultor, que modela y cincela el mármol hasta completar una representación de, por ejemplo, la diosa Afrodita.
En el sentido moderno y habitual de la palabra, la única causa es la causa eficiente. Pero Aristóteles, más que de causas, está hablando de «elementos» que necesariamente intervienen en el cambio y lo explican; así, la causa material determina y explica que la estatua ya realizada esté hecha de mármol, y la causa formal, que reproduzca el cuerpo de un mujer hermosa. Tampoco en lenguaje habitual hablaríamos de causa final, sino, simplemente, de finalidad. En el ejemplo, la causa final es la finalidad del escultor, la cual es también un factor que incide en el paso de mármol a estatua; así, la obra respetará la iconografía tradicional si el artista piensa destinarla a presidir un templo consagrado a la diosa, pero puede ser más personal si la finalidad es decorar una estancia privada.
En el ejemplo del escultor es claro que alguna finalidad lo empuja a ejecutar la estatua, pero, ¿qué decir de los cambios operados por agentes no concientes, por fuerzas de la naturaleza? Por ejemplo, el sol calienta el agua del mar, que se evapora y eleva formando nubes. No puede decirse que el sol forme nubes con alguna finalidad, pero sí que tal cambio tiene lo que podríamos llamar una «finalidad última»: las nubes traen la lluvia, que fertiliza la tierra y posibilita la existencia de seres vivos (superiores a los inertes); de las plantas se alimentan los animales y de ambos el hombre, el ser más perfecto. La causa final es de gran importancia para el Estagirita, ya que está convencido de que todo existe para cumplir un fin, pues todo, por su propia inmanencia, busca su intrínseca perfección.
Primer motor y acto puro
La ciencia metafísica de Aristóteles culmina en la teología, la cual se ocupa del ser que existeper se, o sea, el ente en su sentido más pleno, la forma pura sin materia. Para probar la existencia de ese ser apela a varios argumentos: «Entre las cosas que existen una es mejor que la otra; de allí que exista una cosa óptima, que debe ser la divina«. Su argumento más conocido es el denominado de predicamento cosmológico: las cosas de este mundo son perecederas, y por lo tanto sufren cambio; este cambio acaece en el tiempo. Cambio y tiempo son, pues, imperecederos; mas para que se produzca el cambio o movimiento eterno ha de existir una sustancia eterna capaz de producir ese movimiento. Pero no podemos retrotraernos al infinito para buscar las causas de las causas, por lo que debemos llegar a un Ser supremo. Ese Ser, sin embargo, no aparece en Aristóteles como creador del mundo, porque éste es eterno.
Ya en sus tratados sobre física había expuesto Aristóteles el concepto de primer motor. Todo ser que se mueve es movido por otro; puesto que no podemos remontarnos en esta cadena hasta el infinito, debe existir un primer motor, el cual es inmóvil: si fuese móvil, estaría movido por otro motor anterior, y no sería el primero. Aristóteles ahonda en esta idea en sus escritos metafísicos. Como el movimiento es paso de potencia a acto, la misma inmovilidad implica que el primer motor no está en potencia respecto a ningún acto, es decir, no tiene ninguna potencialidad: es acto puro. En consecuencia, es inmaterial (la materia siempre supone potencialidad) y absolutamente perfecto; no puede faltarle nada en el orden del ser y de la perfección, pues si le faltase algo estaría en potencia respecto a aquello de lo que careciese, y ya no sería acto puro.
Por su misma perfección debemos atribuir vida a este Ser superior, y vida en su grado más perfecto; y no podemos atribuirle otra actividad que la teórica o contemplativa, que no requiere movimiento y no se orienta a satisfacer ninguna necesidad. Así, el Dios aristotélico es pura inteligencia, puro pensamiento incesante que se piensa a sí mismo; el objeto de su pensamiento no puede consistir en cosas externas a él, porque entonces dependería de tales cosas. Autónomo, trascendente, separado del mundo, Dios es eternamente feliz pensándose eternamente.
Estando separado del cosmos y sin ningún contacto con él, ¿cómo puede Dios actuar sobre el mundo, moverlo como un primer motor? Dada su suma perfección y su plenitud de ser, en Dios se encuentra todo lo apetecible, todo lo digno de ser contemplado, todo lo que merece ser poseído; en consecuencia, mueve a todas las cosas como el bien mueve al que lo desea o la belleza mueve al que la contempla. Dios mueve el mundo no como causa eficiente, sino comocausa final, es decir, como fin último (la perfección) al que tiende el universo. Del mismo modo que a la amada le bastan su belleza y su bondad para atraer al amante, Dios no ejerce ninguna fuerza: el movimiento surge en las cosas como un afán hacia lo perfecto.