La Realidad
El mundo existe porque Dios lo ha creado de la nada, es decir, que lo crea simplemente a partir de sí mismo, sin contar con una materia preexistente. Se podría objetar, sin embargo, que Dios puede crear el mundo de la nada, pero luego no intervenir más en su creación, dejar que el mundo se desarrolle según su propio movimiento interno. Esto obliga a Tomás de Aquino a afirmar que Dios crea el mundo de la nada y conserva su creación por medio de una creación continua. Esta es la idea de la creación ab aeterno, es decir, la creación desde la eternidad.
El Conocimiento
Todo el conocimiento parte de la experiencia sensible, de la aiszésis o sensación. Ahora bien, a la hora de tratar el conocimiento intelectual, Tomás de Aquino va a introducir algunas matizaciones en la doctrina aristotélica. El objeto propio e inmediato del entendimiento es lo universal y lo particular sólo se conoce de forma mediata, cuando el entendimiento se vuelve hacia su representación imaginativa. El entendimiento, según el Aquinate, está vacío. Por lo tanto, para que pueda conocer algo tiene que entrar en contacto con los datos de la experiencia. El entendimiento vacío necesita llenarse con los datos sensibles que le proporciona la experiencia empírica. Sin embargo, estos datos sensibles no son el conocimiento. Hay dos aspectos del entendimiento:
- El entendimiento sólo conoce de forma directa lo universal.
- El entendimiento agente va a ser aquél que abstraiga de las representaciones sensibles los datos universales contenidos en éstas.
El entendimiento posible, por su parte, va a ser la capacidad del entendimiento de conocer universalmente. Si el entendimiento agente no funciona, si el entendimiento no es capaz de abstraer las condiciones universales de los datos sensibles, no hay conocimiento.
El Ser Humano
El ser humano es una única substancia compuesta de cuerpo y alma, y el alma es la forma del cuerpo. Si esto quedara así, podría suponerse que cuando el cuerpo muere, el alma moriría con él, que era la tesis que mantenían los averroístas latinos. El alma puede existir independientemente del cuerpo. Pero si el alma puede existir de forma independiente del cuerpo, entonces el alma sería una substancia independiente, con lo que se caería en la contradicción de afirmar que el alma es a la vez forma y substancia. Para salvar esta contradicción, Tomás de Aquino va a mantener la idea de que el alma posee una inclinación natural a unirse con el cuerpo, puesto que es su forma. Esta inclinación natural del alma le viene dada porque sólo en su unión con el cuerpo el alma es capaz de desplegar todas sus perfecciones y capacidades. Por eso va a decir Tomás de Aquino que el alma separada del cuerpo es una substancia incompleta y que sólo es completa la substancia que resulta del compuesto de cuerpo y alma que es el ser humano. Todas las criaturas tienden a un fin que es el bien y en el cual alcanzarán la felicidad, y este fin es Dios. Esta ley divina está presente en las criaturas como ley natural. El primer precepto de la ley natural es “haz el bien y evita el mal”. Aquino dice: “todo aquello a lo que el hombre se encuentra naturalmente inclinado, la razón lo considera moralmente bueno”. Y como el hombre se encuentra inclinado a Dios, el bien será todo aquello que conduzca al ser humano hacia Dios. A partir de este principio de la ley natural y de la premisa citada se van a derivar todos los demás principios de la ley moral. Primero, la conservación del propio ser; segundo, las inclinaciones que el ser humano comparte con los animales; y tercero, las inclinaciones propiamente humanas.
La Sociedad
La concepción política de Tomás de Aquino va a partir, como todo su pensamiento, de la filosofía aristotélica. Así, el Aquinate va a considerar que el ser humano es un ser sociable por naturaleza y que la sociedad es necesaria para que aquél se desarrolle en toda su plenitud. Teniendo esto en cuenta, la política de Tomás de Aquino no se puede entender sin tener a la vista las luchas de poder entre la Iglesia y el Estado que se desarrollaron a lo largo de los siglos XII y XIII. En esta coyuntura, el Aquinate se va a colocar nítidamente de parte de la Iglesia. Como ya hemos visto, el bien supremo al que tiende el ser humano, el fin último de su existencia, es la contemplación de Dios. Por otra parte, el ser humano ha de desarrollarse como tal, es decir, ha de alcanzar el fin último al que está naturalmente inclinado dentro de la sociedad, y está claro que la única institución que coincide con esta inclinación humana es la Iglesia. De esta forma, el Aquinate va a considerar que el Estado debe estar supeditado a la Iglesia. Por otro lado, va a mantener la idea de que toda ley deriva de la ley natural, de la misma forma que todo poder deriva del poder divino. De esta manera, el orden político está dentro del orden universal determinado por Dios, y se identificaría con el orden moral.