AMOR A LA EXISTENCIA Y AMOR AL CONOCIMIENTO
El amor a la existencia y al conocimiento es una de las tres verdades irrefutables de San Agustín contra los escépticos: existo, conozco que existo y amo mi existencia y mi conocimiento. Éste es fundamental para él y en la religión cristiana, un movimiento de deseo hacia algo que conocemos y que no tenemos; la búsqueda de un bien que lleva al hombre a ser feliz e implica el temor a perderlo. Es un impulso natural y compartido por todos los seres vivos, pues todos tenemos la tendencia a seguir existiendo eternamente, y cualquiera preferiría tener una vida eterna y miserable a morir, incluso los seres inertes tienden a permanecer en el mismo estado. Por ello la felicidad sólo puede hallarse en el amor a lo eterno (caritas), que ha de buscarse en el interior de cada uno y como esperanza tras la muerte, amor a uno mismo y dependiente solo de la voluntad.
San Agustín espera para ello la ayuda de Dios, pues la existencia es un don que él nos ha otorgado.
San Agustín relaciona las tres verdades con la tres forma de la Trinidad.
La existencia de las cosas está relacionada con la existencia del padre (Dios), que es la causa de todas las cosas naturales. Nuestro > es la imagen del Padre y nos une a él, por eso amamos la existencia como deseamos el Bien Supremo y amamos al Padre.
San Agustín considera que el hombre es un compuesto de cuerpo y alma, y que el alma es espiritual y tiende a buscar la sabiduría, por lo que el amor al conocimiento es propio y exclusivo del hombre. Amamos conocer y odiamos ser engañados, pues preferimos estar cuerdos e infelices antes que locos y felices. Los demás seres, aunque no pueden acceder a este tipo de conocimiento, también participan en el mismo a través de su naturaleza física. Pero el tipo de conocimiento racional del hombre es de nivel superior, es intelecto o razón superior, y sólo se puede obtener con ayuda de la Gracia Divina (iluminación), la cual delata la existencia del Hijo (Verbo), como medio para conocer al padre.
San Agustín considera que el hombre es un compuesto de cuerpo y alma, y que el alma es espiritual y tiende a buscar la sabiduría. Nuestro conocimiento respecto al Bien y la Verdaddesarrolla el amor. Y el que toda cosa realice el bien, delata la existencia del Espíritu Santo, y de que el hombre obtiene la felicidad en el Bien Supremo, y no en los placeres corporales. En la ética cristiana es la voluntad quien conduce al hombre hacia Dios a través del amor, la cual es muestra del Espíritu Santo en nosotros. El amor a Dios se expresa como amor a la Verdad y el Bien, pero no impide la existencia de acciones humanas que se alejan de ese Bien, lo que nos enfrenta también al mal. Del mismo modo que la inteligencia conoce las ideas por iluminación divina, percibe los principios que deben regir la voluntad libre del individuo, y si ésta se aparta de Dios, por apego a los sentidos. Pero esto no depende del Creador (Dios), sino del hombre que vive sin fe y sin ayuda de la Gracia.
ESCEPTICISMO ACADÉMICO Y CERTEZA DE LA PROPIA EXISTENCIA
El escepticismo de la Academia Nueva o Media niega la posibilidad de alcanzar cualquier tipo de conocimiento, pues éste es relativo y depende de los sentidos, y por tanto, no hay ningún criterio de verdad absoluto, de manera que todo puede ser puesto en duda y no podemos estar absolutamente seguros de nada.
Por ello los escépticos aseguran que solo podemos conocer la apariencia de las cosas y no lo que verdaderamente son, pues ningún argumento resulta claramente definitivo, por lo que lo más razonable sería suspender el juicio.
En ella destacaron Arcesilao y Carneades, que adoptaron esta posición, reforzando la proposición socrática “Solo sé que no sé nada”. Si no hay ningún saber seguro, la actitud práctica más recomendable será no apegarse a ninguna opinión, y suspender el juicio, para conseguir la ataraxia o serenidad que nos libere de la inquietud por descubrir la verdad. El escéptico se propondrá destruir las verdades de los filósofos dogmáticos que piensan haber encontrado la verdad. San Agustín, como apologista cristiano, se opondrá a este pensamiento y rechazará el escepticismo que ellos defendían.
