Friederich Wilhelm Nietzsche
fue un autor del siglo XIX, cuyo pensamiento se enmarca dentro de la Filosofía
de la sospecha. A partir de las teorías de Hegel, quien construyó el último
gran sistema filosófico, surgen distintas corrientes, cada una de ellas
centrada en un aspecto distinto. Una de las nuevas líneas de pensamiento fue el
vitalismo, cuyo centro de atención es la vida, y a la que pertenece Nietzsche.
Los planteamientos vitalistas son materialistas, consideran que por encima del
hombre no hay nada. Nietzsche, además,
tiene un punto de vista dialéctico. Los vitalistas consideran que cada
uno tiene la responsabilidad de construir su propia vida. Estarán en conflicto
permanentemente nuestra parte apolínea (racional, calculadora) y nuestra parte
dionisíaca (visceral, impulsiva). La vida es esa lucha constante entre la
racionalidad y los sentimientos, el control y el descontrol.
Nietzsche considerará la vida como la realidad más radical. Rechazará la absolutización de la razón y de la ciencia y la moral judeocristiana a favor de un vitalismo biológico y un humanismo. El objetivo de la filosofía de este autor será recuperar el verdadero valor de lo vital y llegar a la muerte de Dios. Para ello realizará una crítica que extenderá a distintos aspectos de la cultura occidental y propondrá un cambio en la tabla de valores.
La sociedad occidental, fundamentada en la moral judeocristiana y en el racionalismo dogmático que surge de la filosofía socrático-platónica, se trata de una cultura decadente que mata la vida y al ser humano auténtico. La filosofía de Nietzsche reacciona contra estos valores establecidos defendiendo un irracionalismo que niega el valor de la razón para llegar a la verdad, y que toma como guía solo aquellos valores que nacen de la propia vida afirmándose a sí misma.
En su crítica a la cultura occidental, Nietzsche emplea el método genealógico, con el que busca llegar al origen de los conceptos básicos de la cultura en Occidente. Aplicará este método a los valores morales (crítica a la moral), y con ello descubrirá que la palabra “bueno” se utilizaba en un principio para referirse a lo noble, y solo cuando los plebeyos se rebelaron adquirió un carácter moral y comenzó a identificarse con los principios de esta clase: sufrimiento, obediencia, resignación. Entonces Nietzsche establece dos tipos de moral. La moral de los señores, una moral de autoafirmación, que dice “sí” a la vida y ensalza la grandeza, el placer, lo noble y que mediante la “voluntad de poder” imponen jerarquías y desigualdades. La voluntad de poder tiene una dimensión puramente individual, entendida como fuerza creadora de valores. Y la moral de los esclavos que, en cambio, es propia del hombre vulgar, plebeyo, aquel que asume los “valores del rebaño” sin cuestionarlos. Los espíritus débiles e impotentes perseguirán una voluntad de igualdad, querrán formar parte del rebaño y reducirlo todo a la mediocridad. La moral de los esclavos es la que ha ensalzado la cultura occidental, es decir, los planteamientos judeocristianos, a lo largo de la historia. El cristianismo, considerado por Nietzsche “platonismo para el pueblo” afirmará un orden moral situado fuera del mundo, esto es, en una realidad suprasensible ilusoria más allá del mundo material (único mundo verdadero para Nietzsche).
Para el cristianismo, la salvación consiste en la renuncia a la vida, que será recompensada tras la muerte. Impone una moral que renuncia a los instintos vitales y propone evasión con respecto al hombre concreto y al mundo real, “la voluntad de la nada”. El hombre no solo busca el sentido a su existencia en la religión, sino también en la razón, el progreso, la ciencia, la historia, etc. La solución que Nietzsche propone para acabar con la moral de los esclavos será la muerte de Dios.
La expresión “Dios ha muerto” se refiere al fin de los valores morales y de las grandes verdades que se basaban en la divinidad y en una realidad suprasensible. El concepto de Dios ha sido un obstáculo para el desarrollo y la libertad del hombre a lo largo de historia, por ello el hombre debe acabar con él. Sin embargo, al “matar a Dios” el hombre habrá perdido su referente, sus valores, y la consecuencia de ello será el nihilismo. Como resultado del monoteísmo, el hombre del rebaño se verá envuelto en la angustia y la desorientación al haber perdido su guía, es decir, sufrirá un nihilismo pasivo. Por el contrario, aquel que tenga voluntad de poder, sabrá asumir la muerte de Dios, y contribuirá a la creación de nuevos valores mediante un nihilismo activo. Tras la muerte de un único Dios, resurgirán múltiples dioses (politeísmo), que es precisamente lo que Nietzsche entiende como “lo divino”, es decir, nacerá una pluralidad de perspectivas que serán para el hombre una condición de libertad.
