TRABAJO Y EXTRAÑAMIENTO
El análisis del trabajo en la sociedad capitalista es un elemento fundamental para la teoría marxiana, pues, como hemos dicho, posee una doble característica: es un diagnóstico y a la vez la base de la propuesta revolucionaria (esta doble naturaleza es a su vez la del pensamiento marxiano). Si el tipo de trabajo que se da en la sociedad capitalista produce enajenación en el trabajador, el sistema de producción produce así mismo explotación, tal y como se muestra en la plusvalía: existe una diferencia entre el valor de un producto, su valor de uso (aquello para lo que está destinado) y su valor de cambio (el valor que este producto tiene para los que están dispuestos a adquirirlo); esta diferencia es la plusvalía, que constituye el beneficio del empresario y el origen de la explotación del trabajador que la produce, de forma que cuanta mayor es la plusvalía, mayor es el nivel de explotación (como se ve en la diferencia entre los trabajadores del “primer mundo” y los trabajadores del “tercer mundo”). Esto demuestra –según Marx- que la sociedad capitalista es un mundo poblado de mercancías (tal y como afirma al principio de su obra El Capital), formado por los productos del trabajo pero también por los trabajadores cosificados (convertidos ellos mismos en objetos o mercancías, como hemos visto) y el tiempo de trabajo, el trabajo o la actividad misma de trabajar, todo ello sometido a las mismas leyes económicas del beneficio y el intercambio económico. Se intercambian productos, trabajadores o tiempo de trabajo, a cambio de dinero. Se crea así un sistema en el que cuanto más se produce (se trabaja) más se esclaviza, se explota y depende del mismo sistema. En el siglo XX, Georg Lukács extenderá el análisis de la enajenación y cosificación a la totalidad de las relaciones en la sociedad, y no sólo las económicas.
El trabajo cosifica al trabajador porque el producto del mismo (la mercancía) se le presenta como algo ajeno, extraño (de ahí la expresión “extrañamiento”), constituye el resultado objetivo de su actividad, del empleo de sus cualidades y de su tiempo y, sin embargo, no se lo queda el trabajador, no se lo queda como parte de sí mismo, sino que se le es arrebatado bajo la forma de mercancía, que será vendida y comprada junto a otras, y constituirá el origen de la riqueza (la plusvalía) del verdadero propietario de la misma: el empresario capitalista. Como hemos indicado antes, la cosificación tiene otro nivel: el propio trabajador es también otra mercancía más, pues su actividad está medida y equivale a un salario (como las mercancías tienen un valor), es decir, el tiempo de trabajo, la actividad del trabajador produciendo mercancías que le enajenan, tiene un valor intercambiable en el “mercado laboral”, del mismo modo que las mercancías tiene un valor y son intercambiadas en un mercado. Luego el trabajador está enajenado respecto al resultado de su actividad (mercancías) y respecto a sí mismo, a la actividad misma. Como Marx explica en los Manuscritos de 1844, la enajenación o el extrañamiento no es un fenómeno casual o accesorio sino algo esencial, algo íntimamente unido al tipo de trabajo que se realiza en la sociedad capitalista (pensemos por ejemplo en Chaplin trabajando en la cadena de montaje), es decir, no se trata de que pueda haber trabajos que no sean enajenantes; en la sociedad capitalista el trabajo es cosificante, cosifica al trabajador convirtiéndole en un objeto (una “cosa”, de ahí “cosificación”), que posee un valor medible e intercambiable. Luego, dejamos de ser personas insustituibles, que se realizan trabajando (realizando una actividad) sino que el trabajo nos des-realiza, nos impide desarrollarnos como personas (tal y como debería ser) para transformarnos en mercancías en un mundo lleno de mercancías.