La orientación neoplatónica de San Agustín le lleva a afirmar que la verdad no ha de buscarse en el mundo exterior por medio de los sentidos, sino en el interior de uno mismo. A través de esto descubre tres verdades, >,> y argumenta el modo en que estas verdades se encuentran fuera de toda duda. El fundamento de la certeza está en nuestro interior, pero estas verdades no pueden proceder del alma o del mundo, pues son mudables, y sólo pueden explicarse por una iluminación divina.
Sólo las verdades eternas permitirán juzgar los valores concretos de lo sensible y cambiable, pues el conocimiento de la verdad, no permite la capacidad que el hombre desarrolla para juzgar respecto a la justicia y el bien.
Estos conceptos están relacionados a partir de la Razón Superior que los descubre y encuentran su fundamento último en Dios, el hombre no podría concebirlos sin la ayuda de la iluminación. La razón necesita la ayuda de Dios, como la tiene en sus relaciones con la fe.
San Agustín se adelanta a Descartes afirmando “si me engaño existo”, y se ha discutido si esta tesis es la misma o diferente a (“Pienso, luego existo”). Ambas muestran una verdad indudable, en contra de los argumentos escépticos. El deseo de San Agustín habla de una búsqueda guiada por el sentimiento, y solo tenía interés por los asuntos teológicos y psicológicos (conocer a Dios y al alma), desde un sentido místico de plenitud donde se incluye la felicidad del hombre. Mientras que a Descartes le inquietaba un interés teórico, metafísico o epistemológico, buscar la verdad desde el pensamiento.
CONTEXTUALIZACIÓN
1.EL TEXTO EN LA OBRA DEL AUTOR Y EN SU PENSAMIENTO
El texto pertenece a la > en el que San Agustín platea el sentido de la Historia Universal y el papel del Estado. Se considera el primer pensador que analiza el sentido de la historia universal desde una interpretación cristiana. La obra está escrita a raíz de la pérdida del poder y caída de Roma y de la desmembración del Imperio romano. San Agustín ensaya una explicación histórica para tales hechos partiendo de la concepción de la historia como resultado de la lucha entre dos ciudades, la del Bien y la del Mal, la de Dios y la terrenal, de la luz y de las tinieblas. San Agustín concibe la Historia como una historia de salvación donde Dios se manifiesta mediante du Providencia.
Los pueblos temporales, unidos para conseguir bienes temporales para la vida, el más alto es la paz. Los cristianos, por ser hombres viven en ciudades temporales y colaboran en su orden. La carácterística común que une a todos los cristianos es el amor al mismo Dios.
Un cierto maniqueísmo y dualismo distingue a los dos grandes grupos de hombres: “los que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios” que constituyen la “ciudad terrena” y “los que aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos” que constituyen la “ciudad de Dios”.
La construcción de la ciudad de Dios es una gran obra, empezada con la creación y continuada con el desarrollo de la historia. Nuestra razón ignora por qué unos se salvaran y otros no, es un secreto de Dios pero este no condena a ningún hombre injustamente.
Es fácil caer en la tentación de identificar a la ciudad terrena con el Estado y la Ciudad de Dios con la Iglesia pero no para San Agustín. Para el, ambas ciudades se encuentran mezcladas en cualquier sociedad a lo largo de la historia y su separación no tendrá lugar hasta el fin de los tiempos. Tal oposición entre ambos pueblos será utilizada para defender la prioridad de la iglesia sobre los poderes políticos exigiendo su sumisión. San Agustín insiste en la imposibilidad de que el Estado realice auténticamente la justicia, a menos que este guiado por los principios morales del cristianismo. La teoría agustiniana del Estado puede dar lugar a dos interpretaciones: como una fundamentación teoría de la primacía de la Iglesia sobre el Estado o como una minimización del papel del Estado reducido a la convivencia, la paz y el bienestar temporal. La obra pertenece a su periodo de madurez.
1º. Desde su nacimiento hasta su conversión:
ingresó en la secta maniquea. El maniqueísmo era una doctrina que pretendía solucionar el problema del mal haciendo referencia a dos principios: la luz (el Bien) y la oscuridad (el Mal). Desengañado del maniqueísmo, lo abandona por falta de respuestas a sus preguntas. Se traslada a Milán, donde conoce a San Ambrosio que le lleva a encontrar una nueva forma de interpretar la Biblia. Se acerca a la lectura de libros platónicos y neoplatónicos. Sus nuevos contactos le llevarán a la conversión al cristianismo que se desarrolla en varios sentidos: religioso, moral, social y cultural.
