Vitalismo Filosófico: Convergencias y Divergencias entre Nietzsche y Ortega

Nietzsche y Ortega: Un Enfoque Vitalista

Nietzsche y Ortega y Gasset (OyG) son considerados figuras clave del vitalismo, ambos reaccionando contra los excesos de un racionalismo opresivo. Nietzsche (N) responde al idealismo absoluto de Hegel, mientras que Ortega (O) se opone a la razón instrumental, a la racionalidad calculadora que subordina al individuo y a la sociedad a los dictados del interés y el beneficio.

Semejanzas

OyG busca establecer las bases para una filosofía política que acoja diversas valoraciones morales, siempre dentro de límites racionales. N, en cambio, no considera los condicionamientos históricos y sociopolíticos en la formación de la moralidad, sino que aboga por una ruptura de las restricciones a la expansión de la vida. Sin embargo, ambos ven en la moral la perspectiva vital del pensamiento y la posibilidad de renovación humana.

OyN coinciden en que la razón es insuficiente para que el ser humano alcance sus objetivos. N lo plantea de manera radical, argumentando que la razón petrifica la realidad, la sustancializa y la llena de relaciones causales a imagen y semejanza de su «yo» cosificado y su «voluntad» alienada. O, por su parte, critica la universalidad abstracta de la razón kantiana y propone, influenciado por N, un uso más histórico y limitado de la razón.

OyN se oponen a las sociedades de masas, que eliminan la individualidad e imponen pensamientos prefabricados para crear hombres-masa. Ambos creen que el problema del pensamiento está ligado a las élites. O considera que en España no se ha logrado históricamente esa vertebración entre élites y masa, de ahí su esfuerzo por introducir una dimensión filosófica y moral en la política. N va más allá, planteando que la masa no es algo externo, sino interno al propio sujeto, dividido entre un sujeto-cuerpo cuyos instintos y sentidos están llenos de posibilidades más allá de su «humanidad», y una serie de identidades postizas religiosas, morales y sociales que lo reducen a ser lo que la sociedad ha establecido como su destino. O ve en el perspectivismo la salida a la anodina conversión de los individuos en hombres-masa, mientras que N lo encuentra en la concepción trágica de la vida, en la aceptación dionisíaca de la misma.

Para N y O, la vida trasciende la dimensión biológica. Desde la perspectiva de O, la ciencia solo ve la objetividad desvitalizada, su materialidad. Desde la perspectiva de N, la ciencia busca sembrar la seguridad en los temerosos humanos que la religión ha perdido, quienes huyen a la ciencia para encontrar las convicciones que perdieron con la «muerte de Dios».

Diferencias

O cree en el uso práctico y teórico de la razón, considerándola un instrumento para alcanzar un proyecto vital que aporte felicidad. N ve en la razón un constructo filosófico en sintonía con las ficciones creadas a lo largo de la historia, como la existencia y la sustancia. Para O, la suma de puntos de vista constituye una supuesta y armónica unidad de perspectiva, donde la racionalidad no es otra cosa que esa conjunción de puntos de vista. Para N, no hay tal armonía, sino más bien exceso, posibilidad abierta al placer y al dolor. La vida va en dirección opuesta a la previsible razón, pues esta se vuelve previsible en tanto reducimos la vida y nos quedamos con los conceptos.

N cree que Dios es la máxima ficción que el hombre ha creado para alienar su voluntad y externalizar su responsabilidad de decidir. O deja la puerta abierta a la existencia de Dios, como condición de todo sentido.

N concibe el arte como despliegue y agudización de los sentidos. O aprecia el arte nuevo, la creación, y ve en esa línea un proceso de «deshumanización de las formas», un alejamiento del mundo humanizado, aunque el arte siga siendo una expresión humana. Ve en el arte un modo de sentir la existencia, una tendencia a realizar en el arte un sentido «deportivo y festival de la vida». La deshumanización es un diagnóstico, pero O, pese a ser un admirador de Cervantes, lo quiere como «pasado», pues el futuro, la perspectiva que él tiene ante la vista no es esa.

N participaría de esta idea, pero su radicalidad es mayor. N es apologético del final, que concibe la voluntad de poder como un derivado de la creación vital del arte. A partir de Así habló Zaratustra, el arte no quedará como algo fantástico superado frente a la ciencia, sino como voluntad de creación y de apertura de vías a la vida. «La gran política» está ligada a esa fuerza creadora. O concibe su existencia como una conjunción de su «yo» y de sus «circunstancias», pero de esa circunstancia, dice: «La circunstancia es una perspectiva y, como tal, tiene siempre un primer término…; el primer término de mi circunstancia era y es España».

N no cree en ese yo como unidad que sintetiza la experiencia y supone igualmente una unidad en el querer, en la voluntad. Más bien lo entiende como una ficción que apacigua al sujeto sometido a diversas fuerzas de tensionalidad; unas que atraviesan el instinto y la vida, y otras, reactivas, que tratan de controlar, o creer que controlan esa «voluntad» y ese supuesto unitario yo. Por otra parte, la «circunstancia», que para O es España, y ante la cual se siente responsable, no supone para N más que otra ficción, otro «ídolo» en el ocaso, como la patria alemana. O retoma el problema planteado por la «muerte de Dios» nietzscheana, con toda su carga de nihilismo, para introducir en el seno de esta crítica radical la esperanza de la razón vital, esto es, la posibilidad de que al viviente se le presente la racionalidad no como algo externo y ajeno, sino como una necesidad para responder a la urgencia de «su» vida.

La «Vida» de N, a cuyo servicio está el superhombre para ir más allá de la mezquindad de un «Yo» anclado en el prejuicio, queda reducida en O a «mi vida» personal y consciente que «yo dirijo», sin saber qué pasará mañana, pero usando mi razón para salirle al paso, en vez de empeñarme en alumbrar auroras inéditas.

Para N, ese «saber» es una trampa imaginaria que somete al sujeto a lo previsible, a lo considerado por los distintos «saberes» que se ofrecen al sujeto como señuelo para el control de la vida.

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