OBJETO DEL TRABAJO Y ACTIVIDAD PRODUCTIVA
El trabajo en la sociedad capitalista tiene como resultado la mercancía; pero el trabajo no es una actividad abstracta sino que se manifiesta en tiempo de trabajo, es decir, el trabajo se mide y se valora por el tiempo de trabajo empleado en producir una mercancía, y por el valor que ésta tiene en el intercambio. Vamos a explicarlo: una mercancía (por ejemplo un “bote de melocotones”) tiene un doble valor: a) un valor de uso, esto es, el valor que le atribuye el posible comprador (para qué piensa usarlo; por ejemplo un rascador de espalda para ti no vale nada, porque no piensas usarlo, luego no serías capaz de pagar por él ni 0,10 céntimos; aunque para mí si vale porque me encanta rascarme la espalda con él, y soy capaz de pagar hasta 50 euros) y b) un valor de cambio, el valor que tiene dicha mercancía en el mercado (respecto a otras mercancías del mismo tipo, por ejemplo una mercancía que es escasa es más cara que otra abundante). El valor de una mercancía es la suma de ambos valores que regulan la relación de oferta y demanda en la sociedad capitalista. Pues bien, el trabajo no es una excepción –según Marx- a todo esto, le ocurre lo mismo, de forma que la actividad del trabajo está sometida a las mismas condiciones que su resultado (las mercancías), de forma que el tiempo empleado en la misma, así como el tipo de mercancía que produce (su valor de uso y su valor de cambio); según sean valoradas en el mercado, así será valorado el trabajo.
El trabajo humano se compone de dos elementos básicos: fuerza de trabajo humana y medios de producción. En los medios de producción se distingue: de un lado la tierra y las materias primas que son transformadas en las cosas que necesitamos (a las que llama “objetos del trabajo”), y de otro los instrumentos que necesitamos (a los que llama “instrumentos de trabajo”). Para Marx los seres humanos son ante todo productores. Su producción tiene dos aspectos, uno material y otro social: en primer lugar, la producción es primeramente la actividad mediante la cual hombres y mujeres buscan satisfacer sus necesidades actuando sobre el mundo natural y transformándolo. Esto implica cierta organización de la producción y poseer las herramientas adecuadas. En segundo lugar, la producción es un proceso social en que los individuos colaboran entre sí para producir lo que necesitan. Esto lleva a establecer entre ellos relaciones sociales complejas en la producción o en la distribución de las mercancías. Estas relaciones entre los individuos establecen a su vez una división de tareas que refleja el carácter del proceso de trabajo y las destrezas de dichos individuos; por ejemplo, existe una gran diferencia entre la agricultura de barbecho de las sociedades agrícolas y la cadena de montaje de la producción moderna. La producción, distribución, intercambio y consumo de mercancías son la raíz de que los hombres adquieran y desarrollen determinada ideología, es decir, la naturaleza del sistema económico de una sociedad determina el carácter de su vida legal, política y cultural. La ideología de una sociedad (lo que Marx llama superestructura ideológica) es el reflejo directo de las relaciones económicas (de la infraestructura económica).
Marx llama modo de producción a “las relaciones de producción que se corresponden con una etapa del desarrollo de las fuerzas productivas”. La primera forma de producción o de propiedad es el edén, en ella la producción está todavía sin desarrollar. La gente vive de la caza, la pesca y de la recolección de frutos. El segundo es la esclavitud, surge cuando aumenta la población, las sociedades se hacen más complejas y se incrementa el contacto entre las tribus en forma de comercio y de guerras. En el caso de la esclavitud, el trabajador es un instrumento de producción, una propiedad del amo como lo son también la tierra que el esclavo trabaja y las herramientas que éste usa. El tercero es la sociedad feudal que se desarrolla en torno a la división de la gente en propietarios y no propietarios de tierras. El campesino podía controlar algunos medios de producción (herramientas y animales, quizá) pero no es dueño de la tierra que trabaja. Luego, estaba forzado a dividir su tiempo entre el trabajo para él y su familia y el trabajo excedente para el señor feudal. El capitalismo representa la victoria de esta nueva clase, a la cual se suele denominar clase media o burguesía. Bajo el capitalismo la clase capitalista posee los medios de producción, posee fábricas, bancos, buques, etc. Si el trabajo produce objetos, en el capitalismo -desde el punto de vista del trabajador- esos objetos le son extraños (no le pertenecen) y hostiles, en cuanto lo dominan y lo esclavizan; la creación del trabajador se le enfrenta como un poder independiente.