2º. Desde su conversión a la consagración episcopal:
se retira a la finca de un amigo, donde escribe sus Diálogos, Contra Académicos, y una exposición del camino de la felicidad consistente en el perfecto conocimiento de Dios y De Ordine.
Un año después es bautizado, y tras la muerte de su madre y decide volver a África donde fundará un monasterio. Su fama aumenta y viaja a Hipona donde se ordena sacerdote y funda otro monasterio. Su actividad filosófica y religiosa está marcada por la lucha contra las herejías.
3º Desde la consagración espiscopal hasta su muerte:
es su época de madurez donde es consagrado obispo y escribe obras como:
De doctrina christiana, De trinitate, Las Confesiones y La Ciudad de Dios
LUGAR DEL AUTOR EN LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO Y/O EN LA ÉPOCA
S. Agustín inicialmente fue seguidor de Epicuro, luego se hizo maniqueo y finalmente se convierte al cristianismo desde donde combate contra las herejías y la filosofía pagana. Su conversión le llevó a la filosofía de Platón, cuya influencia va a ser determinante por ofrecer muchos aspectos comunes como: la existencia de las ideas separadas del mundo sensible, que el mundo sensible esté hecho a imagen del de las ideas, la figura del Demiurgo que anticipa el concepto de creación cristiano, la idea de Bien que prefigura el monoteísmo cristiano y la idea de un alma inmortal, si bien en el cristianismo el alma no es eterna y tampoco transmigra. La segunda gran fuente de influencia fue el Neoplatonismo de Plotino (204-270), de gran influencia en la época, donde se insiste en la trascendencia del Principio Supremo, lo UNO, y el modo como el mundo sensible queda relacionado con éste a través de una serie de realidades espirituales intermedias, cada vez más alejadas de aquel y más imperfectas. Todo procede del Uno y vuelve finalmente a él, mediante un proceso de emanación, que permite la conexión de todos los seres en una procesión. El pensamiento neoplatónico desempeñó una función muy importante: la de contribuir a la afirmación de la Religión Revelada. Fue visto con simpatía por los cristianos, y San Agustín le deberá grandes cosas. Tuvo también una gran influencia del estoicismo, pero rechazó fuertemente el epicureísmo, el escepticismo y el aristotelismo.
Cuando San Agustín comienza la elaboración de su síntesis filosófica parte ya de una previa adaptación de la filosofía al cristianismo realizada por los pensadores cristianos del siglo III. La magnitud, profundidad y la novedad de su obra le convertirán en el pensador más relevante del cristianismo, ejerciendo una influencia continua en el ámbito del cristianismo.
La influencia de S. Agustín pervivirá a lo largo de toda la Edad Media hasta los siglos XII-XIV, en lo que se denomina agustinismo medieval, representado sobretodo en la orden franciscana. Las tesis más importantes que influirán en S. Anselmo de Canterbury, S. Buenaventura, Duns Escoto y Guillermo de Ockam, entre otros, son: la fe y la razón sirven y han de colaborar para esclarecer la verdad cristiana, la dualidad antropológica entre cuerpo y alma, la primacía de la voluntad sobre el entendimiento, la teoría de la iluminación para explicar el conocimiento de las verdades eternas, las soluciones agustinianas al problema del tiempo, del mal y de la Trinidad y el ejemplarismo. A partir del Siglo XIII, la ortodoxia cristiana y su predilección por el aristotelismo de Santo Tomás de Aquino, dejaron a San Agustín en un segundo plano. En el Siglo XVI, los grandes hombres de la Reforma, Lutero y Calvino, volvieron a San Agustín conservando sólo aquella parte de su doctrina que trata de la relación del alma con Dios y no de la parte que se refiere a la Iglesia, pues fue intención de la Reforma disminuir su poder.
San Agustín nace en el 354 d. C. En Tagaste (Norte de África), de madre cristiana y de padre pagano, cuya posición económica le permitíó acceder a una buena educación. La lectura de Cicerón, “Hortensio”, una obra perdida, le despertó al estudio de la filosofía y la búsqueda de la verdad, que pronto asocia San Agustín con la felicidad. Su vida y su obra, como si de un todo se tratase, respondían a un ansia de alcanzar la verdad y la felicidad, que finalmente encontró en Dios. Estudió en varias ciudades y se dedicó inicialmente a la retórica y a la filosofía. Fue profesor de retórica en Milán, donde conocíó a S. Ambrosio que fue determinante en su conversión. Muere en el 430 mientras los vándalos asedian la ciudad de Hipona de la que era obispo.