La propuesta de Nietzsche para una nueva moral será la de unos valores que se rijan por la irracionalidad y el azar, ya que la vida no tiene una finalidad preestablecida. Exaltará la vida con una moral que ensalzará el orgullo, la alegría, las pasiones, etc., y lo hará mediante la voluntad de poder. La vida debe ser, según esta nueva moral, el fondo originario y profundo del que surge todo lo concreto, lo individual, lo cambiante.
Nietzsche criticará también duramente la metafísica, por haber sido el mayor error de la humanidad. Este error comenzó cuando Sócrates impuso el pensamiento lógico-racional que Platón afianzó, creando una realidad superior al mundo sensible y cambiante de Heráclito. LA metafísica es el mundo al revés; aquello que los metafísicos afirman que no es, es precisamente lo que sí es la realidad. El ser, la unidad, lo eterno… son conceptos vacíos que con el tiempo, el uso y la costumbre nos han hecho creer que corresponden a algo real. La eliminación de la diferencia entre el “mundo verdadero” y el “mundo aparente” es para Nietzsche un “punto culminante de la humanidad”, el “mediodía” (metáfora con la que se refiere al momento del día en el que la sombra es más pequeña, al final de error más largo).
Tras negar la ontología Nietzsche afirma que la realidad es devenir, constante cambio (influencia de Heráclito), una pluralidad de perspectivas resultado de un proceso infinito que tiene como principio de movimiento la “voluntad de poder”.
La crítica de Nietzsche abarca también el intelecto, y la relación entre el lenguaje y la verdad. En primer lugar, este autor niega la posibilidad de captar la vida de la razón, y dice del intelecto humano que es “un recurso de los seres más infelices, que cumple la función de conservarlos en la existencia”. El lenguaje es el instrumento que el instrumento que utiliza el hombre para conocer la realidad, y la cultura occidental ha aceptado que el lenguaje nos permite un conocimiento objetivo sobre el mundo. Sin embargo, al aplicar el método genealógico, Nietzsche verá como en un principio el lenguaje designaba únicamente las experiencias del individuo concreto. El hombre, de forma inconsciente y por su debilidad, necesita fijar la realidad en los conceptos, y designar lo que es verdad y lo que es mentira a través del lenguaje. Lo que se está tratando como verdad es “lo estático”, “lo idéntico a sí mismo”, en definitiva, una gran mentira, olvidando que quien ha creado los conceptos ha sido el hombre, al utilizar metáforas para referirse a una pluralidad de elementos. Nietzsche dirá: “para cada individuo, es verdad lo que aumenta su voluntad de poder”.
Ya que llevar a cabo una comprensión fija, esencial y definitiva de la realidad es imposible, Nietzsche propone un conocimiento intuitivo, propio del artista, “una mirada abierta que penetra en ese fondo profundo y oscuro que es la vida”. Además considera la metáfora como la mejor manera de expresar la realidad, porque a través de ella se logra integrar la pluralidad, aunque se mantiene abierta al mundo y no cerrada como ocurre con el modelo simplificador del concepto. Precisamente por este motivo criticará este autor al positivismo, porque busca, mediante la ciencia, cuantificar y simplificar todo en conceptos y cantidades.
Además de su demoledora crítica, la filosofía nietzscheana tiene una vertiente positiva que ofrece una nueva visión del mundo. Nietzsche entiende la vida como voluntad de poder que lleva a desplegar la capacidad de conocer, de proyectarse y arriesgarse, y recupera la idea griega de eterno retorno. Este autor es un vitalista que quiere que se viva la vida con intensidad, como si cada instante fuera a repetirse una y otra vez, por ello hay que amar la vida profundamente. Cada instante es una reafirmación de la propia vida y por tanto debe hacernos sentir que queremos seguir siendo señores de nuestra vida (“felicidad del círculo”). Sin embargo, en la vida también hay sufrimiento, que será un elemento fundamental. Aquellos que se resignen actuaran según la moral de los esclavos, mientras que aquellos que se rijan por la moral de los señores, afrontarán el sufrimiento, consiguiendo que incluso estos momentos tengan un significado y haciéndose más fuertes.
Tras la muerte de Dios, el hombre está solo, su vida se convierte en un experimento que deberá llevarle a ser un superhombre, que siguiendo la moral de los señores asume y desea el eterno retorno de lo que libremente ha querido su voluntad de poder. Para alcanzar el estado de superhombre deberá pasar por tres transformaciones, primero será un camello que se resigne a aceptar una carga, pasará a ser un león que se negará a aceptar la carga de la moral y de los valores tradicionales, pero que todavía no es capaz de crear sus propios valores, y acabará siendo un niño, cuya inocencia le permite recomenzar y para quien la vida es creación y juego.
Nietzsche, como ha podido verse en los planteamientos previamente expuestos, entiende la realidad como devenir y perspectiva, la vida como voluntad de poder, el tiempo como eterno retorno, y el hombre como un paso en la evolución hacia el superhombre, metáfora del hombre en el que debe convertirse la humanidad. De este modo Nietzsche pretendió abrir el camino hacia el futuro y lanzar al hombre a la conquista de un nuevo mundo.