COMUNISMO Y EMANCIPACIÓN
La sociedad capitalista está compuesta por tres clases o grupos sociales: la clase capitalista, los que poseen los medios de producción (empresarios) interesados en el mantenimiento y pervivencia del sistema, y la clase proletaria, los que poseen la fuerza de trabajo interesados en poner fin al sistema que los enajena y explota (dentro de ésta está una subclase, el lumpenproletariado, pero sin un claro papel revolucionario). De la lucha de estas dos clases, de la contraposición violenta e irreconciliable de sus intereses debe surgir la revolución que ponga fin a la sociedad capitalista. Esta lucha de intereses se debe traducir a la práctica provocando una transformación de la sociedad, lo que supondrá una transformación antropológica, es decir, del hombre, pues para el nuevo hombre resultado de la revolución el trabajo ya no será el origen de su enajenación o cosificación sino la realización de su auténtico ser, de su naturaleza. Es cierto que el sistema capitalista posee crisis recurrentes –afirma Marx-, pero su verdadera naturaleza es la crisis permanente, de ella extrae una nueva forma de pervivencia, esto es, la crisis le sirve para perpetuarse. Por eso, es preciso intervenir en la historia, meter la mano en la rueda de la historia, y el proletariado es el agente de dicho cambio, es el motor y el protagonista de la revolución, porque éste es su interés, y contraponerse así a la clase conservadora, capitalista, iniciando de este modo una nueva fase para la humanidad, en la que no existirán clases sociales (explotación y enajenación).
¿Por qué es esto posible? Aquí es preciso explicar la concepción de la sociedad y de la historia que tiene Marx. Los medios de producción, las fuerzas productivas (trabajadores) y todo lo que forma la dimensión material de una sociedad forman la estructura económica; por encima de ésta se halla la superestructura ideológica formada por las ideas, valores, enunciaciones, instituciones, creencias, etc. Pues bien, la base económica determina la superestructura ideológica, es decir, nuestras creencias, valores, nuestra cultura y forma de vida es resultado o reflejo directo de nuestra estructura económica; somos lo que somos en función de nuestra forma de producción y trabajo, que se reflejan en las formas sociales, actitudes, ideas, etc. La ideología de un empresario capitalista no es la misma que la de un obrero, y esto es así porque su posición, por decirlo así, dentro de la estructura económica es distinta, uno es explotador y el otro es explotado. Por eso el proletariado debe ser el agente de la revolución (como agente económico) y por eso el cambio de sistema capitalista producirá un cambio general en la humanidad, porque si cambiamos la base económica cambiará –como consecuencia del mismo- todo lo demás. Esto se extiende a la historia, pues como dice Marx en El manifiesto comunista la historia no es sino la narración de la explotación y dominio de una clase por otra: libres sobre esclavos, señores sobre siervos, empresarios capitalistas sobre obreros, y esto es así en todos los sistemas de producción (ya sea el asiático, esclavista, feudal o capitalista). La historia –hasta ahora- es la historia de la dominación y la explotación, pero todo esto va a cesar gracias a la Revolución, que lógicamente supondrá el fin de dicha dominación y explotación, es decir, el fin de la historia.
Hemos visto pues, como en Marx el diagnóstico de la sociedad, el análisis de la naturaleza económica de la sociedad está indisolublemente ligado a la propuesta de su superación, es decir, a la revolución: analizar para cambiar. En esto se encuentra una de la ideas centrales del pensamiento marxiano: en la 11ª Tesis sobre Feuerbach, Marx resume su crítica a la filosofía (que ya había abordado en su obra Miseria de la filosofía), esto es, hasta ahora –nos dice Marx- la filosofía lo único que ha hecho es describir y analizar la realidad, se ha quedado paralizada ante la mera contemplación de las cosas; a partir de ahora –afirma Marx- no sólo hay que comprender la realidad sino (y esto es más importante) transformarla. El papel de la teoría es pues (como en Platón) transformar la realidad de tal forma que todo el trabajo del concepto y el análisis minucioso sólo persiguen subvertir la sociedad, transformarla, cambiando el estado de cosas. En este sentido, si tenemos en cuenta que según Marx el sistema capitalista es un sistema en crisis permanente (lo que ahora se llama “crisis sistémica”), es decir, de la crisis el capitalismo extrae las herramientas para crecer y volver a entrar en crisis, la eliminación (la superación) de dicho sistema adquiere sentido, pues –como hemos visto- las contradicciones inherentes al capitalismo son a la vez la fuerza para su supresión, lo cual no es otra cosa que la emancipación del ser humano respecto a un sistema que lo oprime, des-realiza y explota, el advenimiento de la libertad y de todas aquellas cosas que representan la verdadera dimensión humana de la actividad y la vida del ser humano. No olvidemos, que la revolución debe ser –como diría Trotski- universal, esto es, puesto que el capitalismo es un sistema global, la emancipación del mismo adquiere el mismo carácter universal.