La vida y la obra de S. Agustín se desarrollan en un contexto que supone el paso de la antigüedad clásica a una nueva época religiosa.
La relación de los primeros cristianos con la filosofía fue muy compleja. Mientras unos mostraron su hostilidad hacia la filosofía, considerándola enemiga de la fe (Tertuliano, 160 d. C.); otros en una actitud que sería cada vez más general, vieron a la filosofía como un arma para defender con la razón sus creencias religiosas (Clemente de Alejandría 150 d. C.). El crecimiento del cristianismo, provocó la suspicacia y hostilidad de los intelectuales y escritores paganos; se le lanzaban ataques en el plano teórico sobre bases filosóficas que exigían respuestas, lo que significó para los primeros cristianos la necesidad de utilizar argumentaciones filosóficas y no sólo teológicas. Dos razones llevaron a los primeros cristianos, los apologistas o primeros Padres, a utilizar argumentos filosóficos, aunque no fuese su objetivo construir una filosofía:
una razón externa como era la defensa contra los ataques hostiles de la filosofía, y otra interna basada en que los cristianos más intelectuales sintieran el deseo de comprender mejor los misterios de su nueva fe y hacerse una imagen del mundo a partir de ellos. Pero las diferencias en la concepción de Dios y de la verdad en los cristianos y en los griegos son irreconciliables.
El proceso que conduce desde la disolución del mundo antiguo, con la caída del Imperio romano en el siglo V de nuestra era, hasta los comienzos de la Edad Media es un proceso largo y complejo. En todo este periodo, se va consolidando una situación en las personas que se sienten cada vez más extraños a la vida política y al Estado (lejos del ideal de Platón y Aristóteles de convivencia perfecta entre ambos), que les lleva a considerar la conservación de la persona y la propia vida como único valor. Esta es la base de la aparición de las Escuelas Morales (epicúreos, estoicos, cínicos, escépticos, neoplatónicos, gnósticos, etc.), y de diversas formas de religiosidad que ponen al individuo como centro de su preocupación: se trata de las llamadas religiones de salvación, donde tenemos que incluir al judaísmo y al cristianismo. Esta nueva realidad cultural se manifiesta de forma muy significativa en el ámbito religioso. La crisis religiosa desemboca en el desarrollo y asimilación de elementos extraños, provenientes de creencias orientales de tipo mistérico y soteriológico, dando lugar a un sincretismo religioso (mezcla de elementos de diversas tradiciones, religiones e ideas). Las escuelas o sectas del gnosticismo, el maniqueísmo, arrianismo, donatismo, entre las más significativas, son un exponente de esta carácterística, que tras su derrota fueron clasificadas de herejías.
El arraigo del cristianismo se produce lentamente a lo largo del Imperio
En un principio el cristianismo fue perseguido por no aceptar la religión oficial del Imperio basada en el culto al emperador. Desde Constantino (272-337), había dejado de ser una amenaza para el poder político, dejando atrás las persecuciones y los mártires. A raíz del Edicto de Milán (313) será tolerado, y en el 380 se convierte por voluntad del emperador Teodosio I en religión oficial del Imperio. Cuando, tras la caída de Roma hacia el
410, se produzca la gran crisis del Imperio de Occidente, el papado queda como el único poder que se mantiene frente a la invasión de los llamados pueblos bárbaros.
Los primeros Padres de la Iglesia (siglos II-III) se dedicaron principalmente a defenderse de los ataques paganos, escribieron en griego. Su labor es fundamentalmente apologética, de defensa del cristianismo frente a los ataques del paganismo.
Los llamados autores eclesiásticos (a partir del siglo IV), están vinculados al cambio en las relaciones Iglesia-Imperio. Su labor consistíó fundamentalmente en construir los fundamentos de la doctrina cristiana, por tanto se preocuparon principalmente de cuestiones teológicas. Entre los latinos en el primer período destaca S. Ambrosio de Milán y en el segundo: S. Jerónimo y S. Agustín.
El último de los Padres de la Iglesia fue Juan Damasceno que murió hacia el 749, y los más grandes de ellos han sido Orígenes de entre los griegos y San Agustín de entre los latinos.
TEMA 1 – EL HOMBRE COMO IMAGEN DE Dios
Según la idea de la creación cristiana Dios ha creado el mundo desde la nada, de acuerdo con las Ideas Eternas. Esta concepción se conoce como EJEMPLARISMO, siguiendo el modelo plotiniano de la perfección de los seres, en el que el hombre es el modelo más perfecto y semejante a Dios. En ella están presentes las Ideas del mundo Inteligible de Platón, pues en Dios están los modelos de todas las cosas, al igual que en estas Ideas.
La antropología de San Agustín adopta el dualismo platónico, para el que el hombre es un alma que se sirve del cuerpo. Pero la gran diferencia entre Dios y su Creación es que todo lo creado es cambiable, al contrario que Dios, que es inmutable. El cuerpo es mutable, al igual que todo lo sentible. Mientras que el alma se encuentra entre lo inmutable y lo cambiante, vinculándonos con Dios, y además es perfectible, es decir, puede perfeccionarse acercándose a Dios.
San Agustín se mueve entre la postura traducionista, según la cual el alma de los hijos es heredada de los padres, y otra creacionista, que defiende que Dios crea el alma en cada uno de nosotros. En nosotros hayamos una imagen de Dios y de la Trinidad, considerando al hombre como un ser intermedio entre Dios y el resto de seres. Al igual que habla de los ángeles como seres intermedios entre el hombre y Dios.
Mediante la teoría de la Trinidad San Agustín distingue en el alma tres facultades. La memoria, la cual nos muestra que todas las cosas son mudables, y mediante la cual el hombre consigue tomar conciencia de su identidad personal y su existencia. Esta se relaciona con la 1ª persona de la Trinidad, el Padre. La inteligencia, que nos permite conocer al Ser, conocer nuestra existencia, y está relacionada con la 2ª persona de la Trinidad, el Hijo, que es la Palabra del Padre. Y la voluntad como amor al conocimiento y al existir, amor al Ser de Dios y a su Palabra. Se concibe como la 3ª persona de la Trinidad, el Espíritu Santo.
TEMA 2 – SABIDURÍA E ILUMINACIÓN
Para San Agustín la búsqueda del conocimiento ha de realizarse en el interior de uno mismo, a través de un vínculo que nos lleve a Dios y que se halla en la propia alma y en la huella que el creador ha dejado en ella. San Agustín asocia la verdad a la felicidad, y ésta no puede encontrarse en el mundo sensible, que es mutable, sino en el interior de cada hombre.
Distingue varios tipos de conocimiento. El conocimiento sensible, el cual obtenemos a través de los sentidos y sólo genera opiniones (doxa), pues es mutable. Por ello la verdad no puede ser conocida desde él, pues San Agustín considera a los sentidos incapaces de mostrarnos los primeros principios, que sólo podrán adquirirse por las funciones superiores de la razón. El conocimiento racional, que es el ojo del alma y nos permite distinguir la certeza del error, comparando las cosas con los modelos eternos que residen en Dios.
También encontramos la Razón Superior o Intelecto, cuya finalidad es la sabiduría o conocimiento filosófico y tiene por objeto el conocimiento de las Ideas y de lo inteligible, que se descubren en el alma pero proceden de Dios. Estas Ideas están en Dios como modelos de las realidades mutables y sensibles, son razones permanentes de las cosas, eternas e inmutables, y el alma humana las conoce por iluminación divina, mediante la Teoría del Iluminismo, donde esta verdad sólo se adquiere cuando Dios otorga la Gracia de la iluminación, que depende de su Voluntad, amor a la creación.
La verdad absoluta se consigue mediante un proceso de interiorización, que exige buscar dentro de la propia alma aquellas verdades que no son cambiantes, descubriendo la naturaleza imperfecta y mutable del hombre. Pero la realidad inmutable y absolutamente verdadera se hallará mediante el autotrascencimiento, que lleva al hombre a una verdad absoluta mediante la aproximación a Dios. Este conocimiento depende de la Voluntad del hombre, por ello San Agustín vincula conocer y amar, al igual que fe y razón. Dios es así igual que el Sol platónico, siendo incapaz el hombre de hacer el bien si no lo conoce ni consigue la gracia divina.