LA COSIFICACIÓN EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA
La enajenación o extrañamiento del trabajador se produce como resultado de su actividad productiva, ya que el resultado de su actividad (el producto del trabajo o mercancía) no le pertenece, ni siquiera es reflejo directo de sus cualidades o características personales (como ocurre en el trabajo artístico), sino que más bien la mercancía le es ajena, se le presenta como una realidad independiente del trabajador, e incluso lo convierte a él en otra mercancía más en un mundo de mercancías (“mercado laboral”). Así, el trabajador se convierte en una realidad separada radicalmente del producto del trabajo (al que dedica una parte de su tiempo) y separada radicalmente de la propia actividad, que ya no sirve para realizarlo, para cumplir con sus cualidades, como diría Aristóteles, sino para des-realizarlo, para cosificarlo (el trabajador es una cosa que fabrica cosas). En este sentido la introducción de maquinaria en la actividad del trabajo acentúa aún más este hecho, pues -nos dice Marx- los individuos se transforman de este modo (de forma más evidente) en partes de una maquinaria, en un engranaje más de la gran máquina capitalista (como vemos en la famosa película de Chaplin).
Pues bien, este fenómeno de la cosificación o enajenación no sucede o afecta sólo al trabajo, sino al conjunto de la existencia en la sociedad capitalista, no sólo porque el trabajo es una parte importante de nuestra existencia (porque le dedicamos una gran cantidad de tiempo y porque –cree Marx- el trabajo es una de las dimensiones humanas más importantes). El carácter cosificado (enajenante) del trabajo capitalista se exporta a la vida en general en dicho sistema. Será el filósofo húngaro del siglo XX Georg Lukács, quien desarrolle más claramente esta idea, pues extiende la idea de cosificación del trabajo a la existencia humana en el capitalismo. ¿De qué forma? Efectivamente el capitalismo es un inmenso mundo de mercancías (como dice Marx al comienzo de El capital) y las relaciones mercantilistas afectan también a las relaciones humanas, es decir, éstas adquieren la misma naturaleza que las relaciones entre mercancías. Buena parte de nuestras relaciones con otros seres humanos adquieren la forma de relaciones entre cosas, que puedo intercambiar, darles valor en el mercado, en definitiva, cuantificar. La crítica a la sociedad capitalista no consiste pues en una crítica política, esto es, una crítica de aspectos formales de la sociedad o la democracia (de su funcionamiento, los partidos, etc.), es más radical –en sentido etimológico-: nuestra existencia en la sociedad capitalista, mercantilizada, cosificada, explotadora, se ha convertido en una existencia alejada de todo lo humano, de todo aquello que constituye el humanismo de nuestra naturaleza; incluso el arte está totalmente sometido a las reglas del mercado (es otra mercancía más), las emociones y sentimientos se ven enajenados por nuestra actividad explotadora y cosificada (el trabajo). Más aún, el capitalismo ha conseguido crear su propia ideología que consiste en –como afirma Marx- “naturalizar” sus propias características, es decir, todo aquello que constituye la naturaleza propia del capitalismo (explotación, cosificación, mercantilización, etc.), se manifiesta ante nosotros como algo “normal”, “natural”, no como una invención (entre otras posibles) de hombres, como un sistema económico históricamente surgido, sino como lo que representa la naturaleza más propia del hombre; utilizando las herramientas del derecho o la sociología nos presenta fenómenos históricos (y por tanto temporales, que podemos cambiar) como si fueran permanentes y naturales: ¿quién sería capaz de renunciar al trabajo a cambio del salario, a la plusvalía, a la bolsa, etc.? Y la política en el sistema capitalista no es sino la manifestación ideológica de esta naturalización artificial del propio sistema. Como dirá el sociólogo alemán Max Weber, vivimos en una “jaula de goma”; según él el tipo de relaciones económicas en la sociedad capitalista ha producido un proceso de “desencantamiento de la imagen del mundo”, es decir, la mercantilización y cosificación que las relaciones económicas capitalistas, se ha trasladado a nuestra existencia y nuestro modo de ver el mundo. Éste ha perdido la “magia” y el “sentido” de la existencia tradicional, vemos un mundo descarnado, basado en el imperio del beneficio, la producción, la rentabilidad, etc., y nosotros ya no descubrimos la belleza y el misterio (sometidos también a la ley del valor) sino su valoración económica. Esto se ve sobre todo en la llamada “industria de la cultura”, esto es, la cultura y el arte se han convertido en la sociedad capitalista en bienes de consumo, no en objetos que representan los valores propios del ser humano. En definitiva, cualquiera de nosotros es sustituible, una pieza más de un gran engranaje, sólo números en un